lunes, 10 de septiembre de 2018

INTERNADA POR PRIMERA VEZ EN MI VIDA


Se ve que los años se me están viniendo encima y tendré que acostumbrarme a que en cualquier momento puede llegar a tocarme estar internada por un problema de salud.
Si bien es cierto, pasé la noche hace más de 10 años en la Clínica Colegiales, cuando tuvieron que llevarme en ambulancia con oxígeno, luego de sufrir un crisis asmática, en la que sentía que me moría. Me tuvieron con oxígeno en la guardia hasta la madrugada y luego me dieron el alta, sin hospitalizarme.
Después de eso, sólo las horas en las que me operaron la muñeca fracturada en marzo de 2016, ya que fue una cirugía ambulatoria en el Hospital Británico.
Esos antecedentes breves, hasta el jueves 6 de septiembre, cuando concurrí al Hospital Británico porque lisa y llanamente no podía respirar y me sentía muy mal, y me dejaron internada tres días.
Ya había sufrido el principio de la crisis el día anterior en el canal, cuando comencé a sentir que me agitaba demasiado al subir las escaleras en el interior del 9 e incluso cuando me apuraba al caminar.
Pero no fue algo repentino.
Por los cambios bruscos de temperatura que hubo en los días pasados, de un frío intenso a una cierta primavera y así sucesivamente, por más que esté vacunada contra el neumococo, era obvio que en algún momento me podía afectar. No tanto como para llegar a una neumonía, pero al menos una gripe o un fuerte resfrío.
Empecé con un resfrío, que fui conteniendo con el medicamento Tafirol, para no tener que faltar al trabajo, que es algo que no soporto.
Sin embargo, mis intentos de ponerle freno a la enfermedad que se avecinaba fueron en vano.
Tal vez hubiera tardado más días en que se declarase el broncoespasmo, que me diagnosticaron cuando un poco antes de las 4 de la madrugada del 6 de septiembre, ingresé a la guardia del Británico.
Pero hubo un incidente que no sólo adelantó el cuadro, sino que lo agravó. Y bastante.
El martes 4 de septiembre, cuando llegué temprano, como siempre al canal, encontré que el aire acondicionado había quedado encendido desde el día anterior y que el frío que vertía era mucho menor de lo normal de como lo venían poniendo. Era como estar adentro de una heladera.
En ese momento sentí que mi salud estaba en peligro.
Todos los compañeros y compañeras que iban llegando, no podían sacarse los sacos, porque estaba insoportable. Y yo tuve que ponerme la campera. Pero de nada sirvió, el daño ya estaba hecho.
Llamé por teléfono al jefe técnico para pedirle que por favor apagara el aire acondicionado, porque así no se podía estar.
Me respondió que la gente de electromecánica recién llegaba a las 7 y eran los que tenían que hacerlo.
Estábamos a pocos minutos de las 5 de la mañana y eso significaba que faltaba un montón de tiempo.
Cuando llegó Mariana Filloy, que es jefa de producción alternativa, llamó ella. Le respondieron lo mismo que a mí, pero pudo imponerse y tras decirle que "nos íbamos a enfermar todos", obligó al jefe técnico a dejar su oficina por un instante e ir a apagar el aparato maldito.
El jefe técnico apagó finalmente el aire acondicionado, pero hasta eso ya había pasado más de una hora y mi suerte o "mala suerte" estaba echada.
Por eso al día siguiente, llegué con mucha tos al canal. Como no tenía fiebre, que es mi límite, desistí de quedarme en casa y pedir médico. Es que creía que no iba a ser tan grave.
Ese miércoles, decidí terminar mi tarea de producción de la historia para que presente Jorge Pizarro en el noticiero del mediodía, pese a que varios compañeros, incluido mi jefe, el productor ejecutivo Pablo Scorofitz, me decían que me fuera a casa.
Terminé mi trabajo, porque era mi deber y alrededor de las 12, dos horas antes de mi salida real, me fui del canal.
Me sentía bastante mal, sobre todo cuando me levanté de mi escritorio y subí hasta el patio, no sólo para dejarle comida a los gatos que alimento del canal, sino para tomar un poco de aire.
No tenía voz para llamarlos, pero en algún momento se iban a acercar a comer.
Y hasta tuve que apoyarme en la pared, porque me faltaba el aire y no podía sostenerme en pie. De esto fue testigo mi amigo Claudio Manzini.
Cuando salí del canal, luego de reponerme unos minutos en el baño, mi idea era llegar a casa, darle de comer a mis dos gatos y luego ir al Hospital Británico.
Sin embargo, no pude salir. Tampoco atiné a pedir una ambulancia. Opté por esperar a sentirme mejor, al menos para bajar después hasta la farmacia, que tengo enfrente, para comprar el medicamento y la solución fisiológica, para hacerme una nebulización. Y después, recién ir al hospital.
No lo pude hacer. Se me habían aflojado las piernas y sólo quería estar acostada, aunque me sentía muy incómoda por la falta de aire.
Dejé todo preparado como para ir a trabajar al día siguiente, porque confiaba en que me sentiría mejor. Sólo que no pude dormir y hasta me dolía el pecho por el esfuerzo que hacía para respirar.
Hasta que pude dormirme, pero por poco tiempo.
A las 21 me levanté y me apliqué el paf que me calmó un poco. Pero dos horas después, me convencí que era imposible salir a trabajar en esas condiciones y llamé al canal. No sólo a la redacción para avisar de mi estado de salud, sino también dejé grabado en el contestador del consultorio, el pedido de un médico a domicilio.
Pese a que no hay que exagerar con el uso del paf, recurrí a él para salir pasadas las 3 y media con rumbo en un taxi al Hospital Británico, donde lo menos que esperaba era quedar internada.
Me atendieron de inmediato y no sólo volvieron a aplicarme el paf, sino que me colocaron una jeringa, que no me sacaron hasta que me fui de alta, por donde me sacaron sangre, me aplicaban corticoides y solución fisiológica.
La médica de guardia que me atendió, me sacó sangre de las venas de la muñeca, que me hizo doler un poco, para saber el grado de oxígeno que tenía en la sangre.
En realidad, me pinchó dos veces, porque intentó primero en la muñeca donde tengo una prótesis y como es lógico, no podía llegar a la vena. Pero dolió igual.
También me hicieron una radiografía de tórax y me colocaron en una salita de la guardia, oculta detrás de una cortina y en un sillón con apoyo para los pies, donde me hicieron seis nebulizaciones, divididas en dos de tres.
Otra médica volvió a pincharme la muñeca para hacer la prueba del oxígeno. Y allí se empezó a hablar de la internación, que fue decidida poco después, con los informes en mano, por el jefe del área de neumonología, el doctor Martín Bosio.
Como estaba sola y se necesitaba a alguien que hiciera el trámite de internación, recurrí a mi primo Sergio, el mismo que tiene una copia de la llave de mi departamento para darle de comer a mis gatos cuando viajo.
Estaba ocupado en ese momento, pero me prometió que llegaría apenas se desocupara.
Al pasar las horas y que no llegara, y como hay un tiempo límite para el trámite de internación, finalmente vino una empleada del hospital con todos los papeles para que yo lo hiciera.
A las 15.30 ya estaba en la habitación 114 del primer piso, compartida con otra mujer con un problema en un riñón, pero separadas por una mampara, aunque compartiendo el mismo baño.
A mi primo, que llegó después, tuve que pedirle que me trajera elementos de higiene y algo de ropa, porque no estaba preparada para quedarme en el hospital. Y se portó de diez.
Esa noche dormí con el respirador y sin ningún problema. Mientras tanto, continuaron las nebulizaciones y los medicamentos vía endovenosa.
Yo pensé que al día siguiente me darían el alta, pero optaron por dejarme hasta el sábado, salvo que fuera necesario permanecer todo el fin de semana.
El día anterior me habían dicho que me iba a visitar el doctor Jerónimo Campos, que es mi neumonólogo de cabecera, pero nunca llegó.
Sin embargo, el viernes, me dijeron que si él no iba esa mañana, me iban a atender médicos de su equipo en el hospital. Eran los únicos que podían decidir mi alta para ese día.
Una médica que me vio en la mañana temprano, me dijo que si por ella fuera, debía quedarme al menos un día más, porque aún no estaba bien. Ya podía respirar, sin respirador, con normalidad, pero faltaba un poco.
Pasadas las 10, llegó el doctor Pablo Oyhamburu, del equipo de neumonólogos del Británico y me pidió permiso para que ingresaran alumnos de Medicina de la UBA, que hacen sus práctiacas allí, para que observaran la consulta.
Acepté sin ningún problema.
Con ellos estaba el doctor Bosio, el jefe del servicio y por lo visto, el profesor de esos alumnos, ya que de acuerdo a lo que me pidieron que les contara de cómo había empezado el asma en mi vida, él les hacía preguntas al respecto.
Todos me auscultaron con su estetoscopio y yo me sentía como un conejillo de Indias.
Hasta eso, yo sabía que lo mío ya no era sólo un broncoespasmo, sino sobre todo una crisis asmática.
Al rato, vinieron más alumnos de la UBA, pero sólo me auscultaron y no hicieron preguntas. Y se fueron pronto.
Los médicos me dijeron que en poco rato me iban a llevar a hacerme una espirometría, fundamental para el alta que tanto esperaba.
En mi habitación, el doctor Bosio hizo una especie de prode con los estudiantes, acerca de qué cifra creían ellos que iba a dar el resultado, que es óptimo cuando marca 80.
En un papel, anotó los nombres de cada uno y los números que proponían, para darles después el resultado.
Un camillero me pasó a buscar con una silla de ruedas, pasadas las 12 y en la sala de Neumología me hicieron dos pruebas de espirometría, donde la tos era un poco la que incomodaba el proceso.
Pero era entendible, ya que los médicos me habían adelantado, que la tos era lo último que se me iba ir debido al broncoespasmo.
Cuando esperaba que volviera el camillero para llevarme de regreso a mi habitación, llegó el doctor Bosio, que enterado del resultado de mi espirometría, que había marcado 68, le pidió al doctor Oyhamburu, que le mostrara el papel con las cifras de los alumnos y uno de ellos, de nombre Juan, había sido el que acertó el resultado.
Me pregunto si le habrán puesto 10 o solamente un "felicitado" y hasta pedido el número que iba a salir a la cabeza en la Quiniela.
También me llamó en ese momento Pablo Scorofitz para que mirara el noticiero, porque me iban a saludar.
Le expliqué que estaba todavía en Neumonología, pero si querían hacerlo, que lo hicieran, porque lo podía ver después por Youtube.
Por suerte, me llevaron antes de regreso a la habitación y llegué justo cuando Jorge Pizarro se disponía a presentar una historia, la del tipo que suelo prepararle todos los días.
Mientras almorzaba, se me atragantó la garganta por la emoción, cuando antes de mandar el clip de cierre, Jorge, mirando a cámara me dedicó la nota, me llenó de elogios y me envió sus saludos de recuperación.
Cuando aún las lágrimas seguían cayendo por mi mejilla, tras dar el pronóstico del tiempo, también Esteban Mirol y Marisa Andino, me mandaron sus saludos y un "te queremos", que aumentó mi emoción.
Aunque luego lo llamé a Pablo para agradecerle el gesto, quiero repetirlo aquí: gracias Scorofitz, Jorge, Esteban y Marisa por su afecto, que en estas circunstancias son un mimo al alma y un soplo de optimismo.
La noche del viernes al sábado la pasé sin el respirador y no tuve ningún problema para respirar.
Sin embargo, pasadas las 2 de la madrugada del sábado, me desperté y como me puse nerviosa, temiendo que no me den el alta ese día, no podía volver a dormirme.
Recién pude hacerlo alrededor de las 5.30 y hasta las 7.
En los primeros controles que me hicieron, la médica de guardia me dijo que me faltaba un poquito y tal vez podrían dejarme un día más. Sólo dependía del equipo de neumonología.
Después de las 10 llegó el doctor Oyhamburu, quien trajo un espirómetro portátil y aunque faltaban dos puntos para llegar a la cifra ideal para que me dieran el alta, optó por dármelo igual, con la condición que cumpla a rajatabla con todas las indicaciones correspondientes.
Tuve el permiso para hacer compras, pero no caminar demasiado y menos aún hacer actividad física, lo cual quedó descartado, ya que hace tiempo abandoné el deporte.
Me sumó el lunes 10 y el martes 11 como parte de enferma, y el martes, sin turno tengo que ver a mi neumonólogo para que me dé él el alta definitivo.
Quiero agradecer al Hospital Británico, porque al igual que cuando tuve una doble fractura de la muñeca derecha y el doctor Alejandro Tedeschi me realizó un tratamiento y una cirugía impecables, esta vez la atención volvió a ser brillante.
Agradezco entonces desde el primer enfermero que me atendió en la guardia, todas las médicas que no recuerdo su nombre, porque iban cambiando de acuerdo al turno, las enfermeras, mucamas y no sé si llamarlos mozos, los chicos que con barbijo me traían la comida. Y sobre todo, a los doctores Bosi y Oyhamburu, que estuvieron al frente de mi atención, con una gran amabilidad y disponibilidad.
Mi única objeción es para uno de los guardias de la puerta de entrada del hospital, cuando ya me iba,  que me dijo que no se podía sacar fotos. Pero yo, por suerte, no sólo ya había tomado la última del frente con la que encabecé este escrito, sino que ya había fotografiado mi habitación y también filmado la misma, y el recorrido hasta salir al patio del centro asistencial.
También quiero agradecer a todas las personas, amigos, familiares y compañeros, que me llamaron para saber cómo estaba y hasta se ofrecieron para ayudarme en lo que necesite.
Entre ellos, Alejo Rivera, Chiche Ferro, Pablo Scorofitz, Claudio Manzini, Ale Maroto, Mariana Filloy, Paz Morel Quirno, Paula Espoile, Marcelo Antín y a Marisa, Esteban y Jorge, que me saludaron desde la tele.
Lo mismo que mis padres, mi hermano Ángel, mi tía Teresa, su hijo, mi primo Sergio, que tan buena mano me dio al traerme lo que le pedía de mi casa y por ocuparse de mis mascotas.
Asimismo, a todos los que me enviaron sus buenos deseos a través de Facebook.
Voy a mencionar a los que tengo anotados hasta ahora y los que se sumen después, también se los agradezco de corazón: tío Chani, sobrino Inti Villegas, Juan Carlos Escobar, Lucía Portal, Gustavo Casanovas, Laura Galián, Fernanda Úbeda, Alejandro Labrone, María Ofelia Carranza, Marisa Andino, Gustavo Siegrist, Ariel Alear, Carla Gentile, prima Sonia Villegas, María Gracia Contartese, Gabriela Zagordo, Celia Coronel, Mónica Quispe, cuñada María Luisa Muñoz, Juan José Maderna, Viviana Toledo, Gabriel Bertsos, Virginia Trombetta, Susana Parra, prima Vilma Villegas, Heber Abálsamo, Andrea Albarello, Yanina Méndez, sobrina Cecilia Amaya, Paz Morel Quirno, Noralís Romanos, Daniel Fernández, Luz Gago, Fernando Chávez, hermanito Ángel Villegas, Ana María Nallar, prima Pato Villegas, Angélica Bustos, Marina Tomiozzo, tía Bichín, Ricky Valdez, Luis Grimaldi, Fabián Veppo, María Isabel Escobar, Antonieta Rofrano, Pedro Ibáñez, Marcela Schiariti, prima Verónica Villegas, Raúl Baissetto, prima Catina López, Lola Cardoner, sobrina Noelia Reales, Esteban Mirol, Mario Dandrea, Chiche Ferro, Oscar Heredia, Graciela Pereira Pazos, Romina Mohr, Renato Khan, Mariela Molina, Luis Núñez y Julio César Caram.
Y a los que sólo pusieron su emoji, que también vale, como Claudio Manzini, Marisa Cortéz, Mario Quintana, Marta Freigeiro, Silvina Boniface, Gastón Reyes, Ricardo Breottini, Paula Espoile y Gustavo Heit.
A todos, mi enorme agradecimiento de corazón. Los quiero y los bendigo.

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