Esta muestra multitudinaria era una asignatura pendiente para mi. Hace varios años que vengo soñando con participar de las 7 horas de saltar de un museo a otro, soportando las colas y aglomeraciones, pero con la satisfacción de disfrutar de un espectáculo único. Y por fin pude hacerlo realidad.
Me hubiese gustado visitar más museos, sólo que ante la gran cantidad de gente, se me hizo imposible.
Eran 190 los lugares para visitar este año, de modo que tuve que elegir.
Me tomé el subte hasta Plaza de Mayo y comencé con la Catedral Metropolitana y su museo en homenaje al cardenal Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco.
Tenía muchos deseos de conocer otros sectores de la Catedral Metropolitana.
Cuando llegué, alrededor de las 20.30, había poca gente, en comparación a toda la que fue llegando con el paso de las horas.
Si bien vi a algunas personas que estaban en la puerta que da a la calle Bolívar, preferí seguir hasta el final del altar que está a la izquierda del templo, donde otro grupo esperaba sentado en los bancos.
No sabía qué esperaban, pero cuando se levantaron por la señal de alguien de la iglesia, decidí seguirlos.
Bajamos unas escaleras que nos llevaron a la cripta, donde un Cristo yacente nos daba la bienvenida.
Después ingresamos a una pequeña capilla, en la que descansan todos los obispos que pasaron por la Catedral Metropolitana.
Si no estuviese tan iluminada, produciría un cierto temor al reconocer que estábamos rodeados de tumbas.
Me impresionaron las imágenes del Vía Crucis, creadas por el Taller Católico de Iconografía Bizantina Andrej Rublev.
De allí me dirigí al museo, donde en la puerta se había formado una cola. La primera de mi larga jornada de colas. En el museo dejaban ingresar a grupos de cinco personas.
Desde la puerta fotografié un cartel con imágenes del entonces cardenal Jorge Bergoglio, cuando celebraba misas en la Catedral Metropolitana.
Me esperaban tres salas con atuendos sacerdotales, antiguos y actuales. También las custodias de oro y plata para presidir las ceremonias de Corpus Christi, cruces, medallas, algunas muy valiosas, imágenes religiosas y otros objetos muy atractivos.
Lo mejor estaba en la última sala, donde se armó un sector vidriado dedicado especialmente al Papa Francisco.
Estaban los atuendos utilizados en su calidad de obispo, como casullas, anillos y una mitra, que es gorro tradicional. Asimismo, estampillas que se imprimieron en su homenaje, cuando Bergoglio fue nombrado Sumo Pontífice. Y entre otros recuerdos, un solideo rojo, de obispo, que el hoy Francisco recibió del Papa Juan Pablo II.
Desde la Catedral Metropolitana crucé la Plaza de Mayo hasta la Casa Rosada.
La Casa Rosada estaba bellamente iluminada en color rosa, pero allí no había actividad, sino en el Museo del Bicentenario, que está detrás, sobre la avenida Paseo Colón.
Nunca imaginé encontrarme con un museo tan interesante. Lo recomiendo a todos los que quieran conocer la historia de Argentina.
Desde el Virreinato, los gobiernos constitucionales, los golpes de estado, hasta nuestros días, todo está reflejado con videos, fotografías y documentos.
Cuando ingresé, aún no había mucha gente, que sí encontré al retirarme.
Los granaderos, muy amables, nos recibían con un saludo y una sonrisa. Un voto a favor de los soldados.
Pero adentro nos esperaba un escaner, como el de los aeropuertos, donde además de ser observados, había que pasar las carteras y los celulares, cámaras fotográficas y todo aquello de metal, por separado.
Adentro, un amplio subsuelo con paredes de ladrillo y pisos en algunos sectores transparentes con piedras por debajo, prometía una recorrida muy tentadora.
Un auto antiguo, en medio del salón, era el mayor atractivo para los visitantes, que, sin excepciones, se llevaban su imagen en sus cámaras fotográficas.
Lo que a mí me impresionó sobremanera fue una pintura gigante de Juan Domingo Perón y Eva Duarte, ubicada al lado de un vestido de Evita. Esto se debe a la gran admiración que siento por ambos, pero más que nada por la "abanderada de los descamisados".
Como había una larga cola, pasé por alto la muestra de Siqueiros y seguí a un sector donde vendían todo tipo de merchandising relacionado con políticos argentinos y extranjeros, y personajes como el Che Guevara. Y algo me llevé para regalar a mi mamá y a mi tía.
El recorrido por la historia argentina la hice al revés. Sin embargo, decidí publicar las fotos en el orden correspondiente.
Antes de retirarme del lugar, me impresionaron un escudo español de mármol de Carrara y dos cañones amenazantes.
Me pareció digno de elogio el lugar otorgado a cada uno de los presidentes argentinos. Algunos, como por ejemplo Carlos Menem y Néstor Kirchner, aportaron los trajes y zapatos con los que asumieron sus presidencias.
Está la banda y el bastón de mando de Raúl Alfonsín, y hasta la campera marrón, la cábala de Fernando De la Rúa para ganar las elecciones.
También hay imágenes y documentos del gobierno de Hipólito Yrigoyen, de los años '70 con los Montoneros y militares enfrentados a muerte, la Guerra de Malvinas, los golpes de estado, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, hasta terminar con el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, de quien se encuentra su banda y bastón de mando.
Al ganar la calle, mi intención era pasar por el Museo del Cabildo. Pero al ver la enorme cola que había para ingresar, desistí.
Como todo en esa zona queda muy cerca, al pasar por la Iglesia San Ignacio de Loyola, ingresé con la esperanza de que el túnel que habían utilizado los alumnos del Colegio Nacional Buenos Aires para realizar su ataque sacrílego, estuviese abierto al público. No lo estaba. Además el templo estaba casi oscuras. Por eso me fui sin tomar ninguna foto.
Mi próximo objetivo era conocer los túneles de la Manzana de las Luces y hacia allí encaminé mis pasos.
Al llegar a la puerta de Perú 222, me ilusioné con la posibilidad de conocer de inmediato los túneles de la época del Virreinato. Pero había otra cola que venía de frente y esa gente era la que entraba. La nuestra seguía de largo hasta ingresar a un estacionamiento lindero, donde estaba emplazado un escenario.
Era la misma cola, sólo que bordeaba el predio, llegaba hasta casi cerca del escenario y de allí pegaba la vuelta para sí llegar a la puerta del museo.
Por suerte actuó un grupo de música andina, mezclado con folk, rock y sonidos indígenas, que hizo la espera más llevadera. La banda gustó tanto que tuvo que volver al escenario e interpretó dos temas más: uno "Zamba para olvidarte" y el otro "Duerme negrito".
Como lo hicieron unas chicas que estaban adelante mío, una de las cuales empezó a sentirse mal y se retiraron, yo también pensé en irme. Pero ya estaba en el lugar. Me olvidé entonces del cansancio y seguí esperando.
El plantón parecía interminable. Cuando traspusimos la puerta de la Manzana de las Luces, se produjo otra espera en el interior. Es que había que aguardar la salida de los grupos que estaban adentro, que se demoraban en el bar y en el baño.
Una vez que se nos facilitó el acceso, un empleado del museo nos entregó un número y con él avanzamos. Sin embargo, en el patio del museo tuvimos que hacer una nueva cola.
Nadie nos dijo cuál era el itinerario en el interior de los túneles. Creíamos que íbamos a recorrer al menos un tramo de esos pasadizos subterráneos.
Pero una chica que salió enojada, nos rompió la ilusión.
Comenzó a gritar que era un fraude, que apenas se podían sacar unas fotos y que la entrada a los túneles estaba vedada.
Otra chica ratificó lo dicho por la joven, pero en un tono más mesurado.
En esa instancia, no valía la pena echarse atrás. Había sido tanta la espera, que cualquier cosa era bien recibida.
Cuando llegó el momento, entregamos nuestros respectivos números, el mío era el 42, y bajamos a una pequeña galería, donde tuvimos que volver a soportar que salgan los rezagados.
No voy a negar que me sentí un tanto desilusionada. Pero si como dijeron los empleados del lugar, lo hacen por una cuestión de seguridad porque podría producirse un derrumbe, es una medida muy acertada.
En ese sitio oscuro y frío, podían verse los tres túneles, apenas iluminados en la entrada y cerrados con rejas. Sólo uno de ellos, con más luces, tenía un riel.
Con esa imagen me quedé, antes de retornar a la superficie.
Afuera me encontré con un mundo de gente que seguía haciendo cola y no iba a ser yo la que les rompiera su fantasía.
Estaba demasiado agotada para ir en busca de un nuevo museo. Era la una y veinte de la madrugada. El cuerpo me pedía a gritos una cama. De modo que tomé el primer taxi y volví a casa.
Mi noche de los museos había concluido y quedé entre los 800 mil participantes de un acontecimiento cultural único y aunque agotador, muy gratificante.
1 comentario:
Es una lástima, para mí, no haber tenido ningún comentario. Ni siquiera me dijeron que las fotos y los videos eran feos. Esta vez, todo el trabajo que me llevó la producción de la nota, no fue reconocida. Voy a tener que seguir con los escritos con poco esfuerzo. Parece que por ahí va la cosa...
Publicar un comentario