domingo, 12 de abril de 2015

VOLVER A FORESTAL...EMOCIÓN A FLOR DE PIEL...



El martes 7 de abril de 2015 fue un día para la emoción y la nostalgia.
Después de muchos años, volví a Centro Forestal, en Palpalá, Jujuy, el lugar donde viví mi infancia y mi adolescencia.
Estuve allí hasta que terminé el Secundario y un año después me vine a Buenos Aires a estudiar Periodismo.
La excusa para el retorno fue la inauguración de la Casa Educativa Terapéutica del Programa "Recuperar Inclusión", del Sedronar, un centro con todas las comodidades para la recuperación de drogadictos, solventado por el Gobierno Nacional.
Tenía interés de conocerlo, pero no estaba en mí ir al acto inaugural previsto para esa mañana y que incluso se transmitió en cadena oficial a través de una teleconferencia con la presidenta Cristina Kirchner.
Sucede que cuando estoy con mi mamá, me cuesta separarme de ella.
Pero ese día, en que a las 17 me iba a encontrar con mis primas, una de ellas, Cristina, "Catina", como es su apodo, me llamó para invitarme a ir a Centro Forestal.
Faltaba poco para las 15.30 y le dije que no podía porque iba a ir a la casa de su hermana, mi prima Mirta.
Pero ella me dijo, que también iba a ir a la reunión, pero que estaba muy interesada en conocer antes el Centro de Recuperación de Adictos.
Como no encontró quién la acompañara, se le ocurrió invitarme.
Lo pensé un minuto y acepté.
Era una buena ocasión para volver a un sitio con tantos recuerdos.
Quedamos en salir a las 16. Mientras me cambiaba y a la espera que Catina pasara a buscarme con su auto, le propuse a mi mamá que viniera con nosotras.
Para ella, ese pueblo perdido entre los árboles, había sido su "lugar en el mundo". Nunca pudo olvidarse de la casa, que aunque era prestada por la fábrica militar "Altos Hornos Zapla" para todos sus trabajadores, la cuidaba y quería como si fuera propia.
En el camino, tantas veces recorrido años atrás, comencé a sentir los latidos fuertes de mi corazón. Antes de llegar, en la ruta vimos a varios policías, lo que daba a entender que el acto era importante, con la presencia de autoridades de Buenos Aires y de la provincia de Jujuy.
Pero así como nosotras, esas autoridades se deben haber sentido decepcionadas por los yuyos altísimos, que el intendente de Palpalá se "olvidó" de hacer cortar. Al menos para la ceremonia de inauguración.
Más allá de los yuyos y de las calles con unas piedras enormes, especiales para tropezarse y pegarse un porrazo, la emoción por el regreso fue mucho más fuerte.
Estacionamos al costado de la nueva capilla, mientras de los parlantes se escuchaba música en vivo, que mi prima de inmediato identificó que era de Daniel Agostini.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, al ver que la Casa Educativa Terapéutica había sido construida donde antes había estado una confitería, donde alguna vez comí y bailé, y luego fue una escuela.
Y el escenario, donde Agostini cantaba sus temas, como cierre de la fiesta inaugural, frente a este edificio, había sido levantado con el fondo del monoblock donde pasé un cuarto de mi vida.
No soy afecta a la música tropical, pero estaba tan contenta, que me prendí con sus canciones y sobre todo con "La Ventanita", con la que cerró su actuación, en medio de una lluvia de globos y papelitos lanzados desde una grúa...
























Me gustó ver a mi mamá encantada, no sólo por volver a su querido Forestal, sino por ver en persona a Agostini, por quien ella se confesó admiradora por ser una "buena persona, padre ejemplar y por ser devoto de San Cayetano, porque tiene al Niño Jesús en brazos".
Cuando el ex marido de Nazarena Vélez terminó su concierto, varias personas se acercaron a fotografiarse con él y a mi mamá la llevamos con mi prima para que lo salude.
Empujamos una valla para estar cerca, pero con tanta gente a su alrededor, era casi imposible llegar hasta él.
Pero cuando ya se había introducido en la camioneta que lo trasladó, Catina, que tiene experiencia en encarar a los famosos (es fanática de Jorge Rojas), le dijo a una chica de la organización, que apareció en la ventanilla, que "una abuelita quería saludar a Agostini". Y Agostini, muy amablemente, salió para darle un beso a mi mamá.
Es decir, que ella logró lo que muchas de las chicas presentes, hubieran querido.
Después de ese momento tan tierno, fuimos a conocer la Casa Educativa Terapéutica.
Por poco no nos dejaron entrar, porque ya estaban por cerrar. Pero con mi mamá, como "arma letal para conmover al más duro", nos permitieron ingresar y recorrer parte del edificio.
Y hasta saludamos al director del lugar, familiar de quien fuera el senador Humberto Martiarena.
Yo no podía irme, sin acercarme a fotografiar la que había sido mi casa.
Ahora parece una choza, con una habitación agregada, un árbol y un horno de barro que antes no estaban.

Cuando era chiquita, no teníamos la galería, donde comíamos en verano, ni la mesa que también usábamos para jugar al ping pong, pero en las fotos me veo con mi hermano Ángel, chiquito y con pañales, y yo corriendo, a pesar que mi mamá me pedía que me quedara quieta para la foto...



























Al lado del Centro de Recuperación de Adictos está la nueva capilla, pero antes ahí había un kiosco y detrás estaba la plaza, que sigue estando pero más reducida por las nuevas edificaciones.
En esa plaza que le llamábamos parque, jugábamos y nos golpeábamos, como me pasó a mí que una vez me caí de la hamaca, me dí un golpazo, pero al volver a casa dolorida no dije nada para que no me retaran.
También era la plaza donde nos sacábamos las fotos para la posteridad en los distintos acontecimientos barriales. Por ejemplo, la de mi primera Comunión.








































A la derecha de la Casa Educativa Terapéutica sigue estando el cine, donde vimos tantas películas porque con mi familia teníamos un abono para ir tantas veces quisiéramos.
Ese cine, que estuvo mucho tiempo abandonado, fue refaccionado, a la par que se construía el Centro de Recuperación de Drogadictos.
Para hacerlo, fue necesario desalojar a unos okupas, que me contaron, tenían gallinas y caballos que andaban en su interior, habían levantado el piso de madera y hasta estaban construyendo nuevas habitaciones.
El edificio donde veíamos películas y festivales folklóricos, también era el lugar elegido para los actos escolares.
En su escenario recibí la bandera de ceremonia cuando terminé cuarto grado y la llevé todo el año siguiente, hasta el final de la Primaria, donde recibí el diploma de manos de la directora.
Años más tarde, fue un lugar de aventuras, ya que aprovechábamos para recorrerlo íntegramente, incluso trepándonos a escaleras que llevaban al techo, cuando se lo prestaban a las maestras para que lleven a sus alumnos a ensayar para algún acto patrio.
Ese cine tenía una magia especial...



































Forestal, esa especie de aldea como la que se ve de los trabajadores del proyecto Dharma, en la serie "Lost", era pequeña, pero teníamos todo a mano.
Salvo la escuela, que en la Primaria, nos quedaba a mi hermano Ángel y a mi, a unos dos kilómetros y medio de casa.
No así a mi hermano Jaño, que fue a la escuela donde actualmente está el Centro de Recuperación de Adictos. El muy suertudo la tenía frente a casa.
La Escuela Secundaria, a todos los hermanos nos quedaba más lejos, en la ciudad de Jujuy. Para ir debíamos tomar dos colectivos y levantarnos muy temprano.
Gracias a eso me acostumbré a madrugar, y nunca lo cambié.
























Fue tanto lo vivido en ese lugar, que es imposible acordarse de todo.
Los recuerdos se me vienen a la mente, como si se empujaran para salir a la luz.
Algo voy a rescatar.
En el mismo lugar donde el Sedronar levantó el escenario, en algún momento arrojaron arcilla.
La tierra resbaladiza que se pegaba a la rota y tanto molestaba a mi mamá a la hora de lavar nuestras prendas, era la que nos servía a los chicos vecinos del monoblock, para imaginar que eran los pasadizos de San Telmo, un escenario que aparecía en la telenovela "Yo compro a esta mujer", que en esos años, décadas del 60' y 70', estaba de moda.
Después que se llevaron la arcilla, y ya más grandes, fue nuestra cancha de fútbol, donde yo también, para no quedar afuera, como arquera, me prendía en los picaditos de mis hermanos y sus amigos.
En Forestal se despertó mi amor por los animales. Sobre todo los gatos. Siempre en casa hubo felinos, aunque mi mamá no permitía que entraran, ni menos aún se subieran a las camas.
Así tuve a mi gato preferido, "Chichi Chichutti", al que lloré a mares el día que un vecino me lo hizo ahorcar porque estaba enfermo y no esperó que mi mamá volviera del veterinario con el remedio.
En la época de Carnaval rogaba que a mis padres no se les ocurriera enviarme al kiosco de "Pico", que estaba frente al cine, para comprar pan o alguna otra cosa. Es que no faltaba algún gracioso que me mojara e hiciera que volviera a casa empapada y furiosa.
En ese lugar descubrí el dolor al saber que mi papá tenía otra mujer. Sufrí con el sufrimiento de mi mamá. Fue muy triste todo y sin remedio porque se quedó con ella.
Creo que por eso estoy sola. Tengo miedo al engaño, a la tradición, que la padecí y ya no quiero volver a sentirlo.
Con 7 años, además, comencé a soñar con ser Periodista.
Y lo conseguí.
Alguna vez, un jurado al que juro no le pagué un centavo, me eligió reina.
Fui muy feliz esa noche, más que nada porque estaba la persona que más amé en mi vida, a mi lado. Me enamoré y también sufrí frustraciones en ese lugar.
Jugué. Estudié. Anduve a caballo y en bicicleta.
El golpe de estado del 76', nos agarró en la parada de colectivo cuando nos disponíamos a ir a la escuela y alguien que tenía una radio, nos dijo que se habían suspendido las clases y con mi hermano Ángel nos volvimos a casa.
Disfrutamos no ir por unos días a clase, sin imaginar la tragedia que se venía para el país, de lo cual me enteré recién años más tarde cuando comencé a leer la revista "Humor".
Por todo eso y muchísimo más, fue fuerte, muy fuerte, volver a mi querido Forestal.
Parte de mi existencia se quedó en ese pueblito rodeado de eucaliptos...