viernes, 25 de febrero de 2011

ÁNGEL, MÁS QUE HERMANO UN AMIGO









Este es mi hermano Ángel, el profesor, el ahora director de un colegio en Neuquén, el más cuerdo y serio de los hermanos Villegas.
También es un ser humano de primera. Supo armar una hermosa familia con Patricia, su mujer, con quien se casó en 1992, y sus encantadores hijos Ernesto, Martín y Mateo.
Es solidario, sociable, con muchos amigos que lo adoran y muy divertido. Es imposible estar a su lado y no reirse a carcajadas.
Para adornar este escrito elegí fotos de instantes que lo definen.
Su alegría para brindar por los buenos momentos.
Su calidad de buen asador y excelente anfitrión.
Su emoción en el momento del Bautismo de Ernestito, el primero de sus hijos, que repite en distintos momentos de su vida. Porque él no se avergüenza de dejar caer sus lágrimas. Y eso lo hace más humano y más querible.
Y su enorme sentido del humor para hacer bromas y bancarse las cargadas.
Si hay alguien a quien no sé cómo llamarlo, ese es mi hermano.
Nacido como Angel Horacio el 5 de enero de 1963, se crió con otros apodos que indefectiblemente tuvo que ocultar por su condición de respetable docente.
De chico, mi mamá le puso "Chiquito" y hasta hoy es la única que lo llama así. Años más tarde, mi otro hermano, Jaño, lo bautizó "Chuleta", que de puertas para adentro seguimos llamándolo así.
Pero ahora que ocupa un cargo importante en la docencia, no le quedaría nada bien lo de "profesor Chuleta".
Una vez pasó eso con Alejandro Dolina. Lo hice saludar cuando estaba en Radio El Mundo y al ver el nombre "Chuleta" en el papel que le dejé, el "Negro" comentó al aire: "Chuleta, con este nombre no podría ser nunca agregado cultural de la Embajada de Bélgica".
Varios días me reí con ese comentario. Sobre todo con el remate que hizo, ya que también le había pasado los apodos internos de los otros miembros de mi familia: "Que me disculpe Yayi Villegas, pero sus parientes son una gentuza"...
Mi hermano ahora es Ángel. No sé desde cuándo se lo conoce de esa manera. Supongo que desde la época del Secundario. Y más aún en la Universidad.
Mi tía Teresa es la única que siempre lo llamó Horacio. Yo le digo "Hermanito", porque me gusta más y me libera de tener que preguntarle: "¿cómo querés que te diga?".
Es tanto lo vivido juntos, que por contar algunas cosas, podría dejarlo mal parado. Pero voy a hacer el esfuerzo de "no meter la pata".
Desde chicos, con mi hermano Ángel siempre tuve una buena relación. Sólo que ahora que lo pienso, el mérito es todo suyo.
Será por haber dejado de ser la preferida de la familia, reconozco que yo era bastante mala con él en la infancia y me aprovechaba de su inocencia.
De noche, por ejemplo, cuando estábamos de vacaciones en Entre Ríos y veía que venía un auto alumbrando con sus luces, le decía que salude "porque estábamos saliéndo en televisión". Y el pobrecito saludaba muy entusiamado.
Ni hablar de la "guachada" que le hacía para las Fiestas. Le gané unos cuantos caramelos, porque otra apuesta no podíamos hacer, al "adivinar" qué le iban a traer los Reyes Magos.
Como yo a los 8 años me enteré que "eran los padres", me aprovechaba de esa información. Mi madre dejaba los regalos que había comprado en la casa de una tía y el día 5, con algunas maniobras de distracción, los traía y los escondía en su ropero hasta la noche. Cuando ella se descuidaba, yo iba y espiaba para saber qué nos tocaría a cada uno.
Con esos datos, le decía por ejemplo a mi hermano: "a vos te van a traer un autito". Y como eso era lo que le dejaban los Reyes, yo quedaba como un "ser extraordinario" a la vista de mi hermano.
Cuando Ángel era un nenito, odiaba era ir a la peluquería. Cada vez que mi papá decía: "me parece que tendríamos que hacerle cortar el pelo". De inmediato mi hermano respondía: "Mejor achí, mejor achí". Y después cuando íbamos todos a cortarnos el pelo, era trabajo "insalubre" para el peluquero que tenía que lidiar con él. No había manera de hacerlo quedar quieto.
Otra particularidad de mi hermano chiquito era que le cambiaba los nombres a la gente. Pero no tenían nada que ver con el original, el que él les ponía. A un vecino de apellido Medrano, le decía "Yemen" y a un muchacho que atendía un kiosco, de nombre Severiano, lo llamaba "Babima".
Las paperas para Ángel fueron un gran momento de inspiración. En esos días de reposo obligado, escribió unos maravillosos cuentos sobre los gatos que teníamos en casa. El más gracioso y que se volvió mi preferido fue "Ladroneando". Contaba sobre "Nino" y "El Oveja", dos de nuestros gatitos, más traviesos en la imaginación que en la realidad, que salían de noche a robar corpiños de las sogas.
Mi sufrido hermano tuvo que soportar el rol de "paleta". Cuando me puse de novia en la adolescencia, mi madre lo enviaba de acompañante cada vez que íbamos al cine o simplemente a caminar.
Yo creo que esa bronca de acompañante obligado, la vengó con el próximo novio. Con él jugaba al fútbol y sus encontronazos se convertían en un partido aparte, por las patadas a matar que se daban cada vez que peleaban una pelota.
Al venirme a Buenos Aires, nos privamos de compartir muchos buenos momentos. Pero nos desquitábamos en las vacaciones. Hicimos en una época una invencible dupla en paddle. No recuerdo haber perdido un partido juntos.
Otra cosa que me gustaba era ir con mi hermano a correr y a "putear" a la ruta. Mientras trotábamos, nombrábamos a la gente que nos parecía insufrible y la insultábamos a los gritos. Era un desahogo increíble, que si alguien nos llegaba a ver y escuchar, nos mandaba urgente al manicomio.
También eran gloriosos los partidos de "TEG" con mi otro hermano, Jaño, y algunos amigos. Varios días nos amanecimos jugando, mientras nuestra madre nos chistaba desde adentro y nos mandaba a la cama "porque era tarde". Y no la dejábamos dormir a ella con nuestras risas.
Los Cumpleaños de Ángel siempre fueron lo más esperado y divertido del año.
Después de las Fiestas de Navidad y Año Nuevo, donde era como una obligación estar contentos y dispuestos al brindis, la celebración de su Cumpleaños era un acto de libertad. Todos llegábamos distendidos a comer el asado que mi hermano asaba con maestría y a disfrutar con familiares y amigos de una velada inolvidable.
Los Cumpleaños de Ángel no hubieran sido los mismos, sin la presencia de Jaño y de nuestro amigo en común, Luís, un contador de anécdotas inigualable. Cuando se ponían a contar las travesuras de la infancia, llorábamos de la risa.
Dios fue muy generoso conmigo al haberme dado un hermano tan bueno y tan alegre. Siempre se dice que "a los amigos se los elige, en cambio a los familiares se los padece". En este caso, a mi hermanito, mi querido hermanito, yo lo elijo siempre como mi amigo, como mi hermano, como todo...

ANTONIO, EL AMIGO HEREDADO





Hace 28 años que conozco e inicié una amistad con Antonio Tarragó Ros.


Además de ser un músico extraordinario, es un tipo con el que se puede hablar de todo y es ante todo una buena persona. Lo incluyo en el grupo de los rescatables como ser humano, entre las figuras que entrevisté a lo largo de mi vida periodística.

Aunque no nos veamos tanto como antes cuando yo era cronista de medios gráficos, seguimos en contacto de vez en cuando vía teléfonica.

A Antonio lo considero mi amigo y lo que me enorgullece, es que él también me considera de la misma manera.

La primera entrevista, que incluí como imágen en este escrito, se la hice en 1983, cuando yo tenía a cargo una sección de Rock en la revista "Casos", de la Editorial Perfil. La sección se llamaba "Rockasos" y la heredé de un periodista que después renunció al semanario.

Cuando yo llegué a la revista, Rubén Dotro hacía la sección solo. Pero pasado un tiempo, además de las notas que me tocaba cubrir en la calle, el subdirector del semanario, Francisco "Pancho" Loiácono, decidió sumarme a mí también.

No sé si esto a Rubén le habrá gustado demasiado, me imaginó que no, pero en el tiempo que compartimos el trabajo, no tuvimos ningún problema. Cada uno traía su propia información y se publicaba de acuerdo al orden de importancia.

Cuando Rubén se fue, decidí darle a la sección un giro de 180 grados. Si bien seguí con los comentarios de discos, que ya estaba, opté por incluirle un mini-reportaje a figuras de la música. Y darle cabida, además del rock, a otros géneros musicales.
Comenzaron a aparecer artistas de folklore, candombe, jazz, música latinoamericana y en esencia, de todo lo que sonara bien. Lo bueno es que Pancho Loiácono me dió libertad para manejar la sección a mi gusto.

Así llegué a conectarme con Antonio para hacerle un reportaje. Lo cité en la editorial, que en ese entonces estaba en Sarmiento y Cerrito, a pocos metros del Obelisco y hacia el monumento símbolo de Buenos Aires fuimos para hacer las fotos. El reportaje se lo hice en un bar de la zona.

Lo que Antonio no se imaginaba era que en el medio de la nota, yo le iba a contar que mi mamá había conocido a su padre, el gran músico del chamamé, Tarragó Ros. Se interesó de inmediato en saber lo poco que yo podía aportarle del hombre que le había dado la vida. Una vez terminado el reportaje, me quedé charlando con él. Y ese fue el nacimiento de nuestra amistad. Una amistad heredada, podría decirse.

Cuando mi madre, mi tía y mis abuelos vivían en el campo en Entre Rios, en un lugar donde los conjuntos de música del Litoral solían ir a tocar, los músicos se alojaban en su casa. Tarragó y sus músicos, por ser habituales en la zona, varias veces durmieron en lo de mis abuelos. Según me contaba mi madre, eran gente muy respetuosa y seria, y les fue fácil ganarse el cariño de mi familia.

Antonio se había criado lejos de su padre, ya que debido al trabajo de Tarragó como músico, estaba mucho tiempo fuera de su casa. Por eso que alguien le hablara de él, aunque más no fuera de forma indirecta, lo emocionó.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y a punto estuvo de llorar. Descubrí que Antonio, además de ser un músico con un talento increíble, era un persona sensible. Un hombre que no se avergonzaba de demostrar que sentía la ausencia de su padre. Ese día también, pasó a integrar la galería de mis preferidos.

Más adelante, mi madre me dió unas fotos que tenía de Tarragó en el campo para que se las regale, y Antonio quedó muy agradecido con el gesto.

Cuando estuve en la revista "La Revista", le hice algunas entrevistas, una de las cuales también incluí como imágen en este escrito.

Esa fue la época donde más estuve en contacto con él. Vivía con su familia en Arévalo y Cabrera, a una cuadra de donde casualmente hoy está Canal 9.

Fuí varias veces a esa casa, pero más en calidad de amiga que de periodista. Eso también tuvo que ver con la amistad que inicié con Isabel, su ex mujer. Cuando estaba allí, podía optar entre quedarme a charlar con ella en el comedor o subir al altillo a ver cómo Antonio componía sus canciones.

Pude escuchar de primera mano, la música que le hizo a la película "La ciudad oculta", protagonizada por Edgardo Suárez y dirigida por Osvaldo Andéchaga. Recuerdo que mientras la tocaba, me describía la imagen del protagonista caminando bajo una niebla y un frío que calaba los huesos, con la villa en la madrugada como escenario de fondo.

También ví cómo armó con Teresa Parodi un disco compartido. Se llamaban por teléfono y mientras Antonio la acompañaba con su acordeón desde su casa, Teresa le cantaba la letra que ella había escrito desde la suya.

Tuve el privilegio de ser invitada a dos de los Cumpleaños de mi amigo.
Antonio disfrutaba muchísimo de esas celebraciones, porque decía que cuando era chico, nunca nadie se lo festejó.

La figura infaltable era César Isella, nacido como él el 18 de octubre. Y entre otros, Andrés Cascioli, el director de la revista "Humor" y su mujer, Nora. También la esposa de León Gieco, sola, porque León siempre andaba de gira. Y los músicos de Antonio. Poca gente, pero muy interesante.

Lo extraño era que aún con la presencia de músicos, nadie tocaba nada. Era una celebración muy conversada. Y sin embargo, nada aburrida.

Mi foto con Antonio, con un sombrero suyo, fue en un festival de música latinoamericana que se hizo en el campo de juego del Club Obras Sanitarias.

Ese día sentí que toqué el cielo con las manos y todo gracias a mi amigo.
Entre otros artistas, además de Antonio, tocaron Chico Buarque, Víctor Heredia, León Gieco y Mercedes Sosa. Había un clima muy especial en el lugar, porque los músicos lejos de quedarse detrás del escenario, a medida que dejaban de tocar, daban la vuelta y se sentaban en el pasto con la gente a mirar el show. Y nadie los molestaba.

Yo estaba sentada en el pasto, cuando terminó de actuar Antonio y al verme, se vino a sentar a mi lado. Pero lo más maravilloso era que el resto de los músicos también venían a donde estábamos. Nunca me voy a olvidar haber saludado a Víctor Heredia, a quien ya conocía, al enorme Chico Buarque, a León...y todos después compartimos el aplauso a Mercedes Sosa, encargada del cierre del festival. Lamento no haber tenido en ese momento una cámara fotográfica para registrar ese instante único e irrepetible.

Con Antonio hemos tenido también nuestro tiempo de las cargadas. Él por ser de Boca y yo de River. Cierta vez que produje para el noticiero de Canal 9 un contrapunto con Ignacio Copani, fanático de River, en una previa del Superclásico, el muy "guacho" me mandó de regalo con el cronista que hizo la nota, un CD de chamamés que él había compuesto todos dedicados a Boca. Se llamaba "De Boca somos" y en la tapa me escribió una dedicatoria, que unida al título del disco, quedaba así: "De Boca somos con Yayi Villegas".

Lo llamé para agradecérselo y "retarlo" por la dedicatoria, y le dije que "no lo tiraba porque era él y lo quería, de lo contrario iba a ir a parar a la basura". Aún lo conservo, pero si lo escuché una vez, es mucho...

Antonio también conoció a mi tía Teresa. Pero no por mí, sino por un amigo que tienen en común. Él quería conocerla, porque mi tía es la autora de unos temas preciosos de música del Litoral y Antonio admiraba sus letras. Cuando hablamos después por teléfono, nos reimos de eso, porque nada más apropiado para relacionar la frase: "Qué chico es el mundo".

Con este relato quise brindarle mi humilde homenaje a un músico, con perdón del término, "de puta madre". Un grande. Un creador inagotable. Un representante genuino del ser nacional. Pero sobre todo, le rindo un homenaje al tipo simple, gracioso, sincero, buen padre. Un homenaje sentido a mi amigo Antonio Tarragó Ros.
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sábado, 19 de febrero de 2011

"NO ME ORINEN LA PROVINCIA"

Gracias a esta carta para el Correo de Lectores que envié a "Humor", que en esa prestigiosa revista decidieron publicarme como nota, volví a Buenos Aires a fines de 1982.

Yo estaba desde el año anterior en Jujuy, luego de una boda frustrada en Capital, pero en mi retorno a la casa familiar no me sentía a gusto. No por mi familia, que sin mencionar nunca mi fracaso amoroso, me dieron su afecto y contención. Tenía que ver con el plano profesional.

Quise empezar una nueva vida como periodista en el diario "El Tribuno de Jujuy". Sin embargo, me echaron de allí.

Sentía que el Periodismo era mi vocación, pero no estaba segura si yo estaba capacitada para ejercerlo.

Hasta que una mañana de domingo que iba a Misa, me encontré en el trayecto a pie con tres tipos orinando en la calle.

El rechazo que me produjo decidí revertirlo en un relato irónico. Como era una fanática de la revista "Humor", porque me enseñó a ver la realidad del país y a conocer el costado oscuro de la Dictadura Militar, la elegí para enviarle mi relato.

Enorme fue mi sorpresa cuando a los pocos días recibí un telegrama firmado por Aquiles Fabregat, jefe de redacción de la revista, en la que me decía que les había gustado lo que escribí y que en los próximos números iba a salir publicada.

Ese fue el día más felíz de ese año.

Con ansiedad esperé verla en el Correo de Lectores. Pero no, fue mucho más. Me dieron una página con el título que yo le puse: "No me orinen la provincia" y hasta le agregaron un elogio:

"Yayi Villegas, una despierta periodista de Jujuy, nos ha hecho llegar esta sabrosa crónica de sus pagos. La publicamos para que los provincianos vean que no somos tan localistas como dicen por ahí. Y fundamentalmente, la publicamos porque es graciosa".

Ese fue el espaldarazo para volver a Buenos Aires y jugarme la vida por mis sueños. Le escribí a Adolfo, un ex compañero del Círculo de la Prensa, quien me pasó el nombre de un contacto para buscar trabajo.

Por un profesor que habíamos tenido y que él se había vuelto amigo, llegué a la Editorial Perfil y aunque tuve despidos y altibajos, en este y otros trabajos, nunca más hice otra cosa que ser periodista.

La nota en "Humor" causó mucha polémica porque muchos no la entendieron y me tildaron de "racista". Justo a mí, que soy una defensora de las causas de los indígenas. Mi intención había sido la simple crítica a los cochinos que orinan en la calle a la luz del día, faltándole el respeto a la gente. Sólo eso.

Aquí transcribo la nota:

"Por sus bellezas naturales, Jujuy es uno de los lugares más visitados de la república.
La entrada a San Salvador, la capital, es a simple vista como todas las capitales de provincia. Con doble mano, iluminada, carteles indicadores verdes. Pero luego de pasar por el Estadio de Gimnasia y Esgrima y tomar la avenida El Éxodo, se inicia el show.
Tal vez el turista, embobado por el paisaje cerril, no baje su vista a la altura de un cuerpo humano y en consecuencia, no repare en alguna actitud extraña de la gente. Eso sí que no se lo perdono. Porque si mira en todas direcciones, se encontrará con uno o varios tipos orinando como en su casa.
A los interesados en la materia, les comunico que no solamente al costado de la avenida El Éxodo abunda esta especie, porque los ejemplares están distribuidos en toda la provincia. Vaciando sus vejigas para el regocijo de los amantes de este espectáculo. En las canchitas de barrio, donde un excusado brilla por su ausencia, los minutos de descanso ofrecen un panorama perfecto de los diversos tamaños de órganos viriles. Tanto los jugadores como el público, tienen la posibilidad de hermanarse en una causa común, sin distinción de razas y credos.
En cambio, en los estadios oficiales, aunque haya baños públicos, algunos hombres prefieren los muros, sobre todo aquellos artistas en potencia que son capaces de hacer en segundos, un muy buen dibujo al estilo Fati. Mientras tanto, hay otros que prefieren entretenerse en el entretiempo del partido, compitiendo en los siguientes juegos: "Quien lanza el chorro más alto", "Quien moja a más personas", "Quien dibuja primero una mujer", "Quien lo tiene más largo", "Quien más grueso", en fin, son tan variados y remunerativos, ya que también se aceptan apuestas, que muy pronto formarán parte del comentario de los periodistas deportivos locales. La posibilidad está en estudio.
La exhibición constante tiene la gran ventaja de que el hecho de decirle "boludo" a alguien está fundamentado en una comprobación previa. Por eso aquí no es tan común expresar ese insulto así porque sí.
Me referí primero a los potreros y estadios, ya que allí se encuentran en mayor número; pero los hay en las esquinas, al costado de la ruta, frente a las tapias de las casas, a las ruedas de un vehículo pesado, a los árboles, a los postes de alumbrado, en los mercados, etc, etc, etc. Están donde los llama la naturaleza.
A fin de que los hombres no me acusen de feminista, debo reconocer que en Jujuy también las mujeres tienen su historia. Ojo, no todas. Mis agachadas siempre las hago en los baños; caso contrario, en sitios apartados de las miradas. Las señoras o señoritas a las cuales deschavaré, son las que usan unas polleras amplias de terciopelo de vivos colores, cuya especie también es conocida en Buenos Aires, a través de la venta de limones, perejil y especias.
Aunque su accionar, sin el uso del novedoso "Pisnú", sea menos frecuente, éste se lleva a cabo en fiestas criollas, kermeses, festivales al aire libre, donde las mujeres deben permanecer mucho tiempo sentadas, controlando sus puestos de venta, los cuales, para hacer más fácil el desplazamiento, poseen rueditas, de manera tal de evacuar tranquilamente mientras se prepara un choripán, sin que el comprador lo note. Luego, como si nada, se corren a un costado con el kiosco, dejando a veces algo más que un simple charco. Es obvia la ausencia de la prenda íntima correspondiente.
Conste que lo que digo es totalmente cierto, incluso fue sufrido en carne propia por un par de amigos, porteños ellos, que visitaron Jujuy en calidad de mochileros. Habiendo armado su carpa en un lugar equis de la quebrada, muy cerca de un grupo de estas paisanas, comenzaron a sentir de pronto dentro del triangular recinto, un olor como a materia fecal. Caca, era. Una de ellas, al levantarse, los había galardonado con un precioso obsequio de bienvenida, muy bien rociado. Tuvieron que desarmar la carpa y armarla lo más lejos posible.
Ahora los dejo, porque tengo que tomar una foto. "Por favor, levántelo un poquito, para que parezca una fuente y sonría, gracias".

A los pocos días de llegar a Buenos Aires, ya para instalarme, fuí a la redacción de "Humor" para agradecerles en persona lo mucho que les debía por haberme inyectado de manera indirecta el optimismo que necesitaba. También me llevé una sorpresa, no sólo por el buen trato que tuve, sino que me pagaron la nota. Nunca lo hubiera esperado, porque para mí había sido una simple carta de lectores.











domingo, 13 de febrero de 2011

VOLVÍ A SENTIR MIEDO


La oscuridad, un vidrio en primer plano y una esquina de Buenos Aires.


Esto que parece inexplicable, tiene que ver con lo que me sucedió una madrugada de la semana pasada, cuando iba a trabajar y volví a revivir un incidente de inseguridad del que fuí protagonista en julio de 2010.


El lugar era casi el mismo. Sólo que el año pasado, cuando fuí atacada por un delincuente, ocurrió a 30 metros de la parada de colectivo.


Esta vez fue en la parada misma.


Cuando iba llegando a la esquina, ví allí a un cartonero con un carro de supermercado que estaba sacando papeles y cartones para hacer aparentemente una cama en la vereda.


Por el miedo que me quedó del año pasado, evité pasar a su lado y me bajé a la calle, hasta llegar a donde tomo el colectivo.


No sé si reparó en mí o no, porque pasé muy rápido. Pero lo sentí peligroso. Tiraba las cosas como con rabia y yo no quería ser una víctima involuntaria de su reacción violenta.


Por costumbre y de alguna manera para no estar tan expuesta, no me paro en la parada, sino apoyada en un poste de luz que está más cerca de la esquina. Lo siento como si fuera un escudo que me protege la espalda.


En ese momento que me coloco delante del poste, veo pasar un vaso o algo de vidrio que se estrella y se hace añicos en la calle. Cuando miro hacia los balcones, para descubrir si alguien lo había lanzado de allí o había sido el cartonero, otro vidrio, vaso o no sé lo que era, pegó contra el poste de luz y en el rebote me pegó en el cuello.


Por suerte, como estaba fresco, lo tenia cubierto con la campera, sino tal vez me hubiera lastimado.


Antes de correrme hacia la pared y quedar cubierta bajo un alero, tomé la cámara y filmé el vidrio y luego, de lejos, el lugar en la calle donde se había estrellado el primer vaso. Quería tener un documento para demostrarme a mí misma que no lo había soñado. Que no era mi imaginación.


Mientras tanto, el cartonero, no conforme con el lugar elegido para dormir, levantó todo y se fue.


No puedo decir si fue él o no. Yo no lo ví. Tampoco sé si yo era la destinataria del ataque. Alguien lo hizo y los objetos fueron lanzados con mucha violencia, casi diría con ánimo de herir a alguien.


Es difícil no pensar lo peor cuando una alguna vez fue una víctima de la inseguridad. El miedo me gana. Y no sólo en esa, sino en todas las madrugadas. Cada persona que veo me resulta sospechosa. En cada joven corpulento, veo al tipo drogado que me lastimó con un cuchillo.


La solución a medias que encontré para no padecer tanto en las madrugadas, es llegar a cinco minutos del paso del colectivo. Pese al poco tiempo, siento como interminables esos minutos, hasta que veo avanzar al 168. Y allí me vuelve el alma al cuerpo.