sábado, 3 de diciembre de 2011

AQUELLA CENA BLANCA

Cualquiera podría pensar que me casé con el chico de las fotos. No es así. Ese acontecimiento que nos tuvo como otros tantos protagonistas, allá por 1977, fue la recordada Cena Blanca, que en Jujuy le llaman a la fiesta con la que se festeja el final del Secundario. Elio fue una persona muy importante en mi vida. Pero una vez cicatrizadas las heridas del pasado, me permito traer a colación ese momento sublime, sin quitarle el grado de ternura que tuvo desde su concepción hasta su concreción. Desde que nos conocimos con Elio, él con 16 años y yo con 14, comenzamos a soñar con ir juntos a la fiesta. Él asistía a una Escuela Técnica con siete años de carrera y yo a un colegio religioso con cinco de estudio. Por eso íbamos a terminar en el mismo año, si ninguno se quedaba en el camino. Y ninguno de los dos se quedó. Sin embargo, llegó un momento en que empecé a dudar si podríamos hacer realidad nuestro sueño de la Cena Blanca. Sobre todo el último año, en que la mayor parte estuvimos peleados. A decir verdad, "peleados" no sería el término correcto. En realidad, era él quien de buenas a primeras desaparecía y no faltaba quien me contara que estaba saliendo con una o varias chicas. A mí no me preocupaba cuando eran "varias", porque significaba que no era un vínculo serio. Sí cuando se trataba de una chica en particular. Por eso sentí una suerte de puñalada en el corazón cuando me enteré que estaba de novio. Y para peor, en plena Fiesta Nacional de los Estudiantes, en el mes de septiembre, yo misma lo ví en un baile a los besos con su enamorada. Además de considerar perdida toda posibilidad de reconciliación, el sueño de la Cena Blanca juntos comenzó a hacerse añicos. Yo iba al Colegio Nuestra Señora del Huerto, que en esos tiempos era exclusivo de mujeres. También en Jujuy había otros colegios que estaban en la misma situación, como el Instituto Santa Bárbara, también de chicas, y el Colegio del Salvador, exclusivo para chicos. En los meses de octubre y noviembre, los alumnos que cursaban el último año y que no tenían con quien ir a la Cena Blanca, iniciaban un raid por los colegios de mujeres en busca de una pareja para la fiesta. Recuerdo con una sonrisa a mis compañeras, cuando llegaban al colegio los chicos de las otras escuelas. Nosotras teníamos el aula en el segundo piso. Y de pronto, alguna que había estado en el patio, subía corriendo al grito de: "¡Hombres, vinieron los hombres...!" El resto que estaba en el aula, bajaba llevándose todo por delante como si nunca hubieran visto un tipo. Se entiende, se apuraban porque querían elegir a los más lindos. Y yo me quedaba en el aula, sin tener ni siquiera curiosidad por conocer a los candidatos, porque en el fondo tenía la vaga esperanza que Elio no se olvidara de nuestra vieja promesa. Pasaban los días y se acercaba el final de clases, y yo sin pareja para la fiesta. Como otras chicas, ya había comenzado a hacerme la idea de ir sola. Porque con o sin acompañante, a la Cena Blanca no quería perdérmela. Era el premio a cinco años de estudio con mucho esfuerzo. Hasta que una tarde, cuando faltaban muy pocos días para la fiesta, se produjo el milagro. Nosotros no teníamos teléfono, pero sí un tío que vivía a una cuadra de casa. Fue la tía Teresa quien vino a avisarme que había un llamado para mí. Me llevé una enorme sorpresa cuando descubrí a Elio del otro lado de la línea. Hacía mucho tiempo que no hablábamos. Tampoco sabía si seguía de novio con la chica de "los besos" en el baile de Primavera. No se lo pregunté. Lo único que me importó en ese momento fue que llamaba para saber si ya tenía un compañero para la Cena Blanca. Le dije que no. Porque si él no iba a serlo, yo prefería ir sola. En verdad, nunca busqué a nadie que lo reemplazara. Quedamos en vernos para coordinar la asistencia a la fiesta. El reencuentro, que al principio fue tenso, con el paso de los minutos, sirvió para darnos cuenta que había algo muy fuerte entre nosotros. Así que no sólo me aseguré la pareja para la fiesta, sino que al reconciliarnos, la celebración fue por partida doble. La jornada de la Cena Blanca fue por demás movida. A la rectora de mi colegio, la hermana Gertrudis de Torres, una española de muy mal carácter, se le ocurrió organizar para la misma tarde el acto de colación de grados. Por ser la primera escolta, no podía faltar. Y era además la última vez que íbamos a estar juntas las chicas del 5° "C" del Colegio del Huerto. Nosotros vivíamos bastante lejos de la ciudad, no por la distancia en sí, sino por la falta de movilidad. El servicio de colectivos era bastante reducido. De modo, que le debo a la generosidad de una compañera que vivía a media cuadra del colegio, haber hecho posible que yo pudiera estar en la colación de grados primero y después en la Cena Blanca. En su casa dejé mi vestido de fiesta, para ir a cambiarme, una vez que terminara el acto en el colegio. Pese a que aparentaba ser un día de mucha felicidad, tuvo su carga de angustia, de dolor, de ira y de una enorme desilusión, porque mi papá se negó a ser parte de un acontecimiento en el colegio tan importante para mí. De nada sirvió que le suplicara que viniera con nosotros. Él tenía otros planes para ese día, fuera del entorno familiar, que prefiero reservarme, pero que la gente que conoce la historia, sabe a que me estoy refiriendo. Haciendo dedo y otro tramo en colectivo, llegamos a la ciudad de Jujuy con mi mamá y mis dos hermanos, con el tiempo justo para dejar mi vestido en lo de mi compañera y luego ir al acto de fin de curso. Tras los aplausos y las lágrimas de emoción por la despedida, llegó el momento de preparme para la Cena Blanca. Elio fue a buscarme para ir a la Catedral, donde se iba a celebrar una Misa, previa a la fiesta. Ambos parecíamos "los muñequitos de la torta de bodas". Pero fuera de broma, estábamos muy elegantes. Esa noche, al chico más codiciado y de los ojos más lindos, lo tenía en exclusiva para mí. Traté de dejar atrás el mal trago por el desplante de mi papá y me dispuse a disfrutar de un momento que iba a ser único e irrepetible. En esos años, la Cena Blanca era multitudinaria porque participaban los estudiantes de la ciudad capital y las localidades vecinas. Por eso pude ir con Elio, pese a que mi colegio estaba en la capital y su escuela en Palpalá. Ahora, en cambio, cada ciudad tiene su propia fiesta. Desconozco si actualmente se repite el mismo programa. Pero en esos tiempos, todas las parejas de egresados y los que iban solos, participábamos de una Misa de Acción de Gracias en la Catedral. Y después desfilábamos ante la vista de familiares, amigos y cientos de curiosos, por la calle Belgrano, unas seis cuadras, hasta la Sociedad Española, en el cruce con la calle Senador Pérez, donde se realizaba la tan esperada Cena Blanca. Con Elio nos reimos mucho durante la que a esa altura del día y con tantas actividades, ya era una cansadora caminata. En la fiesta compartimos la mesa con algunas compañeras del colegio, sus acompañantes, y otras chicas que estaban solas. No sé qué comimos, pero sí me acuerdo que bailamos mucho y como me apretaban los zapatos al promediar la noche, los dejé debajo de la mesa y seguí bailando descalza. La fiesta terminó con un desayuno y cuando los primeros rayos de sol, empezaban a colarse por los ventanales. Cuando llegué a casa, ya de día, lo único que quería era dormir. Y Elio en su casa, también. Pero a nuestras respectivas familias, que se habían puesto de acuerdo, cuando nosotros estábamos en la fiesta, se les ocurrió ir a pasar la jornada en Yala, una localidad veraniega distante unos 12 kilómetros al norte de la ciudad de Jujuy. Así que pocas horas después que me había acostado, el primo de Elio nos pasó a buscar en su vehículo. Fui con mi mamá y mis hermanos. Cuando nos encontramos con Elio, apenas nos saludamos, porque lo único que queríamos en ese momento era estar durmiendo cada uno en su casa. Después de comer, en lugar de disfrutar del sol y el agua como el resto de la familia, con Elio nos dormimos a la sombra de los árboles. Y así nos quedamos, hasta que nos despertaron para regresar. Aunque cueste creerlo, ese fue el último día de nuestro noviazgo. No hubo pelea ni despedida. Nada. Él no volvió a llamarme y yo, que ya comenzaba a programar mi viaje a Buenos Aires para estudiar Periodismo, no esperé su llamado y tampoco tuve la iniciativa de comunicarme. Simplemente nos alejamos. Tan raro todo. Como si la magia de una noche preciosa, la hubiéramos dejado reducida sólo a ese instante. Cada uno siguió por su lado, sin importarle qué le sucediera al otro. A mí, al menos, me quedaron las fotos gastadas de aquella noche, tan linda e inolvidable. La noche del final como estudiante secundaria. La noche del final del amor de adolescente. Aquella noche de la Cena Blanca...

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