miércoles, 20 de marzo de 2013

PAPA FRANCISCO: VIGILIA EN PLAZA DE MAYO



A este escrito lo inicié en un papel con birome, pasada la medianoche y ya en la madrugada del 19 de marzo de 2013. Estaba sentada en la tarima de los periodistas, rodeada de camarógrafos, fotógrafos y cronistas, entre ellos mis compañeros de "Telenueve", Picky y Nacho, frente a la Catedral Metropolitana, en la Vigilia de la asunción del cardenal Jorge Mario Bergoglio al Pontificado de Pedro.
Me abrumó la cantidad impresionante de gente que ocupó tres cuarto de la Plaza de Mayo.
Familias completas, grupos de jóvenes de colegios, otros grupos de amigos, sacerdotes, religiosas, laicos y gente de diferentes credos, atraídos por la palabra conciliadora del Papa Francisco. Todos en un clima de absoluta armonía, como nunca me hubiera imaginado encontrar.
No era una noche más. Era una noche para "beberla de a traguitos". Una noche única e irrepetible. Parecía mentira que desde el escenario gritaran: "Viva Cristo" y todos respondieran: "Viva". O "Viva la Virgen María" y la respuesta fuera la misma, con idéntica intensidad como cuando se gritaba: "Viva el Papa Francisco" y los "vivas" se volvían interminables.
No quise leer ninguna crónica posterior de lo sucedido, para no dejarme influenciar. Quería que esto saliera de manera auténtica, tal vez con errores, pero escrito desde el corazón.
Me hubiese encantado estar en el Vaticano. Una utopía, si se quiere. Pero después comprendí que Dios tenía preparado algo muy especial para otra gente.
Yo no necesito nada para creer que Dios existe. No soy como el apóstol Tomás que necesitó meter su mano en el costado de Cristo y ver sus manos con el hueco que les dejaron los clavos de la crucifixión, para creer.
Pero había mucha gente descreída o simplemente alejada de la Iglesia, a quienes por su profesión de periodistas, fue enviada a Europa a cubrir el Cónclave que definiría quién sería el heredero del trono de San Pedro y con suerte, la entronización del elegido. Estas personas se llevaron una sorpresa que les tocó el corazón y me juego a que les cambió la vida.
Porque eso fue lo que logró la elección, no por los cardenales que votaron, sino por el propio Dios, cuando Jorge Bergoglio resultó el bendecido para ser el nuevo Sumo Pontífice.
No incluyo a los profesionales creyentes, que lo disfrutaron con una alegría natural. Me refiero a los otros periodistas, a los que en estos días vi o escuché con la voz quebrada por la emoción, tratando de contar lo que estaban viviendo con las manifestaciones de sencillez, bondad y firmeza del cardenal argentino, y de todo lo que se generaba a su alrededor.
Ellos viajaron miles de kilómetros para encontrarse con Dios. A mi, en cambio, el Señor me regaló la madrugada de la Vigilia en Buenos Aires. Y con eso estoy más que conforme.
La Plaza de Mayo, más identificada con las protestas que con los festejos, en ese momento se tomó una licencia para albergar a los cristianos, que sólo queríamos esperar con emoción la asunción del Papa Francisco.
Había banderas con los colores papales, blanco y amarillo, otras con la imagen del Papa Francisco, otras de Argentina y de varios países de Latinoamérica, y otras de San Lorenzo de Almagro. Como así también carteles y estandartes de colegios y con la imagen de Cristo y la Virgen María.
Asimismo descubrí un muñeco de San Francisco de Asís con una bandera argentina pegada en la espalda. Y fue muy bienvenida la presencia de dos personas personificando a Cristo y a la Virgen María. Ambos fueron recibidos con aplausos y abrazos por los presentes.
Después de las canciones de Axel, ataviado con una camiseta de San Lorenzo, y de otros grupos musicales desconocidos, al menos para mí, que pusieron el rock al servicio de Cristo, decidí llevar mi donación al camión que Red Solidaria había instalado al costado de la Catedral, sobre Diagonal Norte.
Las chicas que recibieron mi bolsa, alegraron mi vida con una hermosa estampa del Papa Francisco, que luego hice bendecir por un sacerdote.
Después me dirigí a la Catedral, que estaba con sus puertas abiertas para que cualquiera pudiera ingresar a rezar, a cantar o a confesarse. Me encantó verla con todos sus bancos ocupados y al resto de la gente, en su mayoría jóvenes, sentados en el piso. Pero todo en un clima de recogimiento conmovedor.
Había otras personas que buscaron los rincones y altares laterales para dormir una siesta. Pero no molestaba, porque no se podía saber de dónde habían venido y cuánto tiempo hacía que estaban allí.
Pese a las largas colas, elegí una para recibir el sacramento de la confesión. De modo tal que en un horario fuera de lo común de las 3 de la madrugada, recibí el perdón de mis pecados y la bendición del sacerdote.
Cuando salí de la Catedral, volví a ubicarme en la tarima destinada a los periodistas.
La gran sorpresa se produjo pasadas las 3.30, cuando a través de una comunicación telefónica, habló el mismísimo Papa Francisco desde el Vaticano.
Todos gritamos de felicidad al escuchar su voz clara y mensajera de amor. Volvió a pedir que recen por él y que evitemos pelearnos entre nosotros. Utilizó un término muy argentino, "no saquen el cuero", que me encantó y que a varios les pareció muy certero.
Fue un mensaje breve pero muy contundente.
Para mí fue lo mejor de la Vigilia, porque estando a tan poco tiempo de asumir el mayor cargo eclesiástico, el Papa pensó en Argentina antes de ser la voz de Dios para todo el planeta.
A las 4.40 cuando un grupo realizaba una representación teatral cantada, sobre Jesús y la Virgen María, se produjo un corte de energía que apagó las pantallas gigantes y el sonido del escenario.
Pero nadie se quejó ni con gritos, ni con silbidos. Todos esperaron en paz que se normalizara el desperfecto.
Poco después, ingresó a la zona cercana al escenario, una bandera gigante del Vaticano. Y cuando se entonó el Himno Nacional Argentino, hizo lo propio una bandera argentina.
Alrededor de las 5.20, el Canal 21 del Arzobispado se conectó con la transmisión oficial del Vaticano.
Allí apareció la imagen del sacerdote argentino recorriendo la Plaza San Pedro con el Papa-Móvil descapotado y los aplausos desde Buenos Aires no se hicieron esperar.
Me emocioné con las actitudes fuera de protocolo, como el beso a un bebé y el de acercarse a bendecir a un hombre discapacitado.
En Plaza de Mayo, lo aplaudimos al arrodillarse ante la tumba de San Pedro, al salir de la Basílica para dar comienzo a la ceremonia de entronización y luego al recibir el anillo papal.
También se escucharon aplausos cuando las cámaras vaticanas tomaron a las banderas argentinas y a una enorme de San Lorenzo. Y cuando una mujer leyó en español la segunda lectura.
Varios tramos de la homilía del Papa Francisco fueron aplaudidos frente a la Catedral Metropolitana. Ni qué hablar cuando al final de la Misa, su Santidad dio la bendición al mundo entero.
Después rezamos el "Salve", cuando lo vimos postrarse ante la imagen de la Virgen María.
Ya era de día, nos podíamos ver las caras y en varias, como en la mía, se podían ver lágrimas. Lágrimas de emoción y de orgullo por tener a un "papá", más que a un Papa. Porque nos estaba haciendo falta un hombre que nos cobijara. Un hombre en quién confiar. Un auténtico representante de Dios en la tierra.



martes, 19 de marzo de 2013

EMOTIVA MISA POR EL PAPA FRANCISCO



Nunca imaginé que Dios iba a escuchar mis ruegos cuando escribí en este mismo blog, poco después de la renuncia del ex Papa Benedicto XVI: "Ruego por un Papa con aureola".
Como seguramente no fui la única que lo pidió, el Señor prestó atención y cumplió con los deseos.
Cuando escuché el nombre de Jorge Mario Bergoglio en los labios del cardenal Jean-Louis Tauran, además de festejarlo como un gol de River y la Selección Argentina, y de emocionarme hasta las lágrimas, me dije: "Es el Papa con aureola de mis sueños".
No lo decía en el sentido literal de la palabra, sino que fuera alguien lo suficientemente honesto para tomar como referencia en una Iglesia desprestigiada por la vanidad, el lujo y la corrupción.
Alguien que me despertara la emoción como si estuviera viendo a Dios en la tierra.
Lo fui confirmando con el correr de los días cuando comenzaron a salir a la luz matices de la vida del ex cardenal Bergoglio, como la bondad, la sencillez en los gestos, la sobriedad en el vestir y la fuerza para defender con su ejemplo los Diez Mandamientos.
A eso se sumaron sus primeros pasos en suelo Vaticano, ya como Papa Francisco, repitiendo lo mismo que hacía en la Argentina, que marcaba la diferencia con los demás sacerdotes, pero esta vez ante la mirada de todo el mundo.
Viajó en la misma combi que los cardenales, pagó su cuenta en el hotel donde se alojó durante el Cónclave y entre otros hechos destacados, siguió usando sus mismos viejos zapatos, pero eso si, muy bien lustrados. Se negó a usar oro, tanto para la cruz que lleva en el pecho como para el anillo de Sumo Pontífice, ambos de plata.
Además de pedir por una "Iglesia pobre para pobres", fue muy duro con el cardenal estadounidense Bernard Law, de 82 años, acusado de haber encubierto al menos a 250 sacerdotes pederastas cuando era arzobispo de la diócesis de Boston, entre 1984 y 2002. Apenas lo encontró en la Basílica Santa María La Mayor, en Roma, el Sumo Pontífice le dijo: "No quiero que siga frecuentando esta Basílica".
Nunca, incluso en su época como Arzobispo de Buenos Aires, dejó de pedirle a la gente: "Recen por mí". Esta vez volvió a hacerlo, sólo que ahora es el mundo entero el que reza por él.
Por eso la Misa de Acción de Gracias por el Pontificado de Francisco en la Catedral Metropolitana, el domingo 17 de marzo, fue una fiesta multitudinaria de devoción.
En el templo no cabía un alfiler y sin embargo, había clima de recogimiento. Muchas personas que estaban alejadas de Dios, ese día estaban allí, o tal vez en otra parroquia. Pero todas dispuestas a pedir perdón y a iniciar una nueva vida cercana a la Iglesia. A la nueva Iglesia comandada por el sacerdote argentino.
Jamás me imaginé que iba a ser testigo de algo de tan maravilloso.
En los primeros tramos de mi vida como periodista tuve que guardar silencio respecto a mi Fe en Dios, aunque nunca dejé de asistir a Misa. Pero ese silencio religioso era para ser parte de una sociedad materialista y vacía. Porque así a grandes rasgos es el ambiente periodístico.
Sin embargo, hace tiempo que decidí mostrarme orgullosa de mi Fe en Dios, pese a que esto me costó el alejamiento de varios amigos. Y aún así, soy profundamente feliz.
Ese domingo quinto de Cuaresma, los aplausos y el agitar de banderas se hicieron presentes durante la homilía del nuncio apostólico Emil Paul Scherrig, cada vez que éste mencionaba al Papa Francisco. Y al final de la Misa, como nunca, el desfile de obispos, diáconos y seminaristas hacia la salida de la Catedral, se hizo acompañado de aplausos y gritos afectuosos.
¿Curas ovacionados?. Eso sólo era visto en las Misas del Padre Ignacio Peries, en Rosario, y en las del entonces cardenal Bergoglio los 7 de Agosto en San  Cayetano y al cabo de la peregrinación de jóvenes a Luján, en el mes de octubre.
Hay que hablar, sin lugar a dudas, que el " Milagro del Pontífice latinoamericano está en camino".

domingo, 17 de marzo de 2013

DOS FOTOS, UNA HISTORIA...TODOS PEQUEÑOS CON MI TÍO SEBASTIÁN



Un recuerdo en dos fotos de aquellos momentos de felicidad, cuando nos juntábamos mis padres y mi dos hermanos con mis tíos y mi primo, en la casa de mis abuelos en Entre Ríos.
En las fotos, tomadas por mi tía Teresa, se veía a mi tío Sebastián, con un sombrero grande que lucía con orgullo, sosteniendo a mi hermano Jaño, de 2 años por entonces, abrazado por mi primo Sergio, de 4, al lado de mi hermano Ángel, de 6, y yo, una grandulona de 9, con la pelota con la que seguramente habíamos estado jugando un picadito.
Porque cuando era chica, a falta de hermana, no tenía más remedio que sumarme a los juegos de los chicos para no quedarme afuera.
Eran tiempos en que nuestras vacaciones se extendían más de lo normal. En varias oportunidades comenzábamos las clases en colegios de Entre Ríos y antes de mediados año, retornábamos a Jujuy, para terminar allí el ciclo lectivo.
La hermana de mi mamá y su familia, a veces llegaban para celebrar la Fiestas de Navidad y Año Nuevo, y en otras ocasiones llegaban más tarde, para pasar todos juntos las Pascuas.
Estas fotos fueron tomadas en otoño, en tiempos de Cuaresma, en los primeros días de bajas temperaturas, lo que explica la ropa de abrigo que lucíamos todos.
Qué lindo que la pasábamos las familias de Buenos Aires y de Jujuy en esa casa.
A mi tío, músico de chamamé en su propio conjunto y como acompañante del Trío Rubí, lo recuerdo como un hombre callado, pero muy simpático y respetuoso. Mi papá, que le gustaba "brindar muy seguido", lo obligaba a prenderse a tomar el vino en damajuana, que mi abuelo, también acostumbrado a "brindar muy seguido", había almacenado para esperar a los yernos.
Mi primo Sergio, que vivía todo el tiempo encerrado en un departamento, disfrutaba como nadie de correr por la enorme casa de mis abuelos y de jugar con nosotros.
Y mi tía Teresa se juntaba con mi mamá y mi abuela, a compartir largas charlas, en las cuales se contaban pormenores de sus vidas.
Mi tía era la fotógrafa, encargada de plasmar esos momentos inolvidables.
Como a mi abuela no le gustaba salir en las fotos, mi tía se desvivía por sorprenderla para robarle una instantánea.
Ese día de las fotos, con un tibio sol iluminando nuestros rostros, creo que alcanzó a hacerle una toma, cuando mi abuela salió de casualidad a la vereda.
Supongo que mi tía debe guardar esa foto como uno de sus tesoros más preciados.
En el fondo se veía una ínfima parte del frente de la casa de mi abuelos. Un lugar que guardaré por siempre en mis recuerdos y con el que sueño volver a vivir, aunque más no fuera en los últimos días de mi existencia.
Yo adoraba esa casa, porque en ese sitio se respiraba amor. Los abuelos nos mimaban y nos consentían todo. Nos regalaban lindos juguetes y mi abuela nos deleitaba con sus tallarines y otras cosas ricas, o nos compraba las deliciosas tortitas negras en la panadería. Pero por sobre todo, nos hacían sentir sumamente queridos. Al menos en lo que a mi respecta, era lo que me sucedía.
A mis padres no les gustaba el exceso de mimos de mis abuelos, porque ellos no estaban dispuestos a repetirlos cuando volviéramos a nuestra casa. Y lo cumplían, porque en Jujuy nos tenían "cortitos".
Por eso con mis hermanos tratábamos de disfrutar al máximo las vacaciones en el Litoral. Y son en definitiva los recuerdos amorosos que mis hermanos y yo atesoraremos por siempre en nuestros corazones...

domingo, 3 de marzo de 2013

UNA FOTO, UNA HISTORIA...CON GRANDES MÚSICOS


Desconozco la fecha de la foto. Sólo sé que fue tomada en 1984, cuando trabajaba en la Editorial Perfil, específicamente en la desaparecida revista "Casos" y tenía a mi cargo una sección sobre Rock, "Rockasos".
Allí están Patricia Sosa, líder en esa época del grupo "La Torre", Alejandro Lerner, un solista que comenzaba a destacarse, y Rubén Rada, el uruguayo que poco a poco había ido ganando un espacio en la Argentina.
Cuando llegué al semanario, fui una colaboradora de otro chico que hacía de antes esta columna. Pero cuando él renunció, me hice cargo sola y lo que era un pequeño sector de una página de la revista, se convirtió con el paso del tiempo en una página completa.
A las noticias sobre músicos, discos, recitales y todo aquello que tuviera que ver con el Rock, le fui agregando datos sobre Folklore, Blues, Jazz y varios ritmos latinoamericanos. Pero lo que más me gustó fue añadirle pequeños reportajes a los artistas.
La mayoría de las veces los citaba a la editorial y lejos de todo divismo, concurrían a hablar de sus proyectos, y en otras, iba yo a entrevistarlos donde les resultara cómodo.
Como lo demuestra la foto, aquí las figuras, que iban a participar de un festival de música, no tuvieron ningún inconveniente de acercarse a conversar conmigo. Los reuní en una de las oficinas de la editorial.
Mientras Patricia se sonreía para la cámara, el negro Rada respondía a una de mis preguntas, ante la mirada atenta de Alejandro Lerner. Y yo grababa la entrevista con un grabador a cassette que me acompañó por mucho tiempo.
De todos, al único que vi esa única vez fue a Rada, porque a Patricia, con su marido Oscar Mediavilla y el resto de sus músicos, los crucé en varias oportunidades. Pero fue con Alejandro Lerner, con quien tuve mejor relación porque a la par que crecía en su carrera, le fui haciendo notas en todas las demás revistas donde trabajé.
Yo era un poco hippie en esa época. Usaba chalecos y suéters con guardas, y con dibujos indígenas. También pulseras tejidas y de muchos colores. Tenía el pelo con rulos. Y escuchaba mucha música progresiva y rock internacional.
Era lo único que había adoptado del hippismo. Nunca tuve curiosidad por fumar marihuana, ni probar la cocaína. Elegía sólo lo sano de esa vida, como andar en bicicleta.
Tenía una roja, desplegable, con la que recorría toda la ciudad, esquivando los autos, aunque por fortuna nunca tuve ningún accidente. Y cuando iba a la revista, la subía hasta la oficina, que estaba en el segundo piso de un edificio en Sarmiento casi Cerrito, y la estacionaba en la entrada.
Era un momento lindo, con una Democracia incipiente, que hacía que se respiraran aires de libertad.
Los músicos podían decir lo que quisieran en las notas y nadie los iba a perseguir. Tampoco a mí por haberlos entrevistado. El Rock Argentino estaba en la cresta de la ola y era maravilloso asistir a cientos de recitales, para disfrutar en vivo de la buena música.