viernes, 26 de julio de 2013

AQUELLA NENA QUE DE CELOSA PASÓ A PROTECTORA




















Cuando mi hermano Ángel nació yo tenía 3 años y era por ende la mimada de la familia.
Todos los abrazos, los mimos, los regalos y atenciones eran sólo para mí. Era la primogénita para mis padres y para mis abuelos maternos de Entre Ríos.
Pero con la aparición de Chiquito, como lo llamamos a lo largo de nuestra infancia y adolescencia, algo cambió.
Si bien mis papás y mis abuelos no dejaron de quererme, había un nuevo ser, muy pequeño, al que había que extenderle ese cariño y brindarle mucha atención.
 Esa situación despertó lo peor de mí que son los celos, tan característicos por otra parte de mi signo de Escorpio.
A mi hermano lo consideraba un "intruso" que había llegado "para desplazarme".
Por fortuna, mi bronca no llegó al odio. Ese odio de dañar al otro cuando nadie está mirando.
Como toda la vida luché para vencer los celos o al menos mitigarlos, porque es muy difícil vencer a nuestra propia naturaleza. Conseguí, sin embargo, darle un giro positivo, en afecto y protección.
Me convertí en la protectora de mi hermanito. Y él, tan hermoso y frágil, me aceptó en su mundo, al que sólo tenían acceso mis padres. Sobre todo, mi mamá, que lo adoraba, y lo eligió para siempre como su hijo favorito.
Tengo vagos recuerdos de aquel tiempo. Pero como mi mamá tiene una memoria prodigiosa, ella se encargó de traer a colación algunas anécdotas, en una de las largas charlas telefónicas que tenemos cuando vuelvo del canal a casa.
Cuando nos portábamos mal, mi hermano y yo, más que nada yo, porque él era un bebé, mi mamá nos amenazaba que se iba a ir de la casa y nos dejaría librados a nuestra suerte.
El temor estaba latente, hasta que en dos o tres oportunidades creí que se había vuelto realidad.
En Centro Forestal, la barriada de la fábrica Altos Hornos Zapla, donde vivíamos en Jujuy, tenía una proveduría con carnicería en la cual mamá hacía las compras. Sólo allí podía conseguir la leche para el bebé.
Pero no siempre el camión  que la distribuía junto a otros comestibles llegaba temprano. Además, en la proveduría no comenzaban a venderla hasta que los empleados terminaban de bajar del vehículo toda la mercadería.
Un absurdo. Porque esto hacía que todas las mujeres, interesadas sobre todo por llevar la leche para sus hijos, debían esperar varias horas en ser atendidas. Entre ellas, mi mamá.
Mi mamá me contaba que a veces volvía a casa como a las 10.30, cuando había estado esperando desde las 8. Eran momentos de gran angustia porque como mi papá estaba trabajando, mi hermano y yo nos quedábamos solos, durmiendo y nos asustaríamos si nos despertábamos y ella no estaba en casa.
Eso es lo que sucedió en algunas ocasiones.
Yo me recuerdo desesperada, buscando a mi mamá y creyendo que en verdad nos había abandonado para siempre. Así, llorando y en pijama, me iba a la casa de la vecina.
Doña Lucía me hacía sentar en el patio, en una silla chiquita de cuero de vaca, mientras trataba de calmarme y de convencerme que mi mamá iba a volver. Aún con sus palabras, yo no podía parar de llorar.
Hasta que llegaba mi mamá, enojada con la gente de la proveduría, y me pasaba a buscar en la casa de la vecina, que le contaba lo angustiada que yo había estado en su ausencia. Y cómo había llegado a pedirle ayuda.
Mi hermano, un bebé, normalmente seguía durmiendo y si despertaba, no tenía conciencia de mi desesperación.
Una vez que mi mamá volvió tarde por el mismo motivo, el susto se lo pegó ella. Había dejado a mi hermano en la cuna, durmiendo en la cocina. Pero al volver y al entrar como siempre por ese lugar, se angustió al no encontrarlo ni a él ni a su cuna.
Buscó en el comedor y tampoco estaba. Lo mismo sucedió cuando fue a su cuarto, donde dormía con mi papá y estaba normalmente la cuna de Ángel. De allí fue a mi habitación y lo encontró.
Lo que había pasado es que al despertarme y no encontrar a mi mamá y tampoco a mi hermano, me levanté corriendo y lo descubrí en la cocina. Entonces, lo arrastré con la cuna y lo puse al pie de mi cama.
Mi mamá me contaba el otro día, que mientras yo lloraba sin parar, mi hermanito saltaba contento, en pañales, ajeno a mi tristeza y tomado de los barrotes de mi cama. Para él, ese acercamiento era una fiesta.
En otra oportunidad, también la invadió el temor a regresar a casa.
No sólo yo estaba llorando por su ausencia, sino que mi hermanito no aparecía por ningún lado.
Como en esa época no existía la inseguridad, mi mamá dejaba la puerta de la cocina sin llave. Dominga, la vecina del otro lado, lo escuchó llorar y al no tener respuesta de mi madre, decidió entrar. Fue hasta la habitación de mis padres, lo sacó de la cuna y se lo llevó a su casa, hasta que ella retornara.
Cuando mi mamá salió al patio, con el corazón en la boca, después de no hallarlo, apareció la madre de la vecina, que le dijo que su hija se había llevado al bebé porque lloraba.
Mamá fue de inmediato a buscarlo. Chiquito estaba en la cama de Dominga, agitando sus manos y piernas, encantado con las muestras de cariño que le había prodigado la vecina.
Al no tener una hermana, gracias a Dios siempre tuve cerca a mi hermano. Cuando fuimos creciendo, para no sentirme desplazada, me veía obligada a sumarme a los juegos de chicos, incluso el fútbol.
Algunas veces negociábamos. Si yo jugaba al fútbol con él, mi otro hermano menor, Jaño, y los chicos de la cuadra, Ángel debía convertirse en el "papá" de mis muñecas, cuando yo jugaba a "la mamá y el papá".
Siempre fuimos muy unidos con mi hermano. Si ahora eso no sucede es porque estamos en distintas provincias. Pero cuando hablamos por teléfono, es como si el tiempo no hubiera pasado. Y nos divertimos como antes.
El amor fraternal perdura, sorteando la distancia y el paso del tiempo. Pero los recuerdos de la infancia seguirán para toda la vida en nuestros corazones...

2 comentarios:

Ángel dijo...

Hola hermana! Hermoso recuerdo!!!!! Muchas, pero muchas gracias por las palabras y por las fotos. Te quiero muchooooooooooooo.

Yayi Villegas dijo...

Gracias hermanito. Le puse mucho amor a este escrito, porque es lo que siento por vos y mamá. Un beso enorme.