¿Qué tiene que ver la más maravillosa película que ví en mi vida con lo que voy a reflexionar?. Debo decir que muchísimo.
Además de la historia, las actuaciones, la música increíble de Ennio Morricone, "Cinema Paradiso", de Giuseppe Tornatore, me dejó con una escena en especial, un mensaje que yo tenía tácitamente incorporado, pero que al verla terminé por aceptarlo en la realidad.
Me refiero a "Toto", el personaje principal, en su época de adolescente. Se había enamorado de la chica rubia y rica que había llegado al pueblo, y le propuso esperarla todas las noches frente a su casa, sin importarle la lluvia, el frío, el sueño, el cansancio. Nada. Sólo esperar una respuesta a su declaración de amor.
Pero el último día del año, cuando en la casa de la joven todo era festejo, "Toto", sin tener la contestación por sí o por no, se fue. Una manera simple de decir que ya no importaba el resultado, sino el esfuerzo para obtenerlo.
Es cierto que en la película, la chica lo sorprendía después en la sala de proyección y ambos se fundían en un beso interminable. En mí caso, yo me quedo hasta donde "se fue".
Muchas cosas de las que hice y sigo haciendo en mi vida están relacionadas con el renunciamiento sin vuelta atrás.
Todas las madrugadas, cuando voy a trabajar, escucho un programa por Radio 10 que se llama "Antes del amanecer", con la conducción de Mario Mundo, donde proliferan los juegos para mantener despiertos a los oyentes.
Hasta hace algunos meses había un juego que me gustaba mucho, que era el de adivinar una palabra. Mientras tanto, el conductor iba tirando una serie de pistas.
Yo me volvía loca, analizando cada pista, sin lograr acertarla. Y me sentía una burra por eso. "¿Era eso?", me decía después, cuando otros oyentes la descubrían y se ganaban un reloj.
Como en el colectivo no me gusta usar el teléfono, esperaba llegar al canal para enviar en el baño el mensaje de texto con lo que creía era la respuesta correcta. Pero nada. Nunca acertaba.
Hasta que en la madrugada del 8 de julio de este año, las pistas me fueron llevando a una palabra que yo pensé que podía ser. La busqué en el diccionario y coincidía. En realidad, las pistas habían comenzado desde el día anterior, pero tuvo que posponerse la solución hasta el día siguiente, porque nadie lograba adivinarla. Y se fue el programa.
Al llegar al canal, escuché una pista y después otra, y me sentí segura. No podía haber tanta coincidencia. Mundo dijo que "Kempes la conocía" y después habló de un jugador jujeño que había jugado en el Mundial '78. Ambas pistas llevaban a la palabra "Valencia". Una por el equipo donde jugó Kempes en España y la otra por Daniel Valencia, un amigo, ex jugador de Gimnasia y Esgrima de Jujuy, y en ese momento que jugó el Mundial, volante de Talleres de Córdoba.
Uní la primera parte de las pistas y me dió la palabra "ambivalencia". La escribí y la mandé por mensaje de texto. Allí Mundo dijo que un oyente había acertado, pero le faltaba una letra. Era en plural. Le agregué la "s" y esperé. El conductor dijo que "ya estaba la respuesta". Hasta eso, yo había llegado a la redacción del noticiero. Cuando me llamaran, tenía que responder "Antes del amanecer" para ganarme el reloj. Y me corrí a otra oficina para que mis compañeros no me escucharan. Sonó mi teléfono, dije la frase adecuada, charlé un rato con Mundo, el productor del programa me explicó dónde y cómo retirar el reloj y me sentí la persona más felíz del universo.
Aunque tenía deseos de contar con un nuevo reloj, para mí el objetivo estaba cumplido. Yo quería acertar una palabra. Y lo había logrado. El premio, mi premio, era sólo ese.
Aproveché un día que tenía franco para ir a buscarlo a la radio. Pero me encontré con que no había stock. En los siguientes días, escuché en el programa a otros oyentes, que habían tenido el mismo inconveniente y no quise volver a intentarlo.
Así fue que nunca más volví a buscar el premio. Sé que si voy a ahora, el tiempo debe haber vencido y no tengo ganas de escucharlo de boca del guardia de la radio.
Llevado a la vida personal, sólo voy a dar un ejemplo, pero sin nombre. Aunque los que me conocen, deben imaginarse a quién me refiero.
Una vez me enamoré de una persona famosa y con un talento impresionante, con quien tuve la oportunidad de relacionarme. Un hecho absolutamente mágico para mí. Yo no me sentía a la altura de lo importante que él era. Tampoco se lo dije. Pero era la realidad.
La historia terminó. Pero me propuse superarme profesionalmente, para que algún día, si volvía a mi vida, se encuentre con alguien más preparado. En ese tiempo estudié Inglés, Fotografía, Computación y entré a un mundo diferente y competitivo como es la televisión, donde aprendí y sigo aprendiendo un montón.
Esa persona nunca regresó. Pero lo que yo hice en ese tiempo para ser alguien, es para mí mucho más valioso que su retorno.
Es más, ahora ni siquiera me interesa volver a verlo. Sólo saber que está bien. No quiero ir nunca más en busca del "premio". De "ese premio".
Ya lo tengo. Es mi vida el premio. La persona que soy ahora es el premio. Los afectos que tengo son el premio. Mis ganas de ser cada día mejor persona. Mis sueños. Mis proyectos. Mi blog. Lo que acabo de escribir. Todo eso y más, son el premio. En definitiva, no me falta nada.
3 comentarios:
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Tus sensaciones,propias y personales como son,contienen una carga emotiva que te pertenecen.Recuerdo esa pelicula(la tengo en vhs)y al margen de que es exelente,la sensacion particular que siempre me inquieto es el increible parecido fisico del niño actor que interpreta a Toto al principio del film,conmigo cuando niño......y mis fotos no me dejan mentir!
Sergio: Es cierto, el Totó chiquito se parecía a vos.Saludos.
P/D Espero que no se te vuelva a romper la compu.
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