viernes, 28 de enero de 2011

ALMAFUERTE, EL POETA DEL AMOR PERDIDO



Así escribía Pedro Bonifacio Palacios, "Almafuerte", el primer poema que publicó en "Tribuna", en enero de 1874.
Lo tituló "Olvídate de mí" y se lo dedicó a...Así lo dejó con puntos suspensivos. Pero era para la mujer que amó y lo abandonó, y en quien se inspiró para escribir sus letras mejor logradas.

"Siempre en la idea este fatal pasado,
siempre el recuerdo de este amor conmigo,
que debiera olvidar--y no he olvidado,
que quiero maldecir--y no maldigo...
¿Por qué en el viaje triste y desolado,
que en mi existencia solitario sigo,
siempre ha de ser presente mi pasado
y ha de estar este amor siempre conmigo..."

Toda mi vida recordé, hasta hoy inclusive, esta primera parte del poema. Lo aprendí, no por obligación, sino por placer, cuando en 1972 se cumplieron 55 años de su muerte.
Yo por ese entonces estaba en el último año de la Escuela Primaria en Centro Forestal, mi pequeña "aldea" de la infancia en la provincia de Jujuy. En mi condición de abanderada del establecimiento, me designaron con las dos escoltas para que represente a la escuela en un concurso intercolegial sobre la vida de "Almafuerte".
No gané el concurso, tampoco ninguna de mis compañeras. Sin embargo, me dió la posibilidad de adentrarme en el mundo maravilloso de la poesía y la personalidad de este hombre nacido en la localidad bonaerense de San Justo, el 13 de mayo de 1854.
Muerta su madre, abandonado por su padre y criado por unos parientes que no lo tenían en cuenta, se convirtió con los años en un hombre solitario, huraño y melancólico. Pero en un hombre de bien.
Ya que a su vez se preocupó por niños abandonados y llegó, pese a su precaria situación económica, a adoptar cinco chicos.
Lo valioso es que supo volcar en sus escritos y de alguna manera hacer catarsis por todo el dolor que llevaba acumulado en su vida.
Fue docente, periodista y sobre todo poeta.
A la mujer que amó le dedicó varios poemas cargados de resentimiento, como en el caso también de "Castigo".

"Yo te juré mi amor sobre una tumba,
sobre su mármol santo!...
¿Sabes tú las cenizas de qué muerta
conjuré temerario?
¿Sabes tú que los hijos de mi temple
saludan ese mármol,
con la faz en el polvo y sollozantes
en el polvo besando?
¿Sabes tú las cenizas de qué muerta,
mintiendo, has profanado?
¡No lo quieras oir, que tus oidos
ya no son un santuario!..

Así como el desengaño amoroso fue su Talón de Aquiles, también supo dejar para la eternidad, escritos de un optimismo y una fortaleza, que aún en la actualidad se siguen trayendo a colación para salir de una situación difícil.
Son los "Siete sonetos medicinales", donde "¡Avanti!", sin dudas, es el más conocido.

"Si te postran diez veces, te levantas
Otras diez, otras cien, otras quinientas...
No han de ser tus caidas tan violentas
Ni tampoco, por ley, han de ser tantas.
Con el hambre genial con que las plantas
Asimilan el humus avarientas,
Deglutiendo el rencor de las afrentas
Se formaron los santos y las santas.
Obsesión casi asnal, para ser fuerte,
Nada más necesita la criatura
Y en cualquier infelíz se me figura
Que se rompen las garras de la suerte...
¡Todos los incurables tienen cura
Cinco segundos antes de la muerte!".

Quise dejar para el final el poema que sí nos obligaron en la escuela a aprendernos. Aunque más no fuera la primera estrofa. Y es "Cantar de los cantares".
La parte que se repetía hasta el final: "Hija mía, madre mía, novia mía", era la que nos servía para relajarnos. Porque la repetíamos en un tono, como si nos tuviera hartos. Y nos matábamos de risa, a pesar de los retos de la maestra.

"Níveo cáliz de magnolia
Decorando los retoños de la rama
Cual un ánfora de sueños, --es tu frente.
Sí, tu frente,
Hija mía, madre mía, novia mía,
Es el gótico remate de la rama
Su divino corolario;
Es el grave, pausadísimo incensario
Cuya mirra de sapiencia por mi templo se derrama!
Radiaciones de las mieses, --
Rubias ondas encrespadas y brillantes
Y crujientes de los trigos, --tus cabellos!...
Tus cabellos,
Hija mía, madre mía, novia mía..."

Para muchos tal vez, traer a la memoria un fragmento de la obra de Pedro Bonifacio Palacios, resulte aburrido. No lo es para mí, cuando intento rendirle un simple homenaje a un grande de la Literatura Argentina.
Por eso estoy segura que el resto de los mortales, el que ama y admira la poesía, me lo agradecerá.


domingo, 16 de enero de 2011

DRÁCULA, EL MEJOR MUSICAL ARGENTINO




Volví a ver "Drácula", creo que por 13° vez, porque perdí la noción del tiempo en que disfruté de este maravilloso musical creado por Pepe Cibrián Campoy y Ángel Mahler hace ya 20 años...

Sé que las imágenes que registré no son las mejores. Pero tengo la excusa de la emoción y de aplaudir a la vez que filmaba. Y también por la linterna con una potenta e incómodo luz roja con la que los acomodadores marcaban desde los palcos a quien pretendiera tomar fotografías o grabar alguna secuencia de la obra.

Desde que compré la entrada hace más de un mes, cuando apenas se pusieron a la venta en el Teatro Astral, comencé a contar los días en que me sentara en la fila 3, asiento 8, para observar de tan cerca la labor de verdaderos artistas.

No soy la única que considera que es el mejor espectáculo musical que se hizo en la Argentina. En estos años la vieron en este país, Brasil, Chile y España, más de medio millón de personas. De las cuales, varias como yo, la disfrutaron en cada reposición. Y no una sola vez.

Mi fidelidad y amor eterno hacia "Drácula, el musical", se debe en parte a que asistí hace 20 años a su estreno y hasta estuve en el cóctel de presentación.

Recuerdo a un Pepe Cibrián dialogando con todos los medios. Y en un rincón, ignorados, a Juan Rodó, Cecilia Milone y Paola Krum, quienes tras el estreno, se ganaron un lugar preponderante en el espectáculo nacional.

También me acuerdo que me sorprendió la remodelación especial que se le hizo al Luna Park, un escenario identificado con el boxeo y con recitales de grandes artistas internacionales como Frank Sinatra, Liza Minnelli, Silvio Rodríguez y Mercedes Sosa, entre otros.

Nunca, ni aún ahora, "Drácula" tuvo el despliegue escénico del Luna Park.

Tito Lectoure y su tía Ernestina, dueños del llamado "Palacio de los deportes", pusieron todo el edificio al servicio de una obra nueva, creada por gente nueva como Pepito, del que sólo se sabía que era hijo de dos grandes actores como Ana María Campoy y Pepe Cibrián, y Ángel Mahler, un músico conocido sólo por sus pares. Y actuada también por gente nueva: un barítono de La Plata y profesor de canto como Juan Rodó y dos chicas lindas que se decía "cantaban y actuaban muy bien", como Cecilia Milone en el papel de Mina y Paola Krum, como Lucy.

Pero el gran Pepito, que logró contagiar con su sueño a Lectoure, sorprendió a todos con su obra maestra. Así nació la comedia musical en la Argentina.

Nadie antes había intentado animarse a ese género tan propio de Estados Unidos e Inglaterra. Y él lo hizo con un musical único. Pese a que la historia del vampiro es conocida en todo el planeta.

Pepito tuvo la gran idea de hacer de "Drácula" un hombre enamorado. Un monstruo malvado por los siglos de los siglos, pero con ese aditamento del "amor" que lo hacía casi humano. Y hasta querible.

Para lograrlo, no sólo contó con la música increíble de Ángel Mahler, sino con la interpretación inigualable y sublime de Juan Rodó. Todas nos enamoramos de ese "Drácula" de voz cautivante y de una presencia escénica impresionante.

A todo eso, Cibrián Campoy, le agregó un elenco brillante de cantantes y bailarines, elegidos en un durísimo casting. Y de una puesta de luces y escenografía, nunca antes vistas.

La escena de las telas blancas agitándose al viento, con bailarines corriendo como si bajaran de una montaña, es una imágen que cautivó a los cinco mil espectadores que asistieron al estreno en agosto de 1991 y a todos los demás que llenaron el Luna Park en 40 funciones.

También el truco del espejo, con el perfil perturbador del hombre milenario sediento de sangre humana. Y el del final, tan aterrador y sorprendente, en una época donde sólo en las películas estadounidenses podían contemplarse escenas de este tipo.

Había nacido la leyenda de "Drácula". El "Drácula", de Cibrián- Mahler.

La dupla hizo varias comedias musicales que también fueron éxito como "Calígula", "El jorobado de París", "Otelo" y varias más, pero ninguna alcanzó el grado de fanatismo que despierta "Drácula".

Por eso, cada vez que decidió reponerla, se convirtió en un éxito de taquilla. En 1992, repitió la historia en el Luna Park y luego la llevó a Santiago de Chile. En 1993, estuvo en el Teatro Radio City de Mar del Plata. En1994 volvió al Luna Park.

También en ese año, la presentó en Barcelona. Después pasaron tres años, para que retornara al Luna Park. En el '98 y el '99, "Drácula" estuvo sólo de gira por la Argentina y el exterior. En el 2000, volvió por última vez al Luna Park.

En ese año fue a San Pablo, Brasil. En 2003 debutó en el Teatro Ópera, donde volvió a presentarse en 2007. Esa fue, hasta ahora, la última vez que estuvo en escena.

Cómo me la iba a perder, con esa publicidad tentadora de "nuevas escenografías, vestuarios y escenas esclarecedoras de la historia, que se cortaron del texto original". Y la presencia infaltable de Juan Rodó.

Disfruté desde mi ubicación privilegiada, desde la primera hasta la última escena. Como así también del conmovedor saludo final, con Pepito, Mahler y su hijo Damián, a cargo ahora de la dirección orquestal, en el escenario, saludando a una platea, palcos y superpullman, aplaudiendo de pie y con lágrimas en los ojos.

Después de ver a tanta gente en la televisión, que triunfa por "mostrar una teta", "pelearse por pavadas", "salir con jugadores y contarlo como si fuera una hazaña", "estar encerrados en una casa sin hacer nada y hablando estupideces", "decir las peores guarangadas" o ser un símbolo de la incoherencia como Zulma Lobato, a quien, pobre, le hicieron creer que era artista, no me queda más que elogiar hasta el hartazgo a Pepe Cibrían y compañía.

Pepito fue el descubridor de las figuras que hoy triunfan, pero por su talento. Y eso es lo que vale. El artista es el que estudia, se sacrifica por su profesión. El que emociona y te hace creer lo que está contanto con su actuación. No el "caido del catre", que se esfuma con la aparición de un nuevo mediático.

En esta nueva versión de "Drácula", me encontré con gente muy joven y talentosa. Desde Candela Cibrián, de 20 años, los mismos que la obra, sobrina de Pepe, pero que según el mismo Cibrián, se ganó el papel de Mina, tras varios castings en los que él no intervino, sino que la elección se la dejó a Ángel Mahler.

Luna Pérez Lening, otra chica jovencita, que deslumbró con su rol de "Lucy". Al igual que Leonel Fransezze, con una voz sorprendente como "Jonathan". Y los no tan jóvenes Adriana Rolla, como "Nani" y Germán Barceló en el papel del "Doctor Van Helsing".

Pero no fueron los únicos. Entre el elenco de cantantes y bailarines, ninguno desentonó y hasta se ganaron sus buenos aplausos y risas del público, como Diana Amarilla, una posadera que quería "algo más" que proteger al desvalido Jonathan. El cochero, Emilio Yapor, con una voz preciosa. Y un chico de 16 años, que creo es Ezequiel Rojo, que me encantó como "mascota" y como el marinero loco. Una maravilla descubierta en sus rigurosos castings por el enorme Pepe.

Cualquiera diría que me pagaron para tanto elogio de "Drácula". Nada que ver. Tampoco estoy en la crítica de espectáculos, que muchas veces es acordada por una cuestión "de amistad". Escribo desde la posición de una espectadora que se deja llevar por la belleza de la puesta y el trabajo indiscutible de los artistas.

Más allá del día del cóctel en 1991, nunca hablé con Pepito. Menos conozco a Ángel Mahler. Me confieso una enamorada del talento y del esfuerzo. Del talento creativo y del interpretativo. Sólo eso.

Pero eso sí, nunca me cambien a "Drácula". Juan Rodó es el único que puede vestir ese traje. Él es el genio. Él es el elegido.

domingo, 2 de enero de 2011

MARTÍN, EL RESCATADITO





Así está Martín hoy. Duerme sobre la cama, almohadas y almohadones, come cuando quiere y recibe cientos de mimos por día. Martín es un hijo más de mi familia gatuna...

Pero este gatito sin edad definida, de orígen desconocido y seguramente con otro nombre, estuvo a punto de morir de inanición en enero de 2010, antes de vivir como un rey.


Todo comenzó en la terraza de un edificio de oficinas que está en venta y/o alquiler frente al que yo vivo.

Ignoro cómo y cuando fue a parar allí. Supongo que se asustó de los cohetes lanzados en Navidad y buscando refugio, cayó de algún techo vecino. Pero como la terraza tiene unos tres metros de altura, no tuvo manera de regresar. Por abajo era imposible salir, ya que el lugar está herméticamente cerrado.


Yo lo descubrí en la terraza el día siguiente de Año Nuevo, ya que la Navidad la había pasado en Jujuy.


Me sorprendió su aspecto: era una bolsa de huesos, apenas se movía y gracias a que había llovido y quedó un charco en el techo, eso era lo que único que tenía para beber.


Mi angustia crecía con el paso de las horas, porque más allá de llamar una y mil veces a la inmobiliaria para que vengan a abrir la puerta y me permitan sacarlo de esa trampa mortal, no tenía otra posibilidad.


En el edificio lindero, el departamento que estaba a la par de la terraza, estaba en venta y no había nadie. Y a la derecha hay una sucursal del Correo, que sólo tiene dos pisos.


En la inmobiliaria me decían que ellos no tenían la llave del edificio, sino su dueño. Una mentira grande como el edificio mismo. Y que el dueño estaba fuera de Buenos Aires y "ya le habían avisado sobre el caso del gato".


Mientras apareciera la solución, yo no quería ver a Martín morir de hambre y de sed. Al menos quería que le llegaran pedacitos de carne.


Como yo tengo un tejido en el balcón, no podía arrojarle nada desde mi departamento. Entonces comencé a golpearle las puertas a mis vecinos. Pero estando en época de vacaciones, fueron muy pocos los que me cedieron el paso.


Al haber una avenida de por medio, todos en vano fueron los intentos. Los pedazos de carne cayeron al asfalto. Me imagino las caras de los automovilistas al "ver llover carne". Ahora que lo escribo me sonrío. Sin embargo, en ese momento para mí la situación era angustiante.


No me dí por vencida y me fuí a buscar un comercio de caza y pesca para comprar una honda. Por ese medio, tal vez lo iba a lograr.


Para no volver a molestar a los mismos vecinos, me subí a la terraza y comencé a tirar carne con la honda. Pero mis fuerzas no eran las sufientes y otra vez iban a parar a la avenida.


Hasta que un vecino de un piso inferior a la terraza me vió y decidió darme una mano. Me pidió la honda y la carne. Gracias a él, tres pedacitos llegaron a la terraza y me emocioné de ver a Martín ir a buscarlos y comerlos. Al menos ese día, su estómago había probado bocado.


Mi desesperación por salvarlo lo antes posible tenía que ver también con que en los próximos días debía volver a trabajar después de mis vacaciones y no me iba a poder ocupar tanto de la desgracia del minino.


Como veía que no tenía respuesta de la inmobiliaria, opté por escribirle un mail de auxilio a Roxana Lunardón, una proteccionista de animales con quien estaba en contacto de manera habitual.


Desde un principio dije que luego del rescate, quería llevar al gatito conmigo. Es decir que no comprometía a ningún proteccionista a tener que buscarle un hogar.


Nunca imaginé el poder impresionante que tienen los proteccionistas cuando de salvar a un animal se trata. De repente mi correo electrónico se llenó de mails de gente que me pedía datos sobre el animal y el lugar donde estaba, y cómo podían ayudarme. Fue increíble y se los agradezco.


Hasta que apareció Graciela Finoli de Fundaco, quien llamó a la inmobiliaria y los intimó a ir a abrir el edificio para sacarlo.


"Les comuniqué que les mandaría carta documento por ser solidariamente responsables de abandono de animal y estarían violando la ley 14.346", me contó por escrito la proteccionista poco después.


La posibilidad de la intervención de la Justicia, hizo que el dueño del edificio finalmente se decidiera a ir a abrir la puerta. La cita fue a las 13 del día siguiente.


Para no estar sola en el momento de subir a la terraza y retirar al animal, Yafer, un proteccionista que sólo conocía por el nombre, se ofreció a acompañarme.


Media hora más tarde de la convenida, se hizo presente en el lugar el dueño del edificio, quien debo reconocerlo se mostró muy amable y hasta me pidió disculpas por no haber llegado antes "porque estaba afuera de Buenos Aires".


Al subir a la terraza pude descubrir in situ el sufrimiento de Martín. El calor era insoportable y el charco se había secado, por lo que el animal ya ni agua tenía para tomar.


El pobrecito estaba en un rincón donde apenas había sombra y muy asustado de vernos.


Al techo subimos el dueño, Yafer y yo. Mientras que el encargado de la inmobiliaria, para no perder el tiempo, se quedó abajo recibiendo a los interesados en la compra o alquiler del edificio.


Además de la jaula para el rescate, yo llevé un bolso con agua y sobrecitos de comida para gatos. Le dejé a Yafer la jaula, que se quedó lejos con el dueño. Y yo de a poco me fuí acercando a Martín con el sobre de comida en la mano.


Si bien en un principio el temor lo llevó a gruñirme, cambió de manera radical su actitud cuando le acerqué la comida. Comenzó a devorarla, mientras me miraba como si quisiera agradecerme. Qué se iba a imaginar que alguien iba llegar hasta él para alimentarlo.


De a poco me fuí acercando y mientras comía, empecé a acariciarle la cabeza y el lomo. Al ver esto, Yafer tomó la jaula y se vino hasta donde estábamos. Le puso un poquito de comida en el interior y dejó la puerta abierta. Pero no fue necesario. Martín estaba tan entregado, que no tuve ningún inconveniente de levantarlo y colocarlo en la jaula.


Después de las gracias de rigor al dueño del edificio, Yafer me llevó en su auto al veterinario. Allí le tomó al felino dos fotos: una de frente con su carita asustada y la otra, terrible, donde se veía su cuerpito consumido y los huesos a flor de piel.


Al verlo el veterinario tan desmejorado, no sólo no me cobró, sino que ni siquiera le hizo una ficha para una próxima consulta. Me dijo que estaba castrado, por lo que había tenido dueño y que era viejito. Pero para él, "al gatito no le quedaba mucho tiempo de vida".


Yo al escuchar eso, no le dije nada, pero interiormente me propuse sacar a Martín adelante: con comida y mucho cariño.


Para evitar que mis otros gatos se enojen conmigo, le pedí a Yafer que suba él con la jaula. Sin embargo mis animalitos, al ver tan desvalido a Martín, lo miraron compasivos y luego lo ignoraron.


Si esos iban a ser sus últimos días de vida, me propuse que "fueran los mejores de su existencia". Le indiqué las piedritas para hacer sus necesidades y los recipientes con comida.


Sólo que hasta ese instante, no tenía nombre. Se me ocurrió Martín y se lo puse. Así quedó, pese a las cargadas de mis amigos que me decían que era por Martín Palermo, cuando todos saben que soy fanática hincha de River.


Martín no se murió como lo anunció el veterinario. Aunque es flaquito, come y toma agua todo el día, hace sus necesidades de manera normal y lo que es más importante, se deja mimar. Cuando vino no sabía lo que era el afecto y estaba con las uñas afuera. Alerta. Yo le decía "chúcaro" por eso.


Pero no sólo aprendió a aceptar las caricias, sino que él mismo ha venido a reclamarlas, pegándome cabezazos en las piernas.


Esta historia la quería contar hace tiempo, pero me faltaban las imágenes. Sin embargo, esta producción pude hacerla justo para su primer cumpleaños. Martín nació hace un año y eso hay que celebrarlo.