sábado, 29 de diciembre de 2012

MI TÍA TERESA, MI SEGUNDA MAMÁ


Mi tía Teresa, la hermana de mi mamá, siempre estuvo muy cerca mío. Desde mi nacimiento. Un privilegio seguramente por haber sido la hija mayor y la única mujer de tres hermanos.
A ella le debo mi apodo, Yayi, que decidí conservar para siempre. Porque yo me siento Yayi. Los nombres los dejo para el documento de identidad.
Cuando era beba había una bombachita de goma que llevaba esa marca y como a mi tía le gustó, decidió comenzar a llamarme así. Y desde mis padres hasta el resto de la familia estuvieron todos de acuerdo.
A diferencia de mis abuelos maternos que vivían en Entre Ríos, mi tía vivía en Buenos Aires, la ciudad grande y anhelada con la que soñaba que fuera algún día mi lugar de residencia.
Cuando mi abuela murió y Entre Ríos dejó de ser el sitio donde toda la familia, la de mi tía y la mía, se juntaba para pasar las Fiestas de Navidad y de Año Nuevo, el resto del verano y a veces se extendía hasta algunos meses más con escuela incluida, nuestras vacaciones se dividieron.
Desde entonces, el recorrido de mi familia se hizo de Buenos Aires a Entre Ríos, donde había quedado mi abuelo y luego volvíamos a Buenos Aires, con estadía en esta ciudad, tanto de ida como de vuelta, en la casa de mi tía.
De ella siempre me gustó su sinceridad, aunque muchas veces no fuera nada diplomática. Y aún sigue siendo brutalmente sincera, pese a que esto le ocasionó más de un problema.
Yo también soy así, aunque con el tiempo aprendí a callar antes de decir algo que pudiera ofender y me dejara como una desubicada. Es que algunas veces hasta me costó el trabajo.
Además de la sinceridad, con mi tía tenemos muchos puntos en común. A ambas nos gusta la música. Y algunos músicos.
Ella siempre fue fanática del folklore. Sobre todo del chamamé, que mamó de chica en su Entre Ríos natal. Tanto con mi madre, fue su música del alma. La que les hizo estar pegada a la radio para escuchar a los músicos de esa época. Y la que las entusiasmó para concurrir a las emisoras donde se presentaban sus ídolos: Ernesto Montil por el lado de mi tía y Tarragó Ros, el padre de Antonio, por el lado de mi mamá.
La presencia de ambas en las radios de Rosario, cuando a mi mamá le tocó estar internada en esa ciudad, se hizo habitual. Y en el caso de mi tía, continuó en Buenos Aires, cuando se radicó para ganarse la vida por su cuenta como empleada doméstica en casas de familia.
Mi tía se destacó como una gran letrista de canciones. Escribió varias poesías que músicos de renombre le pusieron música, como "Pagos del Litoral", que fue grabado primero por Ernesto Montiel y luego por infinidad de artistas chamameceros como Carlos Talavera y un tal Pocho Barbero, a quien no conozco pero encontré el video en youtube interpretando el tema de mi tía.
Su relación con el mundo de la música le permitió conocer a Sebastián Arriola, un músico correntino que tocaba el bandoneón en su conjunto de chamamé y acompañaba además al "Trío Rubí", un terceto que hacía cumbia colombiana.
Se enamoraron y terminó convirtiéndose en su esposa. Del matrimonio nació su único hijo, Sergio, quien tuvo como padrino de Bautismo nada menos que al gran artista Raúl Barboza, radicado desde hace varios años en Francia y un embajador de la música argentina en todo el mundo.
Lamentablemente la felicidad de mi tía Teresa no duró demasiado, ya que mi tío murió en un accidente hace casi 40 años, cuando los tres viajaban a Entre Ríos para pasar las Pascuas con mi abuelo.
Por varios años mi tía llevó luto por la pérdida de su compañero de vida. Y nunca más se interesó por otro hombre.
En eso también nos parecemos, porque al descubrir que ninguna de las personas que quise correspondieron a mi amor, decidí cortar para siempre toda posibilidad de tener una pareja.
Mi tía se quedó sola, asumiendo con mucho sacrificio el rol de madre y padre de mi primo. Y luego asistiendo a una sobrina que soñaba con ser periodista y que finalmente lo consiguió: yo.
Mi tía fue fundamental para hacer realidad mi sueño.
Cuando viajé a Buenos Aires para estudiar Periodismo, ella me albergó en su casa. Al principio la relación era muy buena. Pero con el tiempo se fue deteriorando. No por ella, sino por los celos de mi primo. Y porque seguramente yo era un tanto molesta.
 Por suerte pude darme cuenta que de alguna manera yo era la principal causante del problema de convivencia. Mi primo había vivido todo el tiempo solo con mi tía y de pronto aparecí en sus vidas como una intrusa. Era obvio que se sintiera molesto. A cualquiera en su lugar le pasaría.
Aunque en los primeros momentos lo tomé como una expulsión y me dolió mucho, después reaccioné y comprendí que era la mejor solución para recomponer la relación.
Cuando mi abuelo se enfermó y mi tía optó por vender la casa donde él vivía en Entre Ríos, y lo llevó con ella a Buenos Aires, yo me convertí en un estorbo. El lugar era pequeño y no podía tenernos a ambos bajo su responsabilidad.
Ella misma se encargó de buscarme una pensión a la vuelta de su casa. Era el hotel "Seular", el primero de todos los hoteles y departamentos en los que viví a lo largo de una serie interminable de mudanzas, en las que ella además me brindó su ayuda desinteresada.
También me salió de garante en la mayoría de los departamentos que alquilé. Esa confianza tiene un valor incalculable. Gracias a Dios nunca la defraudé.
Mi nueva vida sola, donde tuve que trabajar para pagar el techo y mis estudios de Periodismo, me hizo crecer. Me hizo ver que no estaba mal que mi tía me haya sacado de su casa. Mi abuelo estaba enfermo y necesitaba que alguien lo cuidara. Y nos hizo reconciliar, pese a que no nos habíamos peleado.
La relación filial se recompuso, incluso con mi primo. Y nunca más cambió. Al contrario, en los diferentes departamentos donde viví y en el que estoy actualmente, ella siempre fue a visitarme y estuvo atenta ante cualquier problema que me aquejara.
Mi primo no sólo es uno de los más fieles lectores de mi blog, sino que siempre me acompaña a la Terminal de Ómnibus cuando viajo a Jujuy, y llegó a ocuparse en los último días de mis tres gatos cuando me ausenté por 15 días.
Con mi tía tenemos en común el amor por los animales, aunque últimamente reniega de sus gatos, que son en su mayoría dañinos y vengativos.
Ella adora los caballos, los loros, los perros y los terneros. Su vida en el campo, cuando era chica, hizo que se afianzara su cariño por estos animales. Se ocupaba de curarlos y cuidarlos cuando estaban enfermos o heridos.
Aún en Buenos Aires, nunca le faltaron los loros. Siempre tuvo adoración por estas aves parlanchinas, a las que les enseñó a hablar.
Sin embargo, de todos los loritos y esto me lo contó también mi mamá, su preferido por lo inteligente y gracioso, fue Francisquito, un perico que tenía en el campo.
Son innumerables las historias donde Francisquito era el protagonista. Las visitas se quedaban encantadas con su verborragia. Era el centro de las reuniones. Y divertía entre otros a los músicos de Tarragó Ros, que se alojaban en la casa de mis abuelos cuando iban a tocar a la colonia.
Hasta que un día, una gata lo tomó desprevenido y lo mató. Para mi tía, creo que fue uno de los días más tristes de su vida. Ella amaba a ese animal y él sólo tenía preferencia por mi tía. Nunca más volvió a tener un loro tan despierto.
Ahora tiene uno que mi primo encontró en la plaza cercana a su casa, que demostró que puede aprender varias palabras y frases, e imita sus risas con mucha gracia.
Todas las veces que me mudé traté de hacerlo cerca de la casa de mi tía. Su presencia para mí siempre fue muy necesaria. Mi tía fue y sigue siendo sin dudas mi segunda madre y no me canso de decírselo y agradecerle todo lo que hizo siempre por mí.
Hay tanta historia juntas, tantas charlas, tantos momentos compartidos, que necesitaría más horas y días para contarlo.
Más allá de haber cuidado de mis animales todas las veces que viajé a Jujuy, quiero destacar lo fundamental que fue su presencia a mi lado cuando me enfermé de asma.
Me acompañó a cada una de las visitas a los distintos médicos con los que me atendí. Me visitó a diario cuando estaba obligada a hacer reposo, porque me costaba respirar y no tenía fuerzas para caminar. Y sobre todo, me salvó la vida el día que estuve al borde de la muerte.
Si ella no se acercaba cuando la llamé desesperada porque me faltaba el aire para respirar, ese día me moría. Nunca había sentido tan cerca la muerte.
Había vuelto del canal y como de costumbre le dí de comer a mis gatos. Pero con el paso de los minutos comencé a sentirme mal. A duras penas terminé de atenderlos y decidí utilizar el nebulizador. Este tratamiento que hasta ese momento lograba calmar mis crisis de asma, esa vez no dio resultado.
Me senté en el balcón para tomar aire, pero ni eso me calmaba. Esto hizo que la llamara para que me ayude a ir a un hospital. Cuando llegó, ella misma abrió la puerta y me encontró sentada en el balcón, bastante desencajada.
Con la poca fuerza que me quedaba, llamé al SAME, pero la ambulancia nunca llegó. Entonces busqué el teléfono de urgencias de mi Obra Social, que en ese momento era la de Prensa.
Al poco tiempo llegaron dos paramédicos. Yo ya no daba más por la falta de aire. Tuvieron que suministrarme oxígeno y suero en mi casa, antes de llevarme en la ambulancia al Sanatorio Colegiales.
Mi tía estuvo siempre conmigo, acompañándome en la ambulancia y ocupándose después de presentar mi carnet de afiliada en el sanatorio. Y permaneció hasta la madrugada del día siguiente, cuando luego de suministrarme oxígeno por varias horas, me dieron el alta.
Otra persona no hubiera hecho eso por mí. Ni siquiera mi familia más cercana porque todos están muy lejos y distribuidos en distintos puntos del país. Mi tía lo hizo, pese a estar cansada por trabajar todo el día. A ese gesto noble se lo agradeceré de por vida.
En este momento mi tía no está bien de salud. Su vida sacrificada, con horas y horas de trabajo, primero en el campo y luego en Buenos Aires, y la poca atención en sí misma, repercutieron en su cuerpo.
Le descubrieron "algo raro" en uno de sus riñones. Uno de los médicos decidió operarla, sacarle directamente el riñón para evitar que si se trata de un quiste maligno, se extienda al otro riñón. Pero el cirujano no lo vio factible porque con 81 años de edad, intentar una cirugía de varias horas, podría ser fatal.
Todo sucedió en los días previos a mis vacaciones, donde como todos los años, iba a ir a visitar a mis padres a Jujuy. Ya había decidido sacrificar mi viaje en caso de que la operación se concretara.
Si mi tía había estado conmigo en mis momentos duros de salud, yo no podía abandonarla. Era mi deber como persona y por todo el amor que siento por ella.
Esperé hasta último momento la decisión del cirujano. Cuando se supo que no se iba a hacer la operación, ella misma me alentó para que viajara. Lo hice con el dolor de dejarla incluso con la responsabilidad de cuidar de mis gatos, aunque esta vez colaboró mi primo.
Mi ilusión era ir a Salta a visitar a la Virgen de los 3 Cerros para pedir por su salud. Y gracias a Dios pude concretarlo, aunque no estaba la hermana Livia, la mujer a quien se le apareció la Virgen y hace posesión de manos sobre los feligreses. Pero recé mucho por ella y lo seguiré haciendo.
También le pedí a la Vírgen del Rosario y Paipaya, que está en la Catedral de Jujuy, y a quien mi papá se encomendó cuando se enfermó y al parecer escuchó sus ruegos porque logró recuperarse.
Antes de viajar, cuando la visité a mi tía y luego cuando hablaba por teléfono con ella desde Jujuy, noté una especie de resignación y paz que me hizo acordar a mi abuela. Ella también, cuando sintió que su vida no iba a extenderse demasiado, hablaba de la muerte hasta con esperanza. Y eso me dio mucha tristeza.
Hacía mucho tiempo que no viajaba tan triste a Jujuy. Porque encima me encontré con mi madre con problemas de hipertensión. Así que me pasé el mayor tiempo con ella, acompañándola y sintiendo su pena por su hermana a la que no ve hace varios años. En suma, tuve unas vacaciones poco agradables.
 Aún con mi dolor a cuestas, tengo fe en la recuperación de mi tía.
Después de tanto trabajar, de privarse de muchas cosas, de ser solidaria con sus seres queridos, de amar a los animales, se merece un tiempo de estar bien. Un tiempo de descanso, de un cachito de paz y alegría. Eso le pedí a la Virgencita de Salta, a Dios y a varios santos. Espero que alguno de ellos me haya escuchado...

viernes, 7 de diciembre de 2012

TAXISTA ESTAFADOR DESCUBIERTO


Si hubiera sabido que el taxista que me trasladaba en pleno temporal del jueves 6 de diciembre iba a intentar estafarme, lo hubiera filmado desde atrás o al menos hubiera fotografiado el cartel con sus datos personales para "escracharlo" y así evitar que futuras víctimas caigan en su trampa.
Subí al mediodía, a pocos metros de la puerta de Canal 9, cuando todavía no se había desatado el diluvio. En medio del recorrido, por la zona de Balvanera saqué la cámara para grabar un poco de lluvia, porque la mayor parte del tiempo me dediqué a dialogar por teléfono con mis padres. Por eso es tan breve el aporte gráfico.
Con cada uno de mis padres sólo hablé de temas de salud. Es decir que a este hombre poco le importó mi angustia por un familiar enfermo.
Yo llevaba $ 100 en el bolsillo para pagarle. No era un billete falso porque sé cómo identificarlos y además lo había sacado del cajero automático.
Por la distancia, supuse que el trayecto me iba a salir bastante caro. Y así fue. Con las demoras por el tránsito atascado y tal vez porque el taxista le puso el "piripipí" al reloj, me salió $ 81.
Le entregué el billete y me pidió una moneda de $ 1 para darme el vuelto de $ 20. Mientras sacaba la moneda, observé una maniobra sospechosa. El taxista se inclinó demasiado hacia el asiento del acompañante. Pero hasta ese momento no le dí importancia.
Sin embargo, de inmediato, para que yo lo viera, comenzó a observar el billete, el que quería hacerme creer que era el que yo le había entregado. Y me dijo que estaba seguro que "era el de Boudou", es decir que "era falso".
Yo le retruqué que era imposible porque lo había tenido en mis manos y no le encontré nada extraño. Además le señalé que venía directo del cajero automático.
A la distancia en la que estaba, no podía verlo con claridad. Le dije que si tenía los hilos plateados y la imagen translúcida, no podía ser falso. Yo creí advertir que sí tenía los hilos. Y él seguía estirándolo y tocándolo de uno y otro lado.
Entonces me pidió otro billete porque no lo veía auténtico. Le dí uno más viejo y se puso a compararlos para que yo viera la diferencia. "Este es más viejo, pero sí es bueno", me dijo.
Le pedí que me prestara el billete que yo supuestamente le había entregado, para observarlo. Antes de recibirlo, vi que era falso por donde se lo mirara. Una fotocopia barata imposible de hacer pasar por dinero real.
En lugar de tomarlo cuando me lo acercó, en una maniobra que yo misma me sorprendo, le saqué el billete que le había entregado después y le dije que el otro no era el billete que yo le había dado. Pero él seguía insistiendo que sí lo era.
Generalmente no menciono mi profesión cuando estoy ante extraños. Pero en este caso era necesario que pusiera en evidencia que conocía del tema.
Le dije: "Usted cambió el billete. A mí no me engañe, yo soy periodista y sé diferenciar cuando es falso. Y yo no se lo di. No ando con plata falsa encima".
Cuando escuchó mis palabras, el tipo se quedó mudo.
Hasta ese momento, yo ya había comenzado a bajarme del vehículo.
Con su billete trucho en la mano, ya con poca convicción, me dijo otra vez que yo se lo había dado y que iba a ir al banco a cambiarlo. Hice oídos sordos a sus argumentos.
Lo importante es que yo no había sido engañada. Además, ya estaba en casa. Si seguía acusándome, iba a correr hasta una comisaría cercana para denunciarlo. Pero no fue necesario. El tachero, derrotado, arrancó y se fue.
Me dio mucha bronca, no por mi que finalmente no caí en su trampa, sino por tanta gente, generalmente ancianos o mujeres distraídas, que resultan víctimas de estos sinvergüenzas.
Debo creer sin temor a equivocarme, que tengo un ángel de la guarda que me protege, haciéndome fuerte en las situaciones límites. Más aún porque en la vida soy una persona bastante temerosa.
Hará unos 15 años, cuando venía de un viaje a Jujuy, tomé un taxi en Aeroparque y me encontré con uno de esos estafadores que desprestigian al gremio de los trabajadores del volante.
En medio del camino, el tipo comenzó a preguntarme si tenía para pagarle la plata "con la nueva numeración", porque según decía, "había cambiado en los últimos días".
¿Qué habrá creído, que yo venía de la casa de Gran Hermano, donde no tenía contacto con el mundo?. O que era simplemente una provinciana ignorante, una presa fácil para él.
Pero se equivocó.
No sé dónde saqué coraje y aún a riesgo de que cambie el recorrido y me lleve a otro lugar para maltratarme, le dije que "estuve en la Argentina y que no había habido ningún cambio en la moneda". Y además que "yo era policía y que más le valía olvidarse de sus intenciones de robarme porque viajaba con el arma reglamentaria".
Una loca inconsciente. De sólo acordarme, me parece que fui una suicida.
Sin embargo, el tipo me creyó y sin decir una palabra me llevó hasta mi casa.
En esa época yo vivía a media cuadra del Departamento de Policía, así que debe haber pensado que de verdad era "cana".
Con tantos viajes en taxi que hago por semana, siempre aparecerá algún tachero con su buen, malo u original accionar para incluirlo como anécdota o para repudiarlo en esta sección.