domingo, 27 de octubre de 2013

LOS "CORRECTIVOS" DE MI MAMÁ




















A toda hora de mi vida le agradezco a Dios contar con mi mamá.
Como para mí todos los días son el "Día de la Madre", es que decidí volver a escribir sobre ella.
Sólo que esta vez lo hago desde un lugar diferente.
Ella es mi amiga. La incondicional. La única con la que puedo hablar de todos los temas. Desde los personales a la actualidad,  porque le encanta estar informada.
Nuestras charlas diarias tardan lo que tardan los taxis, en el regreso del trabajo a casa.
Pese a que nos comunicamos todos los días, sin excepciones, la mayoría de las veces nos queda corto el tiempo para comentar todo lo que nos pasa y para hablar del caso policial o del espectáculo del momento.
Mi mamá tiene la particularidad de convertir en anécdota hasta los hechos más simples de la vida.
Un resfrío, apostar un determinado número en la tómbola, la comida de sus gatos, la limpieza de la casa, la feria de los viernes para comprar frutas y verduras, el termotanque que se apaga, a todo esto y más, suele darle un vuelo de aventura.
Pero mi enfoque de hoy está dirigido a la madre rígida que tuve en la infancia y adolescencia. Una postura que me marcó, pero que por suerte no me dejó secuelas negativas. Todo lo contrario.
Por ser la primera, fui la gran mimada por mis padres y abuelos. Hasta que tres años después nació mi hermano Ángel y las preferencias quedaron divididas. Mi papá siguió eligiendo a la nena y mi mamá al nene, que dicho sea de paso, aún perdura.
Pero ya no me molesta. Lo tomo como viene y está todo bien.
Por ser la hermana mayor, cada vez que nos portábamos mal con mi hermano, el "correctivo" más fuerte lo recibía yo.
Aunque una persona muy cercana me dijo una vez que mi mamá había sido muy cruel conmigo, cuando era pequeña, yo no lo recuerdo. Si fue malo aquello, el tiempo se encargó de sacarlo de mi memoria y no me quedó ningún rencor.
Más bien lo tomé como parte de la educación de lo que soy en la actualidad. No sé si una buena persona, pero sí con intenciones de serlo y enarbolando la bandera del respeto y el agradecimiento hacia todos los que me dieron una mano a lo largo de la vida.
Seguramente por contener un toque de humor, me quedó en la memoria una paliza materna en Entre Ríos.
Estábamos con mi mamá, mi hermano Ángel y mi abuela "Pichona" en la Terminal de Ómnibus de Paraná, para viajar a Basavilbaso, luego de transbordar varias veces desde Jujuy, para seguir viaje a Basavilbaso, donde vivían mis abuelos maternos.
Como la salida se demoraba, con mi hermano, aburridos de tanto esperar, nos decontrolamos. Nos pusimos a correr de aquí para allá, incomodando no sólo a mamá, sino también a las personas que esperaban sus micros.
El "correctivo" por parte de mi mamá no tardó en llegar. Pero el chirlo tuvo una sola destinataria: yo. A mi hermano no lo tocó. Entonces, llorando, le dije: "¿Por qué siempre le pegan a él y no a mí?".
Lógicamente, tenía que decirlo al revés. Sólo que con la angustia a cuestas, me equivoqué.
A mi abuela le hizo mucha gracia y no podía parar de reír. Su risa tan contagiosa hizo que yo también me tentara y se me pasara la bronca por "la falta de equidad en el castigo".
Otra travesura que me quedó en la memoria está relacionada con el asco. Por eso se me hizo imposible olvidarla.
Como en casa no nos comprobaban chicles para que no nos arruináramos los dientes, prácticamente ni le conocíamos el gusto.
Hasta que un día encontré en el patio de casa, un chicle que habían arrojado los vecinos de arriba y a mí me venció la curiosidad y me lo metí en la boca.
Cuando mi mamá descubrió que estaba mascando un chicle usado, me dio una paliza tremenda, que en verdad la tenía merecida.
Nunca más repetí la experiencia.
A medida que fui creciendo, los "correctivos" fueron quedando de lado y la relación madre-hija se fue afianzando hasta el presente, donde nos llevamos de maravillas.
Nunca hablamos de este tema de las palizas, así que si alguien se lo cuenta a mi mamá, le llamará la atención que haya mencionado la época en que era traviesa y me hacían "pagar caro" el precio de las travesuras.
Para poder adornar este relato, busqué algunas fotos en las que estábamos juntas, mi mamá y yo.
La primera es en el monoblock donde viví desde mi niñez hasta mi adolescencia, en Centro Forestal, "la aldea", como yo la llamaba, en las afueras de la ciudad jujeña de Palpalá.
Para estar a mi altura, que estaba sentada en una pequeña silla, mi mamá se tuvo que arrodillar. Habré tenido por esa época unos 2 o 3 años.
La dos fotos siguientes son de mi mamá muy joven y en el campo, en Entre Ríos, con una falda amplia y una sonrisa angelical.
En ese tiempo, yo no estaba ni en sus planes, porque aún mi papá no se le había cruzado en su camino.
Las dos fotos con mi mamá son de una Navidad, a mediados de los 90', en una casa que le prestaron a la suegra de mi hermano Ángel, en el Barrio Los Perales, en la ciudad de Jujuy.
En la segunda, tengo en brazos a mi sobrino Ernesto, que hoy ya tiene 20 años.
La foto con la blusa a lunares no recuerdo cuándo me la saqué. Me había tomado todo el sol. Parecía una brasileña. Pero el sol no era carioca, sino de Jujuy, que también quema bastante.
Supongo que debe haber sido cuando estaba de moda el Paddle. De mañana tomaba sol y a la tarde nos íbamos con mi hermano Ángel a jugar Paddle con un grupo de amigos. La pasábamos bárbaro. Y yo quedé así de oscura.
La última foto con mi mamá fue este año en Semana Santa, en la Parroquia San Cayetano, de Palpalá. La compartí con mi prima Mirta y el padre Ian, párroco del templo.

martes, 1 de octubre de 2013

TESTIGO DEL OCASO DE UN CAMPEÓN: MARTÍN KARADAGIÁN



En junio de 1984, trabajando para la revista "Tal Cual" de la Editorial Perfil, me encomendaron la tarea de cubrir la nota sobre un momento muy difícil en la vida de Martín Karadagián.
El creador de "Titanes en el ring" sufría una dolencia en su pie derecho por problemas circulatorios, pero con el paso del tiempo su estado se complicó y después de varios intentos por evitar lo peor, no hubo más remedio que amputarle la pierna.
Era muy extraño para mí seguir de cerca el sufrimiento, aunque intentara disimularlo, de un hombre de quien tenía la imagen de un personaje valiente e invencible en la infancia, con la triste realidad de un hombre al que habían dejado sin su pierna derecha.
Al ser una revista semanal, tuvimos algunos días para cubrir lo que sucedía en el Sanatorio Anchorena, donde se encontraba internado el campeón de catch, antes de cerrar la nota para ser enviada a impresión.
El director del medio determinó que fueran dos periodistas, Diana Malizia y yo, las que nos turnáramos en el lugar para hacer las entrevistas con familiares y allegados de Karadagián, y conseguir sobre todo poder hablar con él.
Mientras el fotógrafo de turno se quedaba en la planta baja, nosotras subíamos hasta el sector de internación para estar más cerca de la información. Nadie nos decía nada porque pasábamos como familiares de las personas que se recuperaban en las distintas habitaciones.
La primera nota que salió publicada estaba firmada por mí y por Diana, en ese orden, ya que tuve la fortuna de ganarme la simpatía de "Pichi", la esposa, y de Paulina, la hija de entonces 12 años de Martín, lo que permitió, una vez que fue llevado a una sala común, ser aceptada para entrevistarlo.
Nunca antes le había hecho una nota. Mi imagen era hasta ese momento la de la televisión, cuando con mis hermanos, en Jujuy, no nos perdíamos su programa y teníamos, al margen de él, a nuestros luchadores favoritos.
Por eso me producía una sensación muy extraña conocer al líder de "Titanes en el ring", en persona y en circunstancias adversas.
Me sorprendió su amabilidad, respeto y simpatía, pese a que no era nada fácil para un deportista como él, haber sufrido una amputación.
También me enterneció el amor que demostraba por los chicos. Varios pequeños le habían enviado cartitas desde distintos puntos del país para darle ánimo y Karadagián las leía a todas y las guardaba como un auténtico tesoro. En la nota publicamos una de esas declaraciones de afecto de sus pequeños admiradores.
Como a partir de esa nota, me siguieron enviando a mí para hablar con él, en el sanatorio y luego en su piso de la Avenida Callao y Las Heras, pude ser testigo de sus cambios de ánimo.
Karadagián padeció dos años y medio en secreto, el mal que afectaba a su miembro inferior derecho. No quería que interfiriera en su trabajo de alegrar a los chicos con sus peleas. Hasta que llegó el momento en que se hizo insoportable y los médicos tuvieron que ponerse firmes, y actuar en consecuencia.
Incluso sus amigos más íntimos y compañeros de tareas, se enteraron del problema congénito de arterias tapadas que sufría y que se fue agravando con el paso del tiempo.
Mony Acher, su mano derecha y administrador, contó en la primera nota cómo fue su malestar hasta desencadenar en la amputación.
"Desde hace diez años, Martín se está tratando con un matrimonio de médicos muy famosos a los que tengo totalmente prohibido mencionar. Pero en diciembre pasado (hablaba de diciembre de 1983), el gran campeón, por indicación de estos profesionales, tuvo que conectarse con el doctor Parodi, del Hospital Castex, en San Martín, por una infección que se originó en su pie derecho".
Con el propósito de aliviar sus dolores y aumentar su irrigación sanguínea, el médico le hizo una pequeña operación. Pero como la herida no cicatrizaba, en abril lo llevaron al Sanatorio Británico.
Acher seguía contando que "allí Martín se sometió a 18 sesiones de oxigenación en la cámara hiperbárica, pero en este caso, el tratamiento tampoco dio resultado. Los dolores continuaron y el fin de semana previo al jueves 24 (de mayo de 1984), día de la operación, sus molestias eran insoportables".
Para evitar una infección mayor, Parodi, en junta médica con otros cinco profesionales del Sanatorio Anchorena, decidieron que la única posibilidad que quedaba era amputar su pierna hasta arriba de la rodilla.
La operación de dos horas y media, resultó exitosa. Sólo que la recuperación fue muy lenta.
No podía con su genio. Era un trabajador incansable, creador de los personajes que asumían sus luchadores, incluidas las músicas de cada uno, y de todo lo que sucedía alrededor del programa, como la "Viudita misteriosa" que quería conquistarlo y el extraño "Hombre de la barra de hielo", que pasaba en medio de las luchas. Todo eso había salido de su mente.
En los primeros momentos, aún posando con su muñón, Martín se mostraba muy optimista.
El doctor Carlos Samaria, director en ese momento de Ortopedia Alemana, ya tenía para él la prótesis que reemplazaría a su pierna amputada. Y Karadagián continuaba soñando con la creación de más personajes, donde él tampoco se sentía ajeno.
Su hija me contaba que habían pasado apenas 12 horas desde la operación, cuando su papá le dijo que a todos los que preguntaran por él, les dijera que "estaba bien, que seguiría luchando y como tenía una pierna menos, haría del "Pirata Martin", un luchador dispuesto a pelear con "Simbad el Marino".
Si bien los médicos no lo autorizaron a volver a luchar, Karadagián siguió vinculado a su programa en televisión y a un espectáculo de catch en teatro, pero desde el rol de creador y productor.
Sorprendente su espíritu de lucha.
Tuve la oportunidad de seguir un tiempo más en contacto con él y su familia, porque ante el aumento de las ventas de la revista, los jefes me pidieron que me ocupara de la relación del campeón con sus pequeños fanáticos, a través de las numerosas cartas que recibíamos en la editorial para Martín y que yo misma se las llevaba a su casa.
Karadagián se encargaba de contestar cada una de esas cartas y lo hacía a través de la revista.
Cuando a los jefes les pareció que el tema ya no daba para más, dejé de entrevistarlo y nunca más lo vi.
Aunque era un hombre, como él lo decía, al que no le importaba estar postrado en una silla de ruedas, usar muletas o caminar con dificultades con la prótesis, sólo estar vivo, a la larga no pudo soportar sus limitaciones.
Los problemas de salud, sumados a una tristeza irremediable, lo llevaron a la muerte siete años después. Martín Karadagián murió el 27 de agosto de 1991, a los 69 años.
Pero el campeón mundial de catch nunca morirá para sus fanáticos. Está vivo en la canción que lo acompañaba al ingresar al cuadrilátero y que se escucha de vez en cuando. Y también en lo corazones de aquellos chicos, hoy grandes, que tomaban la merienda, mientras en la tele todos se "mataban". A golpes, pero de mentira...

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