martes, 22 de mayo de 2012

LOS ELECTRODOMÉSTICOS TIENEN VIDA PROPIA


Cuando los electrodómesticos cobran vida todo se vuelve insoportable...
No es ninguna locura lo que digo. ¿A quién no le sucedió que dejen de funcionar justo cuando más se los necesita?. Y cuando viene el técnico a arreglarlos, ¿no les pasó que vuelven a funcionar como si nada hubiera pasado y quedamos mal parados, y pagando por una visita?. Porque el técnico no deja de cobrar.
Lo peor es cuando esta persona se retira y el aparato en cuestión vuelve a rebelarse a nuestro manejo, y no tenemos más remedio que llamar a otro técnico, porque el que se fue difícilmente se muestre dispuesto a volver.
Yo me he pasado la vida lidiando con electrodomésticos indómitos, capaces de hacerme pasar los peores momentos de mi vida cotidiana. Los caños también me provocaron, me provocan y seguramente seguirán provocándome  grandes dolores de cabeza. Nunca me pasó que al menos por un tiempo, todos estuvieran en perfectas condiciones. Ni en sueños. Siempre hay alguno o más rodeado de bolsas de polietileno, para evitar que el agua se derroche. Un castigo.
Sin embargo, el tema que me inspiró este escrito es el calefón del departamento que alquilo desde hace casi siete años. Porque después de siete meses, pude darme una ducha normal, con agua caliente, porque siempre se apagaba y terminaba bañándome con agua fría. O como en los últimos meses, ya con temperaturas más bajas, tenía que recurrir a la olla con agua calentada. Es que seguía bañándome con agua fría y el agua caliente lo dejaba para mojarme el pelo antes del champú, después de enjuagado y tras el acondicionador. Una tortura china.
Desde el principio tuve problemas con este calefón. Así como lo ven, aparentemente simpático, viejito piola, era un guacho total...
Los gasistas que pasaron por casa hicieron lo imposible por dejarlo en condiciones para ser utilizado. Pero estos arreglos siempre fueron temporales. Porque a pesar de limpiarlo y de cambiarle el diafragma, a la corta o a la larga me quedaba sin agua caliente.
El primer síntoma del desperfecto se producía en la ducha. Para que saliera el agua caliente, debía abrir a la vez la canilla de la cocina y la del lavatorio. Pero cuando cerraba estas últimas, el calefón se apagaba y comenzaba a salir el agua fría. Un montón de veces terminé bañándome en estas condiciones deplorables.
Nunca me puse a sumar lo que gasté en arreglos inútiles. Pero debe haber sido bastante. El penúltimo gasista me decía  que "el calefón no daba para más y que debía reemplazarlo". Sólo que en esto la decisión no era mía, sino que corría por cuenta del dueño del departamento.
Cada vez que se lo comentaba, con la intención de que decida cambiarlo por uno nuevo, me decía que me iba a enviar a su propio gasista, una persona de su confianza, que le iba a decir la verdad sobre el estado del aparato.
Estaba a la vista que por más que viniera el mejor gasista de la Argentina, así como los que habían pasado por casa, todos iban a coincidir en que la única solución posible era tirarlo a la mierda y comprar uno nuevo.
Para comprobar que era verdad mi posición, el dueño del departamento me envió a su propio gasista. Y el hombre no tuvo que analizar demasiado para darme la razón.
El tiempo no me dio para buscar en varios comercios, así que me quedé con uno que vi en Musimundo. Lo compré un jueves a la tarde, justo un día antes de un estudio médico complicado que debían hacerme y con la intención de que se instale el sábado. Pero como los aparatos suelen adoptar el rol de "novios despechados", éste no podía ser la excepción.
Además del costo, que pagué al contado, tuve que hacer frente a los gastos de los caños para el gas y el agua, y por supuesto, pagarle al gasista. Sin embargo, cuando había terminado de instalar el calefón, saltó la sorpresa. Una molesta sorpresa: no funcionaba el piloto. Tenía una falla de fábrica, por lo que había que llevarlo para que me lo cambien. Y para peor, yo disminuida físicamente por el estudio que me habían realizado.
Ese día, después que se fue el gasista, con la promesa de regresar el sábado siguiente, lloré de impotencia, mientras mi gatos me miraban sin entender nada. No podía ser que un calefón, una cosa de lata y de hierro, dominara mis sentimientos.Tenía tantas ganas de disfrutar de un baño de verdad. Pero al parecer, áun no era el momento.
Al viejo lo saqué al balcón y lo dejé "desnudo", sin la tapa, para que supiera lo que es pasar frío por haber tenido que bañarme tanto tiempo con agua fría.
El lunes, tuve que pedirle a mi primo que me acompañe a llevar al fallado al local de la Avenida Corrientes y Callao. Pero como nada es perfecto en cuanto a los aparatos, no había otro en stock para el reemplazo. Así que tuve que volver el sábado a la mañana para llevarme el que finalmente instaló el gasista. Y esta vez (hago cuernitos mientras lo escribo) no aparecieron fallas.
Ahora me falta definir cómo arreglar con el dueño cuando vaya a verlo, porque el calefón me salió más de lo que pago por el alquiler del departamento. Lo que se me ocurre es guardarme la factura y el día que me tenga que ir, vendérselo o poner el viejo que dejé en el balcón, llevarme el nuevo y en suma tendrá que cambiar por otro nuevo.
Solucionado el tema del calefón, no digo que ahora todo es perfecto en casa. Qué va. Se rompió el caño que comunica el lavatorio del baño con la pared y chorrea agua por detrás. Y está roto también el caño que une el inodoro con la pared. Pero a esos arreglos lo dejaré para el mes que viene, porque ya gasté demasiado por estos días. Y seguramente no serán los únicos, por ese efecto dominó de ir rompiéndose todo de manera constante.
Con tantos contratiempos, muchas veces me sentí como una competidora de aquel programa "Operación Robinson" que conducía Julián Weich. Aún viviendo en la ciudad, he tenido que padecer varios días sin gas, sin luz y sin agua. No todo junto porque hubiese sido catastrófico. Pero sí por etapas.
Cuando me mudé a este edificio donde vivo, coincidió que debían cambiar los caños de gas de todo el sector "B", ¿y yo dónde estaba?. Obvio, en el "B". Casi tres semanas tuve que usar un calentador eléctrico para cocinar y calentar agua para bañarme.
Pero lo más increíble fue lo que me sucedió con la electricidad. Un tiempo después de mi mudanza, comencé a padecer cortes reiterados de luz, ajenos al edificio. Pasaron varios electricistas que venían, revisaban uno a uno los enchufes y alargadores, y todo estaba en perfecto estado. Sólo que al poco tiempo que se iban, yo me volvía a quedar a oscuras.
El portero ya me miraba feo, cada vez que debía permitirles el paso a los electricistas de turno para que revisen en el sótano la caja de electricidad correspondiente a mi departamento. No encontraban nada fuera de lugar que pudiera provocar los cortes que cada vez eran más reiterados. Y claro, se querían llevar su dinero, así que me hacían gastar en nuevos fusibles y no sé cuántos repuestos más, que por supuesto pagaba yo sin chistar para tener una solución al problema.
Era espantoso subir por el ascensor y luego entrar a un departamento, que si no hubiera sido por la luz natural del balcón, hubiese tenido más tiempo a oscuras. Y luego, en la noche, debía iluminarme con velas y con una lintera. Parecía la casa de Drácula.
En las estaciones de servicio me compraba varias bolsas de "rolito" para mantener refrigerada en una conservadora de hielo, la carne para mis gatos y mis alimentos.
Para maquillarme, para ir a trabajar, usaba el espejo del ascensor y al teléfono lo cargaba en el cuartito donde se deja la basura. Me sentía muy mal con esa situación que se extendió como unos tres meses. Lo peor es que seguía pagándole a gente que no me traía ninguna solución.
Hasta que un buen día, el electricista del edificio que iba a venir otra vez a hacer nada, como siempre, se enfermó y la administradora me envió a un chico muy joven, pero quien fue el más vivo de todos.
Vino a casa, miró cada uno de los enchufes, a los que vio en perfecto estado y se fue de inmediato al sótano. "Creo que ya sé lo que pasa", me dijo cuando bajaba conmigo en el ascensor. Ahí pensé: "otro que se cree genio". Pero esta vez, me equivoqué.
Él fue quien descubrió el motivo de los cortes. En el departamento de planta baja había un caño roto, cuyas gotas de agua cada día eran más grandes y caían, oh casualidad, sobre la caja de electricidad de mi departamento. Sólo en el mío y esto había oxidado todos los cables.
Por suerte, él había traído varios metros de cable que tiró desde el 10° piso hasta el sótano. Y también arregló la gotera, ya que todo el gasto le correspondía a la administración del edificio.
De esta manera, ese día recuperé la luz. Me daban ganas de abrazarlo, pero me contuve. Seré agradecida por no una zarpada. Era como un sueño para mí, después de todo lo que había pasado en esos largos meses.
Mi hermano Jaño dice que los duendes existen y que son los que nos esconden las cosas cuando no las encontramos y los que las hacen aparecer en nuestras narices, como si nunca las hubiéramos movido de allí. Yo no sé si creer en ellos, pero lo cierto es que los aparatos electrónicos y electrodomésticos, caños y ahora se me agregó una visagra rota en una de las puertas del placard, dejan de funcionar sólo para  atormentarme y hacerme sentir  impotente.
¿Será que alguna vez suceda que no haya nada que necesite un remiendo o un reemplazo?. Hago votos para que se cumpla algún día...

sábado, 12 de mayo de 2012

ENIGMÁTICO 7

A ella ya la tuve como protagonista en otro enigmático, pero como la chica ha sido prolífica en las cuestiones sentimentales, la tengo aquí por otra relación clandestina.
En este caso el importante de la historia es él, muy vigente en los años 80', por ser el número dos indiscutido en la Argentina, en un deporte que comenzaba a ganar adeptos.
Ella, modelo, vedette, actriz, chica de tapa de varias revistas, era muy requerida por los hombres de todos los ámbitos. Pero más de aquellos con una sólida posición económica que podían regalarle autos, departamentos, joyas y viajes al exterior.
Con el hombre en cuestión, prevalecían los viajes al exterior. Específicamente a los lugares a donde él debía ir a competir. Y a eso se sumaba un dinero extra para gastarlo en el shopping.
Él estaba casado y era padre de varios hijos. A simple vista, un señor de familia ejemplar. Sólo que cuando viajaba, como su esposa debía quedarse a cuidar de los chicos pequeños, y a él no le gustaba estar sin compañía, la llamaba a nuestra enigmática. Lo que se dice, un pirata muy listo...
Esa relación nunca trascendió en los medios. A ella le hubiera dado estatus social. Sin embargo a él no le convenía. Arruinaría su imagen. Y como no era más que una transacción de sexo, el acuerdo que tenía con ella era que nunca revelara la existencia del "affaire".
Yo lo sabía porque ambas teníamos una amiga en común. Pero jamás salió de mí ningún comentario al respecto, porque a la que iba a dejar mal parada era a mi amiga.
Los viajes habituales de la pareja eran a Miami.
Cualquiera diría que eran unos perfectos desconocidos. Porque no sólo llegaban por separado al Aeropuerto de Ezeiza, sino que en el vuelo viajaban en asientos separados y así también se dirigían al hotel. Recién allí se encontraban. Pero eso sí, directamente en la habitación, por si había algún argentino cerca que los reconociera.
Ella le contaba a mi amiga que se aburría bastante en esos viajes. Y mi amiga le respondía: "¿De qué te quejás?. El tipo no sólo te paga el pasaje sino que te da plata para que te compres lo que quieras en los shoppings. Yo que vos me callo la boca y disfruto de tanto lujo".
Lo que sucede es que esta chica, a pesar de que era consciente que se trataba de "un trabajo de geisha", pretendía un poquito más de atención de su amante.
Tampoco podían ir a comer juntos. La modelo debía ir sola a los restaurantes. Sólo algunas veces compartían una comida en el cuarto.
A él le importaba que ella siempre estuviera dispuesta a tener sexo, pero sólo cuando él lo requería. No hay que olvidarse que era un deportista de elite, que debía cuidarse de los excesos. Y además, la necesitaba para que le hiciera masajes luego de los partidos.
En esos términos, la relación duró varios años, hasta que un buen día, por un violento asalto que sufrieron su esposa e hijos en la casa donde vivían en el norte del gran Buenos Aires, nuestro hombre decidió radicarse con toda la familia en Estados Unidos.
A nuestra chica se le terminaron entonces los viajes como dama de compañía del famoso personaje del deporte argentino.

domingo, 6 de mayo de 2012

MEJOR QUE BO DEREK...

Esta no fue ni será una de las mejores notas en mi paso por la gráfica. En este caso en la revista "La Revista". Al contrario, es una "notuela" que pasó inadvertida por cualquier lector. Sin embargo, tiene para mí una importancia muy personal.
La foto que yo le tomé a Bo y John Derek en el Obelisco, fue la que salió publicada a doble página como apertura de la nota.
Fue una cuestión de emergencia. El fotógrafo que había tomado las fotos de la pareja, decidió marcharse una vez que concluyó con las tomas en el hotel porque "tenía un compromiso ineludible".
Por fortuna, yo había llevado mi cámara. De modo tal que me subí al auto de periodistas de un medio colega, cuando la gente de prensa de la Secretaría de Turismo de la Nación, organizadora de la reunión de prensa, consideró que no había un lugar más representativo para mostrar a los Derek en Buenos Aires, que la Plaza de la República.
Yo estaba acostumbrada a que se publicaran notas con mis fotografías. Pero eso sólo lo hacía para la revista "Vea", de Puerto Rico, para la que trabajaba como corresponsal. Por eso, aún tratándose de una necesidad, lo sentí como un honor que mis jefes de "La Revista" optaran por mi foto del matrimonio Derek.
Siempre me había gustado la Fotografía. Además, tenía amigos fotógrafos a los que consultaba constantemente por su trabajo y eran muy generosos con sus respuestas. Y algunos, hasta me alentaban a dedicarme de lleno a la Fotografía.
Aunque estudié Fotografía y llegué a revelar mis propias fotos en el laboratorio que había armado en mi departamento, no era mi intención elegirla como profesión. Yo lo tomaba como un complemento para mi trabajo como periodista. Era una tarea que me daba un enorme placer.
La protagonista de la comedia "10, la mujer perfecta" y su marido, el director y fotógrafo John Derek, habían venido a la Argentina con la intención de filmar una película en lugares de interés turístico. Eso fue lo que dijeron ellos. Por ese motivo, la Secretaría de Turismo de la Nación, se encargó de llevarlos a conocer los paisajes más hermosos del país y de promocionar su visita.
El proyecto nunca se concretó. Al menos, nunca me enteré del estreno de la versión cinematográfica de "El diario de Adán y Eva", de Mark Twain,  protagonizada por Bo Derek y filmada en paisajes como los de las Cataratas del Iguazú, El Valle de la Luna en San Juan o el Glaciar Perito Moreno en Santa Cruz.
Si sólo fue una mentira para vivir de arriba por un tiempo y disfrutar de unas vacaciones gratis, el plan les salió perfecto. Ambos tuvieron el tratamiento de estrellas, tanto de la Secretaria de Turismo de la Nación, como de los periodistas que los esperamos varias horas en el hotel.
Otro motivo personal por el cual guardo cierto aprecio por esta nota es que pese a la belleza natural increíble de Bo Derek, sin una gota de maquillaje y con facciones perfectas, en la foto que me sacó el fotógrafo Daniel Salerno, yo salí más favorecida.
Que me saquen más linda que Bo Derek es como para creer en los milagros...