Casi como decía el cartel en la tribuna del Monumental: "me pasé 363 días esperando volver a Primera".
Se hizo larga y dura la espera desde aquel fatídico 26 de junio de 2011, cuando Belgrano de Córdoba no hizo más que dar el empujoncito final, en una caída sin retorno.
Había que tocar fondo para dar el gran salto o quedarse un año más en una divisional nueva y con palos en la rueda. Y se volvió, jugando muchas veces mal y otras bien, pero siempre con el objetivo puesto en el ascenso.
Lo que para varios era un desacierto, yo lo vi como un acierto de Daniel Passarella que le encomendara a Matías Almeyda la nada fácil tarea de conducir el equipo a lo largo de 38 partidos. Porque así como decidió volver a calzarse la blanca y roja, cuando en verdad ya no lo necesitaba, y convertirse en el jugador símbolo por su temperamento, dedicación y talento, la misma entrega iba ofrecer como director técnico.
La explicación es que el Pelado ama a River. Y River, en un momento tan difícil, necesitaba a alguien del paño, que dejara la vida por el club. Almeyda se puso el equipo al hombro y lo importante es que el equipo entendió el mensaje, y no lo dejó solo en la patriada.
Otros que vinieron a ofrecer su corazón riverplatense, dejando contratos millonarios en Europa, fueron Fernando Cavenaghi y Alejandro Domínguez. Por más que cometieron errores, algunos de ellos garrafales, los hinchas los eligieron ídolos indiscutidos. Comparto con los hinchas esa postura. Como comparto que se haya erigido a David Trezeguet en el preferido de todos. Otro grande, campeón del mundo con Francia en 1998, figura de la Juventus, que con humildad y goles fundamentales, como los dos últimos ante Almirante Brown, fue uno de los artífices de la vuelta a Primera.
Fue muy difícil este año con River en la B. Creo sin temor a equivocarme, que muchas de las arrugas que aparecieron en los últimos tiempos en mi cara, se deben a eso. Fue un golpe tan fuerte, que dañó la salud física y mental de unos cuantos, y no me siento exceptuada. Había que ser muy fuerte para aguantar la andanada de burlas del otro lado de la vereda. Lo veía como si una estuviera velando a un ser querido en la habitación y en el patio los vecinos estén organizando un asado con música y baile.
Era una maldición. Mientras River lloraba por el descenso, Boca daba la vuelta olímpica en el siguiente campeonato, el Apertura 2011. No podía ser peor.
Así como lo hice aquel horrible 26 de junio, fueron numerosas las ocasiones en que lloré de impotencia. River sufrió una especie de ACV y tenía que despertar.
Cuántos insultos me tragué, cuántos puños cerrados escondí en el bolsillo para que no se convirtieran en trompadas. Hubo varios, casi todos "bosteros", que estuvieron a punto de sacar lo peor de mí. A veces llegué a envidiarle al "Tano" Pasman su facilidad para putear uno a uno a los culpables del descenso. Sólo que en mi caso, esas expresiones nada amigables las quería lanzar contra los que se burlaban de mi desgracia. Y aún siendo familiares y amigos.
La imagen que también tenía era la de varias personas riendo a carcajadas a mi alrededor. Porque al fin de cuentas era lo que sucedía. Boca tenía muchos motivos para reír y nosotros más para llorar.
Todo, como en un hilo macabro, los favorecía para seguir pateándonos en el suelo. Su primer festejo, ya con River en el torneo de la B, fue que nosotros perdiéramos con los insufribles de Boca Unidos. Los de la ribera se apoderaron del triunfo con voces altisonantes y sus asquerosos afiches, hirientes y sin ninguna pizca de gracia.
Hasta más allá de la mitad de sendos campeonatos, la buena fortuna favoreció a Boca.
Se propusieron salir campeones en tres torneos y casi lo consiguieron. En la Copa Libertadores están a dos partidos de lograrlo. También pueden ganarle a Rácing, que nos sacó a nosotros por penales, en la Copa Argentina. Sin embargo, se quedaron con las ganas de repetir en el Clausura. Arsenal, con dignidad, se alzó con la copa y Boca terminó encima derrotado por All Boys.
No podían continuar las burlas sin ningún castigo. Ya era demasiado. Pero como en la vida todo vuelve, en este tiempo preferí callar y esperar, como se dice siempre, "que pase el cortejo de mi enemigo".
Estoy feliz con mi equipo y no quiero imitar a los rivales en materia de burlas. Sólo que no puedo evitar imaginarme el supuesto destino de los miles de afiches que habrán hecho sobre un River aún en la B y ellos, en contrapartida, dando la vuelta olímpica.
Yo sabía que la tortilla tenía que darse vuelta algún día. No se podía seguir sufriendo tanto y sin argumentos para responder. Admiro por eso enormemente a Almeyda y a sus jugadores por hacer oídos sordos a las burlas. Cuánto tuvieron que aguantarse en este tiempo, al perder con equipos que no les ganaban a nadie, tal es el caso de Atlanta, que encima descendió y se agrandaban como si fueran el Barcelona ante River. Eso explica por qué el técnico y los futbolistas lloraron tanto al terminar el partido. Era un desahogo por tanto sufrimiento contenido. Y los hinchas se conmovieron con ellos. Los que tuvieron la suerte de estar en el Monumental, como los que en mi caso, lo vimos por televisión.
Parece increíble que una pelotita pateada por 20 tipos y atajada por dos, trastoque los sentimientos, modifique el carácter amable por el violento de una bestia salvaje, y haga envejecer diez años.
Lo que no pude decir, lo dejo a cargo de Ignacio Copani, un fanático del "Millo" que ha sabido pintar como nadie los buenos y malos momentos del club. Elegí los temas: "Ahora más que nunca " y "El vals del olvido. Yo simplemente le digo "Gracias River por salir campeón, subir a Primera y devolvernos la alegría a los hinchas".
1 comentario:
Varios hinchas coincidieron con mi comentario, aunque no lo escribieron aquí. Me lo dijeron personalmente. Por eso gracias a ellos y a todos los que no conozco, lo leyeron y se sintieron representados. Ahora espero que se solucione el tema de Cavenaghi y Domínguez, porque merecen seguir en River al menos un torneo más. Sería en agradecimiento por su entrega por la camiseta.
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