Así está hoy Alish, mi gatita, con los puntos a simple vista, luego de una cirugía complicada que le podría haber costado la vida.
Pero gracias a Dios está bien, recuperándose de manera paulatina y a la espera que el tumor no resucite.
Antes que el tumor se instalara en el "cachete" izquierdo de mi chiquita era una gatita feliz.
En su momento fue la "secretaria", como yo le decía, de Pilito. Ella adoraba a mi gato. Lo lamía y solía hacerle masajes. Pilito la tenía como su preferida. Por eso, cuando murió mi querido gatito, Alish fue la que más lo sintió. Y lo buscó por todos lados por varios días.
Después siguió siendo mimosa con Cocó, el actual rey de la casa, y su hermana Milly. Y muy cariñosa con su dueña, es decir yo. Las fotos que le fui tomando a lo largo de estos años, dan fe de su buena vida.
Sin embargo, desde hace unos meses, una sombra oscura comenzó a crecer en su carita y aunque ella soportó el sufrimiento sin quejarse, me dí cuenta que no la estaba pasando bien.
Si bien es cierto, no tuve demasiados días libres para llevar a Alish al veterinario, me culpo de no haberlo hecho antes. Reconozco que el cirujano está a la mañana, cuando estoy trabajando. Y aunque hace poco tuve un brusco cambio de horario, que hizo que en la mañana estuviera en casa. Pero como era el único momento que me quedaba para descansar, tampoco la llevé.
Para poder conformarme, pensé que tal vez ya no era necesaria una cirugía. Sólo que si no iba a consultarlo con un veterinario, no podía saberlo.
Alish había demostrado llevar con naturalidad esa pelota oscura que crecía día a día debajo de su ojo izquierdo. No se tocaba, dormía y comía como siempre.
Hasta que hace menos de un mes, empezó a rascarse y la protuberancia a despedir sangre. El piso, las paredes, los muebles y la sobrecama, se mancharon con pequeñas gotas. Pero eso nunca me preocupó. Si no sale, no importa. Si no se puede limpiar, se tira. Esa era mi reflexión. Me preocupaba ella, que trataba en vano de tapar la herida, mientras las gotas de sangre seguían cayendo sin control.
Mis compañeros, y cualquier otra persona, cuando tienen un familiar enfermo, pueden faltar para atenderlo. Pero yo no podía pedir una licencia por un gato. En el canal no lo iban a aceptar, aunque sienta a mis gatos como los hijos que no me dio la vida.
Por estar siempre tan concentrada en mis tareas, nadie se dio cuenta de lo mucho que sufrí en este tiempo. No estaba en mí contarlo para no herir a nadie que tuviera un problema con un ser humano de su entorno. Me guardé el dolor y lloré sola en casa.
Me sentía en una encrucijada entre el deber en mi profesión y el amor a un ser tan frágil y amoroso. Por esa elección por el trabajo, tuve que postergar el franco que tenía el 23 de agosto y tomarlo recién el día 30. Y esa fue la fecha que llevé a mi pequeña al veterinario.
Me encomendé a Dios para no recibir la respuesta que "su caso no tenía remedio" o que "había que sacrificarla". Y también le recé un Rosario a San Martín de Porres, al que yo llamo "el santito de la escobita", porque es en su condición de sirviente, como se lo recuerda.
Alish había comido a las 8.30, es decir que a las 10.30 no tenía el ayuno suficiente para una cirugía.
Alejandro Roca, el veterinario, no me dio demasiadas esperanzas. El tumor era grande, del tamaño de una pelota de golf y por su edad, más de 10 años, no era posible anticipar si iba a soportar la anestesia.
Yo estaba jugada y asimismo, con toda la fe que la operación debía salir bien.
El veterinario me hizo firmarle una autorización y como la gatita necesitaba unas 8 horas de ayuno, me pidió que la dejara en su jaula y que la cirugía recién se llevaría a cabo a las 15.
Me dijo que no era necesario que estuviera a esa hora y que pasara a buscarla alrededor de las 18, o más tarde.
Le respondí que mi intención era estar presente antes de la operación. Quería demostrarle a Alish que no la había abandonado. Que como su mamá postiza, estaba junto a ella. En las buenas y en las malas.
Quedó con la jaula con la puerta pegada a la pared, para que no se asuste por el continuo movimiento en la veterinaria.
En ese tiempo, aproveché para ir al supermercado y para almorzar, aunque no tenía nada de apetito. Y luego de comer, a las 15 en punto estuve de regreso.
Cuando me vio, el veterinario me llamó para que me despida de mi chiquita y le haga algunos mimitos.
La sacó de la jaula para aplicarle la anestesia. Su asistente, mientras tanto, le sostenía las cuatro patas.
"Es posible que grite, se enoje, pero es normal", me dijo el veterinario. Pero cuando le aplicó la anestesia, Alish lo soportó en silencio y sin patalear.
La volvió a colocar en la jaula, a la espera que le haga efecto. Y esto no tardó más de 10 minutos.
Me volví a acercar a hacerle un mimo y luego el veterinario se la llevó al primer piso, a cirugía.
Yo me quedé lagrimeando, pero con la esperanza que todo iba a salir bien.
A menos de una hora, bajó con la jaula y una bandeja, donde por un lado estaba el tumor, que se veía aún más enorme que cuando lo tenía Alish, y una muela muy dañada que le extirpó, ubicada en la misma zona.
Alejandro me explicó que la cirugía había sido exitosa. Pero que había que seguir atentos, porque podía volver a formarse otro tumor en el mismo lugar.
También me recomendó que no me la lleve de inmediato. Por lo que me sugirió que volviera en dos o más horas.
En ese tiempo, aproveché para ir a darle de comer al resto de mis gatos, tomar la merienda y para llevar a arreglar mi otro par de anteojos.
Pasadas las 18, llegué a la veterinaria, donde Alish había comenzado a despertarse.
En casa, por el olor de los medicamentos, tanto Cocó como Milly, la desconocieron y le gruñeron como si fuera una extraña.
La pobre Alish, que no podía mantenerse en pie, me miraba como buscando una explicación al porqué se sentía de esa manera y al porqué era rechazada por su hermana y su amigo.
Poco después de salir de la jaula, se fue arrastrando al baño, donde no llegó a las piedritas y derramó en el piso toda la orina acumulada desde las primeras horas de la mañana.
Hace muy poco tiempo de la operación, pero mi chiquita se ve con ánimo de salir adelante. Lo importante es que come y hace sus necesidades de manera normal.
En 10 días le sacarán los puntos y ya no tendrá que volver a ser transportada en esa jaula "tan horrible" para ella y que una persona desconocida le atraviese el cuero con una inyección para dormirla.
Sólo Dios sabe cuánto tiempo más vivirá. Pero en ese tiempo, mucho o poco, quiero darle todo el amor y la contención del mundo. Mi Alish lo merece...
4 comentarios:
ALEJANDRO ES UN VETERINARIO DE PRIMERA,POR CAPACIDAD,VOLUNTAD,Y DON DE GENTES(SUENA ARCAICO...PORQUE LO ES...YA CASI NO QUEDAN HUMANOS ASI).OJALA ALISH SOBREVIVA VARIOS AÑOS.EN ESTA SEMANA,ME DETUVE EN UNA PAGINA DE PETA,LA ASOSIACION PROTECCIONISTA ESTADOUNIDENSE,EN DONDE PODES VER,SI LO SOPORTAS,LOS MAS ESPANTOSOS CASOS DE TORTURAS,MUERTES,Y HORRIPILANTES SUFRIMIENTOS DE TODO TIPO DE ANIMALES,ESPECIALMENTE EN ASIA,SIEMPRE CAUSADOS POR EL PEOR DE LOS ANIMALES...EL BIPEDO SIN PLUMAS DENOMINADO HUMANO,EL ODIO E IMPOTENCIA ES ENORME,POR LO QUE UNA BUENA,EN UN RINCONCITO DEL MUNDO....ES ALGO!
Tenés razón Sergio, Alejandro se portó de diez, porque mi chiquita se está recuperando muy bien. Ojalá que todo lo malo del tumor haya sido extirpado. Gracias, como siempre, por participar en mi blog.
Hola hermana! Todo saliò muy bien con tu gatita! Me alegro mucho y va a vivir mucho tiempo màs! Besos
Por suerte, hermanito, se está recuperando. Gracias por leer mi blog. Beso grande.
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