No es descabellado el título "Beto Badía está en el cielo". Tanta expresión de afecto y agradecimiento al producirse su muerte a los 64 años, no hizo más que confirmarlo. Juan Alberto Badía está con Dios, aunque lo haya descubierto recién en los últimos tiempos de su vida.
Es bueno que eso haya sucedido porque era lo único que le faltaba para recibirse de Cristiano. Ya lo era por su don de gente, el respeto al prójimo, la solidaridad, el apoyo, la palabra justa, la amistad, cualidades que sus allegados, colegas, compañeros de trabajo, subalternos y los que alguna vez tuvimos la oportunidad de tratarlo y de entrevistarlo, como fue mi caso, reconocieron cuando la vida le abrió la puerta a la muerte.
Con los más de 45 minutos que duró su participación en "Sábado Show", cuando entrevistó a Charly García, no sé cuántos habrán reparado en un comentario al respecto que hizo sobre Dios y que lo emocionó, pero de inmediato saltó a otro tema. Por si alguien lo quiere ver, está en el minuto 26.09 del video que incluyo en este escrito.
Badía se refería a una visita que le había hecho a Charly a la quinta de Ramón Ortega. Palito lo llevó a la capillita que tiene en el lugar y Beto lo recordó así: "ahí empecé a rezar por él, por mi y por todos los que queremos". Y la voz se le quebró.
La misma emoción la sentí yo cuando lo escuché y se convirtió casi en llanto cuando se lo conté por teléfono a mi mamá, que es muy creyente.
El cáncer no te perdona, tarde o temprano te lleva. Juan Alberto sabía que su lucha no tenía retorno, pero le ponía optimismo, alegría, trabajo como medicina, tal vez para que no sufrieran sus seres queridos.
La noche de los Martín Fierro fue la oportunidad para despedirse de todos. Yo le miraba los ojos llenos de lágrimas a Tinelli cuando Beto hablaba y en esos ojos podía ver que el final de su amigo y mentor estaba cerca. Quién que más que Marcelo, tan cercano a él, podía saber que su salud pendía de un hilo.
Me animaría a decir que fue la personalidad más querida de la televisión y la radio. Son muchísimos los profesionales, que hoy tienen un nombre, que le deben algo a Beto. Fue un gran descubridor de talentos. Como así también, le dio vuelo a valiosos músicos a los que nadie antes les había dado una oportunidad. Y en el programa "Badía y Compañía" tenían la posibilidad de lucirse. Era el único lugar en la televisión donde se tocaba en vivo y los artistas sonaban con una fidelidad fuera de serie.
Por eso en la despedida en el cementerio de Pilar había tantos músicos. Patricia Sosa, Oscar Mediavilla, Pedro Aznar, Alejandro Lerner, Jairo, Víctor Heredia, Juan Carlos Baglietto dieron el presente. Y seguramente hubieran estado el Flaco Spinetta, Mercedes Sosa, Facundo Cabral y unos cuantos más que se le adelantaron en la partida al más allá. Y hasta Gustavo Cerati, si no estuviera "dormido" por ese maldito ACV.
En su programa "Sensación térmica" de Radio 10, Adrián Noriega contaba lo mucho que le debía a Badía. Desde su decisión de ser locutor hasta de conectarlo con Fernando Bravo para un trabajo, cuando se quedó sin empleo. Adrián puso al aire un homenaje que Juan Alberto le rindió a sus colegas en el Día del Locutor, en 1993, en su programa "Una buena idea" y en el cual él también fue invitado. Todos fueron leyendo uno a uno una estrofa de "Desiderata", un poema de Max Ehrmann. Me gustó tanto que lo incluyo en este escrito.
Noriega también contó que en el momento de la despedida, Alejandro Lerner le dijo a Pedro Aznar que la mejor manera de despedir a Badía era cantar un tema de Los Beatles. Empezaron a entonar a capella "Let it be" y a ellos se sumó Patricia Sosa. Fue la emotividad al palo.
Lo que siempre me sorprendió de Beto fue el respeto que imponía sin levantar la voz. En los años 80', cuando iba a menudo a "Badía y Compañía", fui testigo del buen clima con el que se trabajaba, a pesar de las exigencias que había para que todo saliera perfecto. Mientras su hermana Marisa era una caldera, Juan Alberto daba órdenes tranquilo, con pausa, como si tuviera todo el tiempo a su favor.
Ambos se adoraban, pero se peleaban por trabajo. Eran los únicos que se sacaban chispas en la producción del programa. Pero siempre terminaban abrazados.
Recuerdo cuando llevaron a Silvio Rodríguez para un reportaje. Sólo eso, porque Silvio cuando venía a Buenos Aires, siempre se negaba a cantar en televisión. Yo estaba presente en el estudio. Marisa con el resto de los productores se había ocupado de preparar una biografía con fotos del cubano cuando era pequeño. La idea era poner el video, sin decir de quién se trataba. Así lo debía presentar Juan Alberto. Pero éste se adelantó y presentó directamente a Silvio. Como no estaba preparado, cuando se abrieron las puertas del escenario, se veía a los músicos de otro grupo preparando los instrumentos para su próxima actuación y desde el control, Marisa ordenó el cierre inmediato. Entonces Badía, de manera manual abrió las puertas y lo hizo entrar al músico. Un blooper poco común en el programa.
Cuando la entrevista terminó, Marisa bajó del control para "matar" a su hermano. Fue la única vez que los vi a ambos muy enojados. Sin embargo, a los pocos minutos, el orden había vuelto a reinar. Así eran los hermanos Ramón Badía, unos perfeccionistas sin remedio.
La moderación de Juan Alberto terminaba con su fanatismo por River. Era un "enfermo" por la blanca y roja. Él mismo lo contaba en una radio, que sufrió más el descenso del "Millo" a la "B", que enterarse del cáncer de mediastino.
Él siempre había apostado a una reunión de Joan Manuel Serrat con Joaquín Sabina. Y cuando ésta se concretó y los músicos vinieron a presentar el espectáculo a la Argentina, Badía no fue a verlos porque era en la cancha de Boca. "Es que es la cancha de ellos", en referencia a los xeneizes, fue la explicación del animador.
A pesar de las veces que lo entrevisté y lo vi en "Badía y Compañía", cuando asistía a los recitales de los músicos que me interesaban, no fui amiga de Juan. Pero aún así, su muerte me tocó. Desde la noche que comenzaron a decir que había muerto, primero por error y luego cuando realmente se produjo su deceso, no paré de llorar.
Me conmueve la gente que es capaz de lograr que un auditorio se levante al unísono para aplaudirlo, como sucedió con Badía en la noche que le dieron el Martín Fierro a la Trayectoria. Porque esa gente vale oro. Y Beto lo valía.
Juan conmovía en su último tramo de vida. Daba cátedra de cómo enfrentar la adversidad, siempre con una sonrisa y enseñando a ser mejores personas. Es que era bueno. Muy bueno. Y por eso hoy está en el cielo.
2 comentarios:
Precioso Yayi! gracias por el Desiderata
Qué raro tu nombre o seudónimo, Unknown.Muchas gracias por tu elogio. Siempre me sorprendo de comentarios de gente que no conozco. Y eso me ayuda a seguir adelante, que no me equivoqué al elegir escribir.
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