sábado, 24 de diciembre de 2011

PLAZA SILVIO SOLDÁN RESTAURADA





El año pasado, alrededor de esta fecha, visité la Plaza Silvio Soldán, en el Barrio Paso de Jama, en la ciudad jujeña de Palpalá.
Me pareció muy acertada la idea del intendente local, Alberto Ortíz, de rendirle un homenaje en vida a una personalidad como Silvio Soldán. Como así también que lo invitara en enero de 2007, a la inauguración de la plaza, que también recuerda al programa "Grandes Valores del Tango", que lo tuvo como conductor por varios años en Canal 9.
Lo que reproché en diciembre de 2010 fue el lamentable estado del paseo público. Tenía el pasto alto y los monumentos estaban pintarrajeados con dibujos horribles, y mensajes de amor e insultos. Incluso puse en mi escrito que tal vez el intendente, con tantas ocupaciones, eso no lo sabía, pero que sería bueno que alguien le avisara para cambiarle la cara a la placita.
No quería, sin embargo, quedarme con esa imagen. Me prometí a mí misma, que cuando regresara en abril y la plaza volvía a lucirse como en el tiempo de su inauguración, lo iba a registrar con fotos y videos para "levantarle el aplazo".
Pero no fue así. La plaza seguía igual de olvidada. Sólo que por el poco tiempo que estuve en Jujuy en ese momento, no me dio tiempo para fotografiarla y filmarla, y escribir que "todo seguía igual que en diciembre del año pasado".
Será porque Silvio me cae bien y también el intendente, por toda la obra que ha hecho transformando basurales en paseos públicos, aumentando los lugares para la práctica de deportes e incentivando la Cultura, que decidí esperar hasta ahora.
Es que yo quería decir con orgullo: "Vieran que linda placita tiene Silvio Soldán en la provincia de Jujuy".
Hasta mi nuevo regreso, se produjo un hecho inesperado.
Una noche, en pleno invierno, escucho a Baby Echecopar en su programa de Radio 10, leer mi texto sobre la plaza, tal cual yo lo había escrito en mi blog, pero sin mencionarme a mí como autora. Nada. Él sólo se hacía eco por la existencia de una plaza para Soldán que "estaba olvidada".
Mandé de inmediato un mensaje de texto a la radio para que me llamen y así poder contarle a Baby que había leído un escrito mío y para explicarle pormenores de la existencia del paseo público. A los pocos minutos, su productor, me llamó y me dejó en espera.
En ese interín, la producción se comunicó con el intendente Alberto Ortíz. Me imagino la reacción del funcionario, al recibir pasada la medianoche, cuando tal vez ya estaba en cama, un llamado de Radio 10 para pedirle explicaciones por el "mal estado de la Plaza Soldán". Otra persona ni siquiera lo hubiera atendido.
Sin embargo, Ortíz, con toda amabilidad, se sometió a las consultas de Baby. Aunque eso sí, le debe haber crecido una naríz de Pinocho, porque negó que la placita estuviera abandonada. Y yo tenía gente que daba fe que hasta esa fecha no se había hecho nada al respecto.
Después la entrevista se fue por otros caminos, ya que Baby le comentó que le había encantado Jujuy, cuando estuvo con su espectáculo unipersonal en la capital provincial, y que quería repetir la experiencia. Esto le dio pie al intendente para decirle que en Palpalá él había reinaugurado un teatro con todas las comodidas y que sería un honor que Baby se presentara en él.
Alberto Ortíz se fue a dormir tranquilo. Yo mientras tanto, seguía en línea, esperando, hasta que finalmente me pusieron al aire con el conductor del programa.
No sé si no me creyó o simplemente se hizo el gracioso, pero cuando le dije que había leído uno de los escritos de mi blog y había visto las fotos que yo saqué, me respondió que "no era cierto, que la información de la plaza se la había enviado un corresponsal que tenía en Jujuy". Sólo alcancé a decirle que la plaza aún seguía descuidada.
La charla no se extendió demasiado. Advertí de inmediato que ya se había aburrido del tema y todo quedó ahí.
Yo en cambio, me quedé muy molesta con quienes habían publicado mi escrito, sin reconocerme como su autora. Sólo eso, porque nunca pretendí dinero por esa información.
Me puse a buscar por internet y allí apareció que el portal "En Instantes", al que yo se lo había enviado en el verano, lo había publicado como propio, con mi texto, sin ninguna modificación y con las fotos que yo había tomado.
La queja se la envié por twitter, pero nunca me respondieron. Ni para mostrarse molestos, ni para pedir disculpas. Ahora eso quedó atrás.
Apenas llegué en esta oportunidad a Jujuy, le pregunté a mi mamá por la Plaza Soldán. Ella me respondió que habían borrado los garabatos y pintado los monumentos. Y es verdad, la placita está linda como si recién la hubieran inaugurado.
Bajo un sol abrazador, fotografié y filmé su cartel verde identificatorio, su Obelisco, su guapo realizado con hierro, su bar y su bandoneonista, encabezando el paisaje.
Así es como quería verla, restaurada y lista para que todos la conozcan. El intendente cumplió, seguramente después de la nota con Radio 10, con tenerla cuidada. Ahora sí vale la pena darse una vuelta por la "Plaza Silvio Soldán y Grandes Valores del Tango"...

martes, 20 de diciembre de 2011

"MOIRA" YA NO ESTÁ



"Tu gatito dejó de sufrir". Con estas palabras y entre lágrimas, mi tía me comunicó por teléfono y a 1900 kilómetros de distancia, que Moira había sido sacrificado en el Instituto Pasteur.
Antes de viajar para visitar a mi familia, le toqué la cabecita y le dije: "Chau, Moirita, tal vez esta sea la última vez que te vea..."
Así fue. Su muerte era inevitable. Era inhumano hacerlo permanecer con vida con un cáncer en la boca que lo iba debilitando día a día.
En la última visita al veterinario, hablamos sobre la eutanasia y el precio de la misma. Pero si bien me dijo que más allá del antibiótico que le habían aplicado el 3 de diciembre, con duración de un mes, y un antiséptico que a manera de spray le aplicaba en la boca para anestesiarlo, al menos por un rato, era lo único que se podía hacer por él.
En esa oportunidad, ni siquiera me quiso cobrar la visita. Pero como su política es la de no sacrificar a ningún animal, mientras coma, por eso habían optado por esperar un tiempo más.
Lamentablemente, tuve que dejárselo al cuidado de mi tía en esas condiciones. No hubiese querido que ella, una mujer de 80 años, asumiera la responsabilidad de cuidarlo estando tan enfermo y también decidir la suerte de mi animalito.
Para evitar que el veterinario, vuelva a decir que "aún no es tiempo de sacrificarlo", mi tía no lo llevó a la misma veterinaria, sino que en un taxi lo trasladó al Pasteur.
Allí se dio cuenta de la situación deplorable del gatito. Que no había otra solución que la eutanasia. Ese pelo que en la primera foto aparece brilloso, últimamente se había tornado gomoso, pegadizo y opaco.
Me contó que en los últimos días, ya no podía ni sacar la lengua porque el cáncer estaba haciendo estragos en su boca. Eso significa que apenas podía comer. Porque el tumor estaba al lado de la dentura. Pobrecito. Cómo habrá sufrido y él nunca se quejó.
No soy partidaria de la muerte de una persona, porque Dios es quien decide cuándo nos llega el momento. Pero hay situaciones extremas donde el sufrimiento, me obliga a pensar en excepciones.
Es lo que me sucedió con Moira. Yo sabía que era un enfermo terminal. En mi interior, como me pasó con Bambita que murió sin intervención de un tercero de un cáncer fulminante de páncreas, hubiera querido que con Moira ocurriera lo mismo.
Pero hay que ser realista, era una crueldad extenderle la vida.
Pese a que el tiempo que estuvo conmigo, traté de darle lo mejor, Moira tuvo una vida de mierda. Así, lisa y llánamente.
Cuando Canal 9 se mudó de la calle Gelly en Palermo Chico al edificio que había sido un mercado en la calle Dorrego y Conde, en Colegiales, Moira ya estaba. Por eso desconozco su edad. Sé que era viejito, porque nosotros nos mudamos en 1997.
En ese tiempo, no sabía que era un gato. Yo creía que era una gata, ya que no se le veían los testículos. Por eso le puse Moira. Pero después me enteré que una chica del canal, que como yo le daba de comer, lo había hecho castrar. El nombre ya lo tenía y pense en la Mona Jiménez, que es hombre y le dicen "Mona", y le quedó "Moira", aunque yo también lo llamaba cariñosamente "Moireso".
Lo traje de Canal 9 porque algunos de mis "compañeritos" me amenazaron con matarlo, ya que tenía la costumbre de dormir en la redacción. Me culpaban a mí de esa costumbre del gato y no escuchaban mis explicaciones de que el animal vivía allí, antes que trasladaran la redacción del noticiero a ese sector del canal.
Un buen día, volví a la tarde con la jaula y me lo llevé a casa.
Pero cometí un error. No busqué a otra persona para que lo ingrese al departamento y mis otros gatos, celosos, cuando me vieron entrar, lo odiaron hasta el final de sus días.
Por muchos años vivió escondido, con su comida y sus piedritas para las necesidades propias, y sólo moviéndose en un radio muy pequeño. Si llegaba a intentar moverse de ese lugar, cualquiera de los otros gatos y sobre todo Cocó, venía a atacarlo. Y yo tenía que interponerme para que la cosa no llegara a mayores.
Sin embargo, desde el año pasado decidió liberarse. Salió de atrás de un mueble y comenzó a utilizar un almohadón. Y los demás no lo molestaban tanto. Como si hubieran comprendido que tenían que aceptarlo. Que era uno más de mis "hijos".
Después le compré una camita para felinos, de modo que alternaba entre el almohadón y la camita. Pero lo que más le gustaba a Moira, sobre todo en la época de Primavera y Verano, era estar en la camita, en forma de pantufla gigante, que estaba en el balcón. Seguramente elegía ese sitio, porque él había vivido afuera, en el patio del canal.
Sé que no fue suficiente el amor y la protección que le brindé en estos años. Tampoco los remedios sirvieron para nada. Y lo que más me duele en este momento es que no estuve con él en sus últimas horas de vida. Una caricia de su "mamá postiza" le habría venido bien, antes de recibir la inyección letal.
Lo único que compensa mi tristeza es pensar que en el cielo de los gatos, Moira es ahora libre, sano y feliz. Chau, Moirita, nunca te olvidaré...

martes, 13 de diciembre de 2011

"LOS ABUELOS..." EN EL EX MERCADO DE ABASTO






En 1954, el cineasta Lucas Demare reflejó como nadie en su película homónima, lo que era el mundo del Mercado de Abasto.

Guapos, mujeres de armas tomar y dispuestas a tomarse a golpes por el amor de un hombre, un dueño que se negaba a pagar los impuestos y el tango infaltable para ponerle letra y música a los avatares de la vida. Y en ese mundo de verduleros, fruteros y carniceros, estaba Tita Merello, la carnicera del mercado, para inmortalizar con su voz, su belleza criolla y su particular manera de interpretar, el inolvidable tema "Se dice de mí".

Este era el barrio de Carlitos Gardel. El de los primeros amigos. El barrio donde comenzó a deslumbrar con su voz única y que lo llevó a los escenarios del mundo.

Al viejo Mercado de Abasto llegaban los camiones y los carros del campo, cargados con las frutas y verduras, y los animales faenados, para vender directamente al público, y para distribuir a todos los centros de venta de la ciudad de Buenos Aires.

Esa mole marrón que ocupaba dos manzanas y que con el paso de los años, convirtió al barrio en un sitio sucio, invadido por las ratas y lugar de cita de malandras, un buen día cerró sus puertas.

En 1985, comenzó a hablarse de un proyecto de centro cultural como el Pompidou francés. Un lugar ideal para cambiarle la cara al barrio, como en definita sucedió.

Pero el sueño en manos de una docena de arquitectos, más allá de los cines y salones de exposiciones, se centró en los locales comerciales, donde hasta el sótano fue aprovechado con más comercios y el estacionamiento subterráneo.

Yo trabajaba en esa época en la revista "Siete Días", donde surgió la posibilidad de unir el escenario de un edificio vacío, pero limpio y listo para comenzar a edificar, para hacer una entrevista delirante con el entonces exitoso grupo de rock "Los Abuelos de la Nada".

Ana Albarellos, jefa de prensa de la agencia que representaba a los músicos, se encargó de llevar los disfraces de mago para Miguel Abuelo, voz y percusión; Cachorro López, bajo y voz; Andrés Calamaro, teclados y voz; Polo Corbella, batería y voz; y Juan del Barrio, teclados. Y una carretilla cargada de lechugas, repollos y acelgas, mezclados con libros e instrumentos musicales, como una manera simbólica de unir la Cultura con la historia del viejo Mercado de Abasto.

Con buena onda, los artistas se prestaron al juego de imaginarse magos para las fotos de un fotógrafo de lujo como Eduardo Marti, amigo de Luís Alberto Spinetta y el padre del músico Emmanuel Horvilleur.

Miguel, Andrés, Cachorro, Polo y Juan disfrutaron como chicos del enorme espacio, al que elogiaron por su belleza arquitectónica y que un jovencito y no menos talentoso Andrés Calamaro señaló: "se parece al decorado de la película Blade Runner". Y hasta trajeron a colación la figura de Carlos Gardel, un ídolo para todos.

Miguel Abuelo, un encanto de persona, lo describía así: "Era un atorrante...en el buen sentido de la palabra".

Andrés Calamaro se extendía aún más: "Fue el que llevó la música argentina a lo más alto que se haya podido llegar. Morocho, ganador, un zorzal con voz de ruiseñor y no nos olvidemos que además de ser una figura mitológica, fue el músico y poeta que hizo las canciones más inolvidables de nuestra música".

Y Polo Corbella cerraba el concepto: "Y a su manera fue medio rockero, porque desde abajo llevó la música popular a los lugares más inalcanzables como Nueva York y París..."

Disfruté mucho de esa nota. No sólo por tener delante mío a figuras tan relevantes de la música, sino sobre todo porque iba ser la única vez que vería vacío y antes de convertirse en Shopping al ex Mercado de Abasto. Y eso de alguna manera, es ser una testigo privilegiada de la historia.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

AQUELLA CENA BLANCA







Cualquiera podría pensar que me casé con el chico de las fotos. No es así. Ese acontecimiento que nos tuvo como otros tantos protagonistas, allá por 1977, fue la recordada Cena Blanca, que en Jujuy le llaman a la fiesta con la que se festeja el final del Secundario.

Elio fue una persona muy importante en mi vida. Pero una vez cicatrizadas las heridas del pasado, me permito traer a colación ese momento sublime, sin quitarle el grado de ternura que tuvo desde su concepción hasta su concreción.

Desde que nos conocimos con Elio, él con 16 años y yo con 14, comenzamos a soñar con ir juntos a la fiesta. Él asistía a una Escuela Técnica con siete años de carrera y yo a un colegio religioso con cinco de estudio. Por eso íbamos a terminar en el mismo año, si ninguno se quedaba en el camino. Y ninguno de los dos se quedó.

Sin embargo, llegó un momento en que empecé a dudar si podríamos hacer realidad nuestro sueño de la Cena Blanca. Sobre todo el último año, en que la mayor parte estuvimos peleados.

A decir verdad, "peleados" no sería el término correcto. En realidad, era él quien de buenas a primeras desaparecía y no faltaba quien me contara que estaba saliendo con una o varias chicas. A mí no me preocupaba cuando eran "varias", porque significaba que no era un vínculo serio. Sí cuando se trataba de una chica en particular. Por eso sentí una suerte de puñalada en el corazón cuando me enteré que estaba de novio. Y para peor, en plena Fiesta Nacional de los Estudiantes, en el mes de septiembre, yo misma lo ví en un baile a los besos con su enamorada.

Además de considerar perdida toda posibilidad de reconciliación, el sueño de la Cena Blanca juntos comenzó a hacerse añicos.

Yo iba al Colegio Nuestra Señora del Huerto, que en esos tiempos era exclusivo de mujeres. También en Jujuy había otros colegios que estaban en la misma situación, como el Instituto Santa Bárbara, también de chicas, y el Colegio del Salvador, exclusivo para chicos.

En los meses de octubre y noviembre, los alumnos que cursaban el último año y que no tenían con quién ir a la Cena Blanca, iniciaban un raid por los colegios de mujeres en busca de una pareja para la fiesta. Recuerdo con una sonrisa a mis compañeras, cuando llegaban al colegio los chicos de las otras escuelas. Nosotras teníamos el aula en el segundo piso. Y de pronto, alguna que había estado en el patio, subía corriendo al grito de: "¡Hombres, vinieron los hombres...!" El resto que estaba en el aula, bajaba llevándose todo por delante como si nunca hubieran visto un tipo. Se entiende, se apuraban porque querían elegir a los más lindos. Y yo me quedaba en el aula, sin tener ni siquiera curiosidad por conocer a los candidatos, porque en el fondo tenía la vaga esperanza que Elio no se olvidara de nuestra vieja promesa.

Pasaban los días y se acercaba el final de clases, y yo sin pareja para la fiesta. Como otras chicas, ya había comenzado a hacerme la idea de ir sola. Porque con o sin acompañante, a la Cena Blanca no quería perdérmela. Era el premio a cinco años de estudio con mucho esfuerzo.

Hasta que una tarde, cuando faltaban muy pocos días para la fiesta, se produjo el milagro. Nosotros no teníamos teléfono, pero sí un tío que vivía a una cuadra de casa. Fue la tía Teresa quien vino a avisarme que había un llamado para mí.

Me llevé una enorme sorpresa cuando descubrí a Elio del otro lado de la línea. Hacía mucho tiempo que no hablábamos. Tampoco sabía si seguía de novio con la chica de "los besos" en el baile de Primavera. No se lo pregunté. Lo único que me importó en ese momento fue que llamaba para saber si ya tenía un compañero para la Cena Blanca. Le dije que no. Porque si él no iba a serlo, yo prefería ir sola. En verdad, nunca busqué a nadie que lo reemplazara.

Quedamos en vernos para coordinar la asistencia a la fiesta. El reencuentro, que al principio fue tenso, con el paso de los minutos, sirvió para darnos cuenta que había algo muy fuerte entre nosotros. Así que no sólo me aseguré la pareja para la fiesta, sino que al reconciliarnos, la celebración fue por partida doble.

La jornada de la Cena Blanca fue por demás movida. A la rectora de mi colegio, la hermana Gertrudis de Torres, una española de muy mal carácter, se le ocurrió organizar para la misma tarde el acto de colación de grados. Por ser la primera escolta, no podía faltar. Y era además la última vez que íbamos a estar juntas las chicas del 5° "C" del Colegio del Huerto.

Nosotros vivíamos bastante lejos de la ciudad, no por la distancia en sí, sino por la falta de movilidad. El servicio de colectivos era bastante reducido. De modo, que le debo a la generosidad de una compañera que vivía a media cuadra del colegio, haber hecho posible que yo pudiera estar en la colación de grados primero y después en la Cena Blanca. En su casa dejé mi vestido de fiesta, para ir a cambiarme, una vez que terminara el acto en el colegio.

Pese a que aparentaba ser un día de mucha felicidad, tuvo su carga de angustia, de dolor, de ira y de una enorme desilusión, porque mi papá se negó a ser parte de un acontecimiento en el colegio tan importante para mí. De nada sirvió que le suplicara que viniera con nosotros. Él tenía otros planes para ese día, fuera del entorno familiar, que prefiero reservarme, pero que la gente que conoce la historia, sabe a que me estoy refiriendo.

Haciendo dedo y otro tramo en colectivo, llegamos a la ciudad de Jujuy con mi mamá y mis dos hermanos, con el tiempo justo para dejar mi vestido en lo de mi compañera y luego ir al acto de fin de curso.

Tras los aplausos y las lágrimas de emoción por la despedida, llegó el momento de preparme para la Cena Blanca. Elio fue a buscarme para ir a la Catedral, donde se iba a celebrar una Misa, previa a la fiesta.

Ambos parecíamos "los muñequitos de la torta de bodas". Pero fuera de broma, estábamos muy elegantes. Esa noche, al chico más codiciado y de los ojos más lindos, lo tenía en exclusiva para mí.

Traté de dejar atrás el mal trago por el desplante de mi papá y me dispuse a disfrutar de un momento que iba a ser único e irrepetible.

En esos años, la Cena Blanca era multitudinaria porque participaban los estudiantes de la ciudad capital y las localidades vecinas. Por eso pude ir con Elio, pese a que mi colegio estaba en la capital y su escuela en Palpalá. Ahora, en cambio, cada ciudad tiene su propia fiesta.

Desconozco si actualmente se repite el mismo programa. Pero en esos tiempos, todas las parejas de egresados y los que iban solos, participábamos de una Misa de Acción de Gracias en la Catedral. Y después desfilábamos ante la vista de familiares, amigos y cientos de curiosos, por la calle Belgrano, unas seis cuadras, hasta la Sociedad Española, en el cruce con la calle Senador Pérez, donde se realizaba la tan esperada Cena Blanca.

Con Elio nos reimos mucho y disfrutamos cual estrellas de cine, durante la que a esa altura del día y con tantas actividades, ya era una cansadora caminata.

En la fiesta compartimos la mesa con algunas compañeras del colegio, sus acompañantes, y otras chicas que estaban solas. No sé qué comimos, pero sí me acuerdo que bailamos mucho y como me apretaban los zapatos al promediar la noche, los dejé debajo de la mesa y seguí bailando descalza.

La fiesta terminó con un desayuno y cuando los primeros rayos de sol, empezaban a colarse por los ventanales. Cuando llegué a casa, ya de día, lo único que quería era dormir. Y Elio en su casa, también. Pero a nuestras respectivas familias, que se habían puesto de acuerdo, cuando nosotros estábamos en la fiesta, se les ocurrió ir a pasar la jornada en Yala, una localidad veraniega distante unos 12 kilómetros al norte de la ciudad de Jujuy.

Así que pocas horas después que me había acostado, el primo de Elio nos pasó a buscar en su vehículo. Fui con mi mamá y mis hermanos.

Cuando nos encontramos con Elio, apenas nos saludamos, porque lo único que queríamos en ese momento era estar durmiendo cada uno en su casa. Después de comer, en lugar de disfrutar del sol y el agua como el resto de la familia, con Elio nos dormimos a la sombra de los árboles. Y así nos quedamos, hasta que nos despertaron para regresar.

Aunque cueste creerlo, ese fue el último día de nuestro noviazgo. No hubo pelea ni despedida. Nada. Él no volvió a llamarme y yo, que ya comenzaba a programar mi viaje a Buenos Aires para estudiar Periodismo, no esperé su llamado y tampoco tuve la iniciativa de comunicarme. Simplemente nos alejamos.

Tan raro todo. Como si la magia de una noche preciosa, la hubiéramos dejado reducida sólo a ese instante. Cada uno siguió por su lado, sin importarle qué le sucediera al otro.

A mí, al menos, me quedaron las fotos gastadas de aquella noche, tan linda e inolvidable. La noche del final como estudiante secundaria. La noche del final del amor de adolescente. Aquella noche de la Cena Blanca...

sábado, 3 de diciembre de 2011

AQUELLA CENA BLANCA

Cualquiera podría pensar que me casé con el chico de las fotos. No es así. Ese acontecimiento que nos tuvo como otros tantos protagonistas, allá por 1977, fue la recordada Cena Blanca, que en Jujuy le llaman a la fiesta con la que se festeja el final del Secundario. Elio fue una persona muy importante en mi vida. Pero una vez cicatrizadas las heridas del pasado, me permito traer a colación ese momento sublime, sin quitarle el grado de ternura que tuvo desde su concepción hasta su concreción. Desde que nos conocimos con Elio, él con 16 años y yo con 14, comenzamos a soñar con ir juntos a la fiesta. Él asistía a una Escuela Técnica con siete años de carrera y yo a un colegio religioso con cinco de estudio. Por eso íbamos a terminar en el mismo año, si ninguno se quedaba en el camino. Y ninguno de los dos se quedó. Sin embargo, llegó un momento en que empecé a dudar si podríamos hacer realidad nuestro sueño de la Cena Blanca. Sobre todo el último año, en que la mayor parte estuvimos peleados. A decir verdad, "peleados" no sería el término correcto. En realidad, era él quien de buenas a primeras desaparecía y no faltaba quien me contara que estaba saliendo con una o varias chicas. A mí no me preocupaba cuando eran "varias", porque significaba que no era un vínculo serio. Sí cuando se trataba de una chica en particular. Por eso sentí una suerte de puñalada en el corazón cuando me enteré que estaba de novio. Y para peor, en plena Fiesta Nacional de los Estudiantes, en el mes de septiembre, yo misma lo ví en un baile a los besos con su enamorada. Además de considerar perdida toda posibilidad de reconciliación, el sueño de la Cena Blanca juntos comenzó a hacerse añicos. Yo iba al Colegio Nuestra Señora del Huerto, que en esos tiempos era exclusivo de mujeres. También en Jujuy había otros colegios que estaban en la misma situación, como el Instituto Santa Bárbara, también de chicas, y el Colegio del Salvador, exclusivo para chicos. En los meses de octubre y noviembre, los alumnos que cursaban el último año y que no tenían con quien ir a la Cena Blanca, iniciaban un raid por los colegios de mujeres en busca de una pareja para la fiesta. Recuerdo con una sonrisa a mis compañeras, cuando llegaban al colegio los chicos de las otras escuelas. Nosotras teníamos el aula en el segundo piso. Y de pronto, alguna que había estado en el patio, subía corriendo al grito de: "¡Hombres, vinieron los hombres...!" El resto que estaba en el aula, bajaba llevándose todo por delante como si nunca hubieran visto un tipo. Se entiende, se apuraban porque querían elegir a los más lindos. Y yo me quedaba en el aula, sin tener ni siquiera curiosidad por conocer a los candidatos, porque en el fondo tenía la vaga esperanza que Elio no se olvidara de nuestra vieja promesa. Pasaban los días y se acercaba el final de clases, y yo sin pareja para la fiesta. Como otras chicas, ya había comenzado a hacerme la idea de ir sola. Porque con o sin acompañante, a la Cena Blanca no quería perdérmela. Era el premio a cinco años de estudio con mucho esfuerzo. Hasta que una tarde, cuando faltaban muy pocos días para la fiesta, se produjo el milagro. Nosotros no teníamos teléfono, pero sí un tío que vivía a una cuadra de casa. Fue la tía Teresa quien vino a avisarme que había un llamado para mí. Me llevé una enorme sorpresa cuando descubrí a Elio del otro lado de la línea. Hacía mucho tiempo que no hablábamos. Tampoco sabía si seguía de novio con la chica de "los besos" en el baile de Primavera. No se lo pregunté. Lo único que me importó en ese momento fue que llamaba para saber si ya tenía un compañero para la Cena Blanca. Le dije que no. Porque si él no iba a serlo, yo prefería ir sola. En verdad, nunca busqué a nadie que lo reemplazara. Quedamos en vernos para coordinar la asistencia a la fiesta. El reencuentro, que al principio fue tenso, con el paso de los minutos, sirvió para darnos cuenta que había algo muy fuerte entre nosotros. Así que no sólo me aseguré la pareja para la fiesta, sino que al reconciliarnos, la celebración fue por partida doble. La jornada de la Cena Blanca fue por demás movida. A la rectora de mi colegio, la hermana Gertrudis de Torres, una española de muy mal carácter, se le ocurrió organizar para la misma tarde el acto de colación de grados. Por ser la primera escolta, no podía faltar. Y era además la última vez que íbamos a estar juntas las chicas del 5° "C" del Colegio del Huerto. Nosotros vivíamos bastante lejos de la ciudad, no por la distancia en sí, sino por la falta de movilidad. El servicio de colectivos era bastante reducido. De modo, que le debo a la generosidad de una compañera que vivía a media cuadra del colegio, haber hecho posible que yo pudiera estar en la colación de grados primero y después en la Cena Blanca. En su casa dejé mi vestido de fiesta, para ir a cambiarme, una vez que terminara el acto en el colegio. Pese a que aparentaba ser un día de mucha felicidad, tuvo su carga de angustia, de dolor, de ira y de una enorme desilusión, porque mi papá se negó a ser parte de un acontecimiento en el colegio tan importante para mí. De nada sirvió que le suplicara que viniera con nosotros. Él tenía otros planes para ese día, fuera del entorno familiar, que prefiero reservarme, pero que la gente que conoce la historia, sabe a que me estoy refiriendo. Haciendo dedo y otro tramo en colectivo, llegamos a la ciudad de Jujuy con mi mamá y mis dos hermanos, con el tiempo justo para dejar mi vestido en lo de mi compañera y luego ir al acto de fin de curso. Tras los aplausos y las lágrimas de emoción por la despedida, llegó el momento de preparme para la Cena Blanca. Elio fue a buscarme para ir a la Catedral, donde se iba a celebrar una Misa, previa a la fiesta. Ambos parecíamos "los muñequitos de la torta de bodas". Pero fuera de broma, estábamos muy elegantes. Esa noche, al chico más codiciado y de los ojos más lindos, lo tenía en exclusiva para mí. Traté de dejar atrás el mal trago por el desplante de mi papá y me dispuse a disfrutar de un momento que iba a ser único e irrepetible. En esos años, la Cena Blanca era multitudinaria porque participaban los estudiantes de la ciudad capital y las localidades vecinas. Por eso pude ir con Elio, pese a que mi colegio estaba en la capital y su escuela en Palpalá. Ahora, en cambio, cada ciudad tiene su propia fiesta. Desconozco si actualmente se repite el mismo programa. Pero en esos tiempos, todas las parejas de egresados y los que iban solos, participábamos de una Misa de Acción de Gracias en la Catedral. Y después desfilábamos ante la vista de familiares, amigos y cientos de curiosos, por la calle Belgrano, unas seis cuadras, hasta la Sociedad Española, en el cruce con la calle Senador Pérez, donde se realizaba la tan esperada Cena Blanca. Con Elio nos reimos mucho durante la que a esa altura del día y con tantas actividades, ya era una cansadora caminata. En la fiesta compartimos la mesa con algunas compañeras del colegio, sus acompañantes, y otras chicas que estaban solas. No sé qué comimos, pero sí me acuerdo que bailamos mucho y como me apretaban los zapatos al promediar la noche, los dejé debajo de la mesa y seguí bailando descalza. La fiesta terminó con un desayuno y cuando los primeros rayos de sol, empezaban a colarse por los ventanales. Cuando llegué a casa, ya de día, lo único que quería era dormir. Y Elio en su casa, también. Pero a nuestras respectivas familias, que se habían puesto de acuerdo, cuando nosotros estábamos en la fiesta, se les ocurrió ir a pasar la jornada en Yala, una localidad veraniega distante unos 12 kilómetros al norte de la ciudad de Jujuy. Así que pocas horas después que me había acostado, el primo de Elio nos pasó a buscar en su vehículo. Fui con mi mamá y mis hermanos. Cuando nos encontramos con Elio, apenas nos saludamos, porque lo único que queríamos en ese momento era estar durmiendo cada uno en su casa. Después de comer, en lugar de disfrutar del sol y el agua como el resto de la familia, con Elio nos dormimos a la sombra de los árboles. Y así nos quedamos, hasta que nos despertaron para regresar. Aunque cueste creerlo, ese fue el último día de nuestro noviazgo. No hubo pelea ni despedida. Nada. Él no volvió a llamarme y yo, que ya comenzaba a programar mi viaje a Buenos Aires para estudiar Periodismo, no esperé su llamado y tampoco tuve la iniciativa de comunicarme. Simplemente nos alejamos. Tan raro todo. Como si la magia de una noche preciosa, la hubiéramos dejado reducida sólo a ese instante. Cada uno siguió por su lado, sin importarle qué le sucediera al otro. A mí, al menos, me quedaron las fotos gastadas de aquella noche, tan linda e inolvidable. La noche del final como estudiante secundaria. La noche del final del amor de adolescente. Aquella noche de la Cena Blanca...