En la época en que jugaba al fútbol, a los 16 y 17 años, había logrado a fuerza de entrenamiento como arquera, especializarme en atajar penales.
No es que me viera reflejada en el "Pato" Fillol, uno de mis ídolos de entonces, ni mucho menos. Pero había conseguido mantener la valla invicta por mucho tiempo. Evitaba los goles como consecuencia de jugadas y más que nada, atajaba los tiros desde el punto del penal.
Mi hermano Ángel era el que me hacía entrenar durante la semana, para "lucirme" los domingos a la mañana, cuando mi equipo "De arriba" (en realidad no tenía nombre, pero el barrio estaba ubicado en ese lugar en Forestal y así le decíamos), se enfrentaba con el "De abajo" (también este nombre por razones obvias).
Mi equipo, todas chicas por supuesto, lo tenía "de hijo" al del otro barrio.
Ellas sólo contaban con una buena delantera, que avanzaba eludiendo rivales, al estilo del entonces goleador de Boca y a quien por esa razón le decían "La Potente".
Nuestra escuadra, en cambio, además de tener más goleadoras, me tenía a mí en el arco. Lo digo sin falsa modestia. Y ganábamos siempre.
Pero había un borracho, hincha de las "De abajo", que cada vez que iba a los partidos, me ponía muy nerviosa. El tipo te sorprendía, porque una no sabía con qué iba a salir para interrumpir el juego. Era molesto como un moscardón.
Nadie lo frenaba. Al contrario, la mayoría festejaba sus estupideces.
El señor en cuestión era conocido como el "Gaucho Quejo". Le decían así porque en lugar de "queso", decía "quejo".
Una mañana donde no nos salían las cosas. Donde nuestras jugadoras parecían dormidas. Donde los tiros iban para cualquier lado, menos al arco contrario. Donde yo estaba un poco alterada. En síntesis, un día de "merde".
Bueno, ese día, apareció el "Gaucho Quejo", más borracho y molesto que nunca.
El partido iba 0 a 0, sin posibilidades de abrir el marcador para ninguno de los dos equipos. Y de pronto, una de nuestras defensoras, cometió una falta dentro del área y el árbitro cobró penal para ellas.
Yo siempre me sentía segura para atajarlos. Me encantaba volar de palo a palo. Cuando lo recuerdo, me parece increíble que me haya gustado eso de no medir el riesgo de golpearme las caderas. Debo haber estado muy loca por esa época...
Sigo con el penal.
Creo que lo iba a patear "La Potente". No lo tengo claro en la memoria.
La chica puso la pelota y cuando el árbitro estaba a punto de dar la orden de patear, ví que el "Gaucho Quejo" se había metido dentro del campo de juego y estaba bailando una especie de carnavalito.
Las reglas del fútbol son muy claras: "no puede haber ningún extraño en el campo de juego, mientras se esté jugando, porque si esto sucediera, todo debe quedar invalidado".
Yo le grité al árbitro para que lo sacara, porque el borracho no podía estar allí. Y como no me hacía caso, comencé a acercarme, para indicarle lo que sucedía a sus espaldas.
Sin embargo, el señor "del pito", no sólo no escuchó mis reclamos, sino que no tuvo en cuenta que yo me había movido de mi posición bajo los tres palos. Y de buenas a primeras, hizo sonar el silbato.
La jugadora contraria, al verse habilitada, convirtió el gol con el arco vacío.
Yo no lo podía creer. Había dado válido un tanto que no lo era.
Para peor, el "Gaucho Quejo" seguía bailando de manera más desenfrenda, siempre dentro de la cancha, porque estaba contento. Si al fin de cuentas, él era hincha de "las otras".
Lo menos que quería era "ahorcarlo con mis propias manos". También quería hacer lo mismo con el árbitro, un auténtico "soplapitos vendido".
Ese día perdimos 1 a 0 con ese gol absurdo. Nos quedamos sin invicto en los desafíos domingueros. Y lo mismo sucedió con mi valla, que no sabía de goles de penal.
El gaucho asqueroso, mientras tanto, se seguió burlando hasta que nos fuimos de la cancha.
Creo que esa bronca que me agarré, fue uno de los motivos por los que dejé de jugar al fútbol unos meses después. Al menos, dejé de hacerlo en el equipo de mujeres. Pero eso lo contaré en otra oportunidad.
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