sábado, 30 de noviembre de 2013

MI RECORDADO PROFESOR, EL PADRE GERMÁN MALLAGRAY

El 9 de octubre pasado se cumplieron 36 años de la muerte de monseñor Germán Mallagray, mi querido y admirado profesor de Historia en el Colegio Nuestra Señora del Huerto, en Jujuy.
Hasta que lo tuve como profesor en segundo año y el resto de mis años en la Secundaria, sólo lo conocía como el "padre de la tele", porque sus apariciones eran constantes en la televisión jujeña, debido a sus múltiples ocupaciones.
Entre otros cargos, además de profesor de Historia en mi colegio, en el Colegio del Salvador y en la entonces Escuela de Artes y Oficios, hoy Escuela de Educación Técnica N° 1, era Capellán del Ejército, presidente del Instituto Belgraniano de Jujuy, como historiador fue elegido miembro número de la Academia Argentina de la Historia Eclesiástica, Rector de la Universidad Nacional de Jujuy y entre otras actividades, llegó a ser presidente del Club Boca Juniors de Jujuy.
Yo admiraba su buen humor, su simpatía y su amor incondicional por la Argentina y sus símbolos patrios.
Todos los días en el colegio, era él quien nos obligaba a cantar "Aurora" en el momento que se izaba la bandera y se convertía en la primera voz de un coro muchas veces desganado por el sueño o porque no existía la costumbre de acompañar con una canción cantada la ceremonia.
Cuando en segundo año se convirtió en mi profesor, le agregué el afecto y el agradecimiento por sus consejos. Fuera de mi familia, fue a él a quien le confié mis aspiraciones de ser Periodista, que ya venía arrastrando casi en silencio desde que tenía 7 años.
Siempre me incentivó para que estudie, que siga mis sueños y que me prepare para ser una gran periodista.
No llegué a ser la "gran periodista" que el padre Mallagray me auguraba, pero seguramente le hubiera gustado saber que hice realidad mis sueños y algún mérito debo haber tenido para estar a menos de un año de cumplir mis Bodas de Plata en el noticiero de Canal 9.
Era habitual juntarme con él a charlar en los recreos, sentados en la base del mástil de la bandera. Daba gusto escuchar anécdotas porque tenía un humor campechano, donde si era necesario, le agregaba alguna mala palabra.
En las clases también era así. Claro, directo, sin eufemismos, para que todas entendiéramos.
Enseñaba Historia de una manera tan didáctica, que era imposible no comprender y facilitarte de esta manera la tarea de estudiar. Yo adoraba Historia. Estudiaba la materia con entusiasmo y placer. Creo que en eso mucho tuvo que ver él.
En los años que estuvo como profesor, tuve 10 de promedio. Y no era una acomodada. Estudiaba de verdad. Como yo me mostraba interesada en la Historia, en tercer año me prestó un libro de otro autor del obligatorio para que consultara. Y eso fue un gran beneficio para mis conocimientos.
En sus clases, siempre pedía pasar al frente. A mis compañeras, lejos de molestarle, les encantaba, porque muchas de ellas, que no habían estudiado, se salvaban de dar la lección.
Un ejemplo de su humor inagotable lo tengo de cuando estudiamos a un personaje de apellido Arce y el padre Germán hacía la broma que la esposa decía: "No hay como "me...Arce". Así con "e".
Siempre buscaba nuestra complicidad para reírse de las monjas del colegio y hasta del Obispo José Miguel Medina, porque sabía que nadie lo delataría.
Cuando había alguna celebración importante que iba a ser presidida por el Obispo, el sacerdote decía: "Mañana van a tener que "soportar" al Obispo".
Solía hacer imitaciones y nosotros le pedíamos siempre la de una publicidad, no recuerdo de qué producto, en la que un docente recorría un aula muy apurado, dirigiéndose a los alumnos. Nos moríamos de risa. Más de una vez pasó la celadora por la puerta para investigar qué era lo que tanta gracia nos causaba en la clase de Historia.
Era un personaje único, respetuoso y respetable, muy inteligente y que se hacía querer.
Pero así como teníamos un momento de hilaridad, era exigente con el estudio porque él nos brindaba todas las herramientas para facilitarnos el aprendizaje y no le gustaba que las desaprovechemos.
No era de tomar pruebas sorpresa. Sin embargo, un día que estaba un poco malhumorado, raro en él, pidió que sacáramos una hoja y nos hizo anotar varias preguntas sobre la lección del día.
Como yo estudiaba siempre y el tema me había interesado especialmente, respondí bien todas las preguntas y me calificó con un 10.
Desde ese día me gané su confianza como estudiante y creo no haberlo defraudado, ya que en cada examen o lección oral le demostré mi esfuerzo por aprender.
En mi curso yo tenía como compañera a su sobrina Lucía Mallagray, una chica amorosa y muy linda, que llegó a ser Reina Nacional de los Estudiantes. No sé si por un acuerdo previo o porque no había un vínculo familiar más estrecho, pero lo cierto es que nunca los veía conversando. Ni siquiera en los recreos, donde el padre era muy receptivo con todas las chicas.
Todos los años en el colegio, las chicas que cumplían 15 años eran agasajadas con una Misa celebrada por el padre Mallagray y un refrigerio con la participación de los familiares de las alumnas.
Las dos fotos que guardo como un tesoro con mi profesor de Historia, corresponden a ese festejo, en 1974.
Para relatar en este escrito lo que fue la previa y los momentos posteriores de su muerte, conté con el invalorable aporte de mi mamá, que tiene una memoria prodigiosa.
En la última semana de vida del padre Germán, lo noté triste. Nada de bromas ni sonrisas. Tal vez estaba preocupado por su salud. Trabajaba demasiado y su vicio era el cigarrillo. Pero nunca dijo nada al respecto.
Su muerte, inesperada, porque era muy joven, ni siquiera había llegado a los 60 años, se produjo un domingo de octubre.
Mi mamá se había ido a la Misa por la fiesta de la Virgen del Rosario de Río Blanco y Paypaya, donde se enteró de la triste noticia.
Yo me había quedado en casa y fue Elena, una amiga de la familia, quien luego de escuchar la noticia en la radio, vino a avisarme.
Cuando mamá regresó con la novedad, ya no era tal para mi. Me encontró llorando desconsolada por la pérdida de mi profesor.
Luego fuimos juntas al velatorio, que tuvo lugar en la capilla del Colegio del Huerto.
Allí mi mamá conoció a Lucía, a quien notó muy tranquila. Tal vez porque aún no había tomado conciencia de la muerte de su tío. Aunque en verdad, mi compañera siempre era así de tranquila.
Lo peor fue al día siguiente cuando volví al colegio.
Tenía que enfrentarme a la entonación de "Aurora", la canción patria que tanto nos incentivaba a cantar, y no pude soportarlo.
Antes que la bandera comenzara a ser izada por una de las alumnas del colegio, me fui a la capilla, donde con una angustia que me partía el corazón, escuché la canción. Recordé en ese momento al padre dirigiéndonos como siempre, como si fuera un director de orquesta.
Después me enjuagué las lágrimas. No quería que me viera Lucía. No era mi intención sumarle más dolor a su propio dolor. De modo que más tranquila, aunque con los ojos hinchados de tanto llorar, ingresé a clase.
Ahora me enteré que los restos del padre Germán, que en un principio estuvieron en un mausoleo prestado en el Cementerio del Salvador, descansan en el altar del colegio en el que educó a generaciones de chicas. El altar de mi querido Colegio del Huerto.
Leí hace poco un artículo terrible en internet, que lo pintaba con las manos "manchadas" de sangre de inocentes a los que supuestamente habría entregado en la época de la Dictadura Militar, ya que era el capellán del Ejército. Pero no puedo aseverarlo, porque más allá de eso, no leí nada más.
Tampoco sé si se lo mencionó en el juicio por delitos de Lesa Humanidad, en Jujuy, donde se condenó al empresario Carlos Blaquier, dueño del Ingenio Ledesma, y considerado el principal instigador de la noche en que desaparecieron varias personas en Calilegua.
Del que sí se hablaba mucho, incluso leí algunos artículos en la Revista Humor, fue de su superior, el Obispo en ese entonces en Jujuy, José Miguel Medina. Ese hombre, de ideas liberales y muy vinculado al Proceso Militar, que llegó a ser Vicario General de las Fuerzas Armadas, me despertaba un cierto rechazo. Por nada en particular, porque nunca lo traté. Pero su imagen era antipática. Desagradable. Daba miedo.
En cambio, el padre Germán era todo lo contrario. Su imagen era la de la alegría y de la bondad.
En este tiempo en que tanto se habla de los curas pedófilos, doy fe que el padre Mallagray, en ese sentido fue intachable. De lo contrario, a la larga se hubiera sabido.
Él estaba todos los días con nosotras, pero sabía mantener la distancia de profesor y alumna, aunque no voy a negar que había algunas chicas que lo provocaban. En ese caso, supongo que como hombre, debe haber sido difícil para él. Pero no se dejó seducir y siempre se comportó de manera respetuosa.
Por esas cualidades me encariñé tanto con él. Era mi papá del colegio. Mi educador. Mi consejero.
Lo demás lo dejo para la Justicia. La de los hombres y sobre todo la de Dios.

domingo, 10 de noviembre de 2013

CAMINATAS, MÚSICA Y COLAS EN LA NOCHE DE LOS MUSEOS 2013

Así de bonita lució la Casa Rosada en "La noche de los museos", donde el programa denominado "Democracia 30 + 30", una mirada al futuro", le rendía homenaje a tres décadas de Democracia.
Esta muestra multitudinaria era una asignatura pendiente para mi. Hace varios años que vengo soñando con participar de las 7 horas de saltar de un museo a otro, soportando las colas y aglomeraciones, pero con la satisfacción de disfrutar de un espectáculo único. Y por fin pude hacerlo realidad.
Me hubiese gustado visitar más museos, sólo que ante la gran cantidad de gente, se me hizo imposible.
Eran 190 los lugares para visitar este año, de modo que tuve que elegir.
Me tomé el subte hasta Plaza de Mayo y comencé con la Catedral Metropolitana y su museo en homenaje al cardenal Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco.




Tenía muchos deseos de conocer otros sectores de la Catedral Metropolitana
Cuando llegué, alrededor de las 20.30, había poca gente, en comparación a toda la que fue llegando con el paso de las horas.
Si bien vi a algunas personas que estaban en la puerta que da a la calle Bolívar, preferí seguir hasta el final del altar que está a la izquierda del templo, donde otro grupo esperaba sentado en los bancos.
No sabía qué esperaban, pero cuando se levantaron por la señal de alguien de la iglesia, decidí seguirlos.
Bajamos unas escaleras que nos llevaron a la cripta, donde un Cristo yacente nos daba la bienvenida.
Después ingresamos a una pequeña capilla, en la que descansan todos los obispos que pasaron por la Catedral Metropolitana.
Si no estuviese tan iluminada, produciría un cierto temor al reconocer que estábamos rodeados de tumbas.
Me impresionaron las imágenes del Vía Crucis, creadas por el Taller Católico de Iconografía Bizantina Andrej Rublev.
De allí me dirigí al museo, donde en la puerta se había formado una cola. La primera de mi larga jornada de colas. En el museo dejaban ingresar a grupos de cinco personas.
Desde la puerta fotografié un cartel con imágenes del entonces cardenal Jorge Bergoglio, cuando celebraba misas en la Catedral Metropolitana.
Me esperaban tres salas con atuendos sacerdotales, antiguos y actuales. También las custodias de oro y plata para presidir las ceremonias de Corpus Christi, cruces, medallas, algunas muy valiosas, imágenes religiosas y otros objetos muy atractivos.
Lo mejor estaba en la última sala, donde se armó un sector vidriado dedicado especialmente al Papa Francisco.
Estaban los atuendos utilizados en su calidad de obispo, como casullas, anillos y una mitra, que es gorro tradicional. Asimismo, estampillas que se imprimieron en su homenaje, cuando Bergoglio fue nombrado Sumo Pontífice. Y entre otros recuerdos, un solideo rojo, de obispo, que el hoy Francisco recibió del Papa Juan Pablo II.
Desde la Catedral Metropolitana crucé la Plaza de Mayo hasta la Casa Rosada.



La Casa Rosada estaba bellamente iluminada en color rosa, pero allí no había actividad, sino en el Museo del Bicentenario, que está detrás, sobre la avenida Paseo Colón.
Nunca imaginé encontrarme con un museo tan interesante. Lo recomiendo a todos los que quieran conocer la historia de Argentina. Desde el Virreinato, los gobiernos constitucionales, los golpes de estado, hasta nuestros días, todo está reflejado con videos, fotografías y documentos. 
Cuando ingresé, aún no había mucha gente, que sí encontré al retirarme. Los granaderos, muy amables, nos recibían con un saludo y una sonrisa. Un voto a favor de los soldados. 
Pero adentro nos esperaba un escaner, como el de los aeropuertos, donde además de ser observados, había que pasar las carteras y los celulares, cámaras fotográficas y todo aquello de metal, por separado. Adentro, un amplio subsuelo con paredes de ladrillo y pisos en algunos sectores transparentes con piedras por debajo, prometía una recorrida muy tentadora. 
Un auto antiguo, en medio del salón, era el mayor atractivo para los visitantes, que, sin excepciones, se llevaban su imagen en sus cámaras fotográficas. 
Lo que a mí me impresionó sobremanera fue una pintura gigante de Juan Domingo Perón y Eva Duarte, ubicada al lado de un vestido de Evita. Esto se debe a la gran admiración que siento por ambos, pero más que nada por la "abanderada de los descamisados". 
Como había una larga cola, pasé por alto la muestra de Siqueiros y seguí a un sector donde vendían todo tipo de merchandising relacionado con políticos argentinos y extranjeros, y personajes como el Che Guevara. Y algo me llevé para regalar a mi mamá y a mi tía. 
El recorrido por la historia argentina la hice al revés. Sin embargo, decidí publicar las fotos en el orden correspondiente.
Antes de retirarme del lugar, me impresionaron un escudo español de mármol de Carrara y dos cañones amenazantes. 
Me pareció digno de elogio el lugar otorgado a cada uno de los presidentes argentinos. Algunos, como por ejemplo Carlos Menem y Néstor Kirchner, aportaron los trajes y zapatos con los que asumieron sus presidencias. 
Está la banda y el bastón de mando de Raúl Alfonsín, y hasta la campera marrón, la cábala de Fernando De la Rúa para ganar las elecciones. 
También hay imágenes y documentos del gobierno de Hipólito Yrigoyen, de los años '70 con los Montoneros y militares enfrentados a muerte, la Guerra de Malvinas, los golpes de estado, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, hasta terminar con el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, de quien se encuentra su banda y bastón de mando. 
Al ganar la calle, mi intención era pasar por el Museo del Cabildo. Pero al ver la enorme cola que había para ingresar, desistí. Como todo en esa zona queda muy cerca, al pasar por la Iglesia San Ignacio de Loyola, ingresé con la esperanza de que el túnel que habían utilizado los alumnos del Colegio Nacional Buenos Aires para realizar su ataque sacrílego, estuviese abierto al público. No lo estaba. Además el templo estaba casi oscuras. Por eso me fui sin tomar ninguna foto. 
Mi próximo objetivo era conocer los túneles de la Manzana de las Luces y hacia allí encaminé mis pasos.

Cuando me puse en la cola para ingresar a la Manzana de las Luces, nunca imaginé que tendría por delante un plantón de alrededor de cuatro horas. 
Al llegar a la puerta de Perú 222, me ilusioné con la posibilidad de conocer de inmediato los túneles de la época del Virreinato. Pero había otra cola que venía de frente y esa gente era la que entraba. La nuestra seguía de largo hasta ingresar a un estacionamiento lindero, donde estaba emplazado un escenario. 
Era la misma cola, sólo que bordeaba el predio, llegaba hasta casi cerca del escenario y de allí pegaba la vuelta para sí llegar a la puerta del museo. 
Por suerte actuó un grupo de música andina, mezclado con folk, rock y sonidos indígenas, que hizo la espera más llevadera. La banda gustó tanto que tuvo que volver al escenario e interpretó dos temas más: uno "Zamba para olvidarte" y el otro "Duerme negrito". 
Como lo hicieron unas chicas que estaban adelante mío, una de las cuales empezó a sentirse mal y se retiraron, yo también pensé en irme. Pero ya estaba en el lugar. Me olvidé entonces del cansancio y seguí esperando. 
El plantón parecía interminable. Cuando traspusimos la puerta de la Manzana de las Luces, se produjo otra espera en el interior. Es que había que aguardar la salida de los grupos que estaban adentro, que se demoraban en el bar y en el baño. 
Una vez que se nos facilitó el acceso, un empleado del museo nos entregó un número y con él avanzamos. Sin embargo, en el patio del museo tuvimos que hacer una nueva cola. Nadie nos dijo cuál era el itinerario en el interior de los túneles. Creíamos que íbamos a recorrer al menos un tramo de esos pasadizos subterráneos. 
Pero una chica que salió enojada, nos rompió la ilusión. Comenzó a gritar que era un fraude, que apenas se podían sacar unas fotos y que la entrada a los túneles estaba vedada. 
Otra chica ratificó lo dicho por la joven, pero en un tono más mesurado. 
En esa instancia, no valía la pena echarse atrás. Había sido tanta la espera, que cualquier cosa era bien recibida. 
Cuando llegó el momento, entregamos nuestros respectivos números, el mío era el 42, y bajamos a una pequeña galería, donde tuvimos que volver a soportar que salgan los rezagados. 
No voy a negar que me sentí un tanto desilusionada. Pero si como dijeron los empleados del lugar, lo hacen por una cuestión de seguridad porque podría producirse un derrumbe, es una medida muy acertada. 
En ese sitio oscuro y frío, podían verse los tres túneles, apenas iluminados en la entrada y cerrados con rejas. Sólo uno de ellos, con más luces, tenía un riel. 
Con esa imagen me quedé, antes de retornar a la superficie. 
Afuera me encontré con un mundo de gente que seguía haciendo cola y no iba a ser yo la que les rompiera su fantasía. 
Estaba demasiado agotada para ir en busca de un nuevo museo. Era la una y veinte de la madrugada. El cuerpo me pedía a gritos una cama. De modo que tomé el primer taxi y volví a casa. 
Mi noche de los museos había concluido y quedé entre los 800 mil participantes de un acontecimiento cultural único y aunque agotador, muy gratificante.