Esta es una continuación del texto anterior sobre "los premios que se ganaron y no se retiraron". Porque el premio era la búsqueda de ese objetivo.
Por eso vuelvo a recurrir como ejemplo, a la escena de la bellísima película "Cinema paradiso", la del "Toto" adolescente esperando un año, la decisión de su enamorada en respuesta a su declaración de amor. Y minutos antes de que se venciera el plazo, se retiró en silencio del frente de la casa de la chica.
En lo que respecta a mi vida, me sucedió en varias oportunidades, la de no ir a "buscar el premio". La más clara, cuando estudiaba Periodismo y para ganarme la vida y al no encontrar nada que tuviese que ver con el medio, comencé a trabajar en la venta de cursos de Inglés.
En la Empresa de Estudios Mnemotécnicos, que así se llamaba, para engañarnos que éramos más que unos simples vendedores, nos decían "suscriptores" de los cursos. Una estupidez que reconozco a la distancia.
Cada vez que le vendíamos el curso a alguien, los vendedores nos quedábamos con el dinero de la suscripción. El resto de las cuotas del curso era por lógica para la empresa.
También había categorías. Si llegabas a vender una "equis" cantidad de cursos, que eran muchos pero no recuerdo cuántos, pasabas a integrar la categoría de "Supervisor". Ese puesto te permitía tener gente a tu cargo y cobrar también un plus por las ventas que hacían los subordinados.
Era un puesto muy codiciado por la mayoría de mis compañeros. A mí en cambio, nunca me interesó ascender en ese trabajo. Sentía que no era lo mío. Porque yo esperaba la oportunidad de ingresar a algún medio gráfico, radial o lo que fuera. La de los cursos era una tarea transitoria para pagarme el alquiler, mis estudios y mis gastos personales. Nada más.
Sin embargo, al estilo de esas carreras absurdas que una juega en la calle tratando de pasar a los que van caminando adelante. De la misma manera, encaré el propósito de llegar a Supervisora.
No me interesaba en absoluto seguir vendiendo cursos, tampoco tener gente a cargo. Pero decidí encarar una carrera en la que perdí plata para "ganar mi libertad". Quería llegar a ser Supervisora, pero sin ninguna intención de ejercerlo. Porque en realidad, mi propósito era irme. Irme con la frente bien alta. La de una triunfadora.
Para conseguir el puesto de Supervisora, que tenía previsto lograr antes de viajar a Jujuy a pasar las Fiestas de Fin de Año con mi familia, les propuse a amigos, familiares y allegados, que se suscriban al curso. No cobrarles el dinero que debía quedarme a mí y que cuando les llegaran los libros y los disco de pasta a sus casas, inventaran cualquier excusa y los rechazaran. Eso se podía hacer y no tenían que pagar nada.
Con esa propuesta poco convencional, porque nadie hace nada para "perder dinero", y como yo era una persona confiable, mucha gente se sumó a mi locura y aceptó suscribirse.
A nadie le cobré. Tampoco me preocupé por saber si habían aceptado el curso cuando lo recibieron. Sólo sé que el día que logré la suscripción para que me den el ascenso, a la mañana siguiente no fuí a trabajar. Es más, como nuestra tarea era en negro, poco importaba si enviaba o nó un telegrama de renuncia. Ni siquiera lo hice de manera verbal. Simplemente no fuí más.
A los pocos días me tomé un avión a Jujuy y me quedé dos meses con mi familia, hasta que decidí volver dispuesta a trabajar en otro lado.
A la empresa de los cursos, la dejé en el pasado. A mi regreso a Buenos Aires, no me importaba conseguir un empleo en Periodismo o como oficinista. Quería terminar la carrera y después sí dedicarme a buscar algo relacionado con mi profesión.
Por un tío que trabajaba en los talleres en Ranelagh, de la entonces empresa de micros "Río de la Plata", empecé a trabajar en la parte administrativa. Las oficinas estaban en la calle Rioja, a media cuadra de la Plaza Miserere, en el barrio porteño de Balvanera, más conocido como Once.
Pero esa es otra historia. Sólo quería hablar del premio que no recibí y del cargo que nunca asumí.
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