sábado, 26 de abril de 2014

MI MILAGRO DE SEMANA SANTA


Yo creo en los milagros.
Tuve la suerte, o mejor dicho, la bendición de vivir situaciones fuera de lo común. Pero fueron situaciones que me llenaron el alma y que ratificaron que hay un Dios que los hizo posible.
El último milagro me sorprendió en Semana Santa.
Me sucedió durante la celebración de la Misa de Jueves Santo, en el momento en que los feligreses se saludan unos a otros.
Estaba de vacaciones en Jujuy y acompañé a mi mamá a la celebración religiosa en la Iglesia Nuestra Señora de Guadalupe, en Palpalá.
Era un lugar con mucha gente sencilla, pero con un gran fervor religioso.
Cuando llegamos, sobre la hora de la Misa, a las 18, había una cola kilométrica, que salía del templo, para confesarse. Y eso que en la semana, en todas las iglesias de esa ciudad, varios sacerdotes habían confesado mañana y tarde a muchísimas personas. Aún así, no dieron abasto.
En eso se nota la tarea evangelizadora del Papa Francisco.
Sin embargo, para no demorar demasiado el comienzo de la Misa, el cura decidió interrumpir las confesiones.
La ceremonia religiosa estuvo acompañada de un coro muy afinado, que eligió canciones melodiosas y emotivas, a las que se pudo seguir con los cancioneros que se repartieron entre los asistentes.
Con mi mamá nos ubicamos en el sector de la izquierda y yo me quedé del lado del pasillo central.
En el sector de la derecha, unas filas más adelante, también del lado del pasillo, había una señora mayor, muy humilde, en silla de ruedas, que fue llevada por un hombre de edad madura, que seguramente era su hijo.
Yo no le veía la cara, pero daba la impresión de ser una mujer con rasgos indígenas. Llevaba zapatillas con medias marrones muy gruesas y se cubría la espalda con una chalina de lana.
Desde el primer momento me produjo una cierta ternura, a la cual no podía hallarle una explicación.
Para el momento del lavado de pies, ya estaban designadas las 12 personas. Todas se encontraban sentadas en la primera fila.
Cuando vi que una chica se acercó a fotografiar la ceremonia, yo la imité con mi cámara. Saqué algunas fotos y filmé un video.
El sacerdote, un filipino muy simpático y en zapatillas, no se limitó a los seleccionados, sino que comenzó a lavarle los pies a más personas. Entre ellas, la viejita de la silla de ruedas.
Se cruzó del sector de la izquierda, donde le había lavado un pie a un joven, hasta donde estaba la mujer.
El que parecía ser el hijo de la anciana, se encargó de quitarle las medias gastadas. Y ella estaba como avergonzada por la repentina elección del sacerdote.
Volví a levantarme para tomar más fotos.
Saqué el momento en que el padre Gilbert le mojaba el pie derecho. Allí le vi la cara a la señora. Era un típico rostro curtido del norte argentino.
La siguiente foto se la tomé desde atrás. Y retorné a mi lugar.
Hasta allí todo normal.
Lo increíble se produjo en el momento en que se desea la paz a quien se tiene al lado y a las personas más cercanas.
Con mamá nos dimos un beso y luego empezamos a dar la mano a nuestros vecinos de banco.
De pronto, aunque no estaba muy cerca, tuve la necesidad de ir a saludar a la abuela de la silla de ruedas.
Cuando me acerqué a darle la mano, no era el mismo rostro de la mujer indígena de la Quebrada de Humahuaca. Era el rostro de mi abuela Eleuteria, la mamá de mi mamá, que me sonreía con el diente de oro, tan característico en ella.
Ese fue el milagro. Porque mi abuela, mi adorada abuela, en julio se cumplirán 42 años que ya no la tengo.
Con una emoción enorme e incontenible, retorné a donde estaba mi mamá.
Pero no le dije nada, porque si lo hacía, me iba a largar a llorar con gemidos incluidos.
De todas maneras, no pude evitar llorar en silencio y logré disimular mis lágrimas ante mi mamá, que por suerte estaba muy entusiasmada entonando las canciones religiosas.
Cuando la Misa y luego la adoración al Santísimo llegaron a su fin y salimos de la iglesia, le conté a mi mamá lo que me había pasado.
Ella no se había dado cuenta de mi emoción desmedida.
Mi mamá me dijo: "¿por qué no me lo comentaste en ese momento, así yo también la saludaba?". Y yo le respondí: "Porque me quedé muda y conmovida, y seguramente no ibas a ver lo que yo había visto".
Mi abuela había venido por mí. Y yo le agradezco tanto a Dios su visita...

1 comentario:

Yayi Villegas dijo...

Era un tema difícil porque debe haber mucha gente que estará pensando que estoy loca y no se animó a decírmelo. Pero les agradezco, de todos modos. Y les aclaro que estoy en mis cabales. Sin embargo, más les agradezco a los que leyeron mi historia y les gustó, y me lo hicieron saber tanto personalmente como a través de Facebook. Saludos y bendiciones.