domingo, 13 de marzo de 2011

RECUERDOS DE CARNAVAL

El Carnaval logró sacar lo más violento de mí...
El Carnaval es de por sí violento, al menos como yo lo conocí en la infancia, con esa costumbre de mojarte con bombitas o baldazos de agua.
Ahora por suerte ya no se usa tanto, costumbre que sí continúa en varios países de Latinoamérica.
Tanto en Jujuy como Entre Ríos, donde pasé de manera alternada mis primeros años de vida y hasta la adolescencia, era para mí un castigo tener que ir al almacén y a la panadería, con el riesgo latente de volver empapada.
Porque si bien el horario para tirarse agua era pasado el mediodía y hasta las 18, siempre aparecía alguno que pasaba por alto las reglas y te hacía pasar un mal rato.
Lo que para todos era divertido en esos tiempos, para mí era un tortura. No había nada peor que alguien te arroje agua, cuando vos no participabas de su juego. Claro, la gracia estaba en mojar al que veían seco y si era una mujer, y más aún una jovencita, mejor.
Por esa prepotencia de algunos es que detestaba al Carnaval.
No niego que muchas veces participé del juego. Pero lo hice por propia voluntad y cuando los jugadores eran pocos, chicos en su mayoría que no tenían una actitud destructiva y estaba acompañada por mi madre.
Allí sí la pasábamos bárbaro.
Para no ser el blanco de todos, me echaba agua en casa y así llegaba a jugar, sin que nadie tenga el placer de ser el primero en empaparme.
Lo que estoy contando sucedía en Jujuy, donde las fiestas de Carnaval son todo un clásico.
Al principio me refería "a mi lado más violento" y voy a contar dos anécdotas que tienen que ver con eso.
Una vez estábamos jugando con los chicos vecinos, mi hermano Ángel que era pequeño, y mi madre, hasta que llegó un grupo de muchachos que no conocíamos. Nosotros usábamos unos tarros que llenábamos en los grifos que había en el frente de cada casa y los vaciábamos a cada rato. Pero todo en un clima de risas y alegría.
Sin embargo, estos intrusos, no sólo comenzaron a tirar agua con mucha violencia, sino que querían quitarnos nuestros tarros. A algunos de mis amigos, ya se los habían sacado. Pero conmigo no pudieron y encima la historia terminó muy mal.
Mal para uno de ellos.
Comenzamos a forcejear y yo no estaba dispuesta a entregarle mi tarro. ¿Por qué tenía que hacerlo?. Él no era de nuestro grupo y lo que estaba pasando ya no era un juego. Entonces, en un momento que logré zafar, hice un giro con el brazo y se lo dí con todas mis fuerzas en la cabeza.
Lógicamente, lo lastimé y como la cabeza en un sector del cuerpo muy sensible, comenzó a sangrar. Sus amigos se me vinieron encima a insultarme y yo les decía que "él se lo había buscado por querer quitarme el tarro".
No recuerdo quién se encargó de curarlo. Pero ese día el juego de Carnaval terminó horrible. Porque aunque yo no empecé el incidente, me sentí culpable por el herido.
En el norte argentino, la gente además de mojarse, se arroja harina y hasta se pintan unos a otros con lápices de labio. Aunque no sé si esa tradición continúa, en esa época, décadas del '60 y '70, era optativo.
Ni la harina ni los labiales, eran de mi preferencia. Para mí la diversión se limitaba al juego con agua. Si había algo más, no participaba.
Otra vez estábamos jugando con los vecinos, con agua y sin violencia. Y a un muchacho que no era de la partida, se le ocurrió traer pintura. Si hubiera sido lápiz de labio, tal vez lo hubiera aceptado. Pero esta era pintura de paredes. Y vino a pintarme a mí.
Cuando ví lo que era, me agarró una suerte de ataque de nervios y comencé a gritar desesperada. Arrojé mi tacho, que quedó abollado en el piso y me fuí llorando a mi casa. Por supuesto, ante "esa escena dramática", la fiesta de Carnaval se dió por terminada.
Para sacarme la pintura tuve que usar nafta, detergente y no sé cuántas cosas más. Y la ropa quedó arruinada. Cómo no me iba a enojar.
Entre otros malos momentos del Carnaval, tuve que soportar los "lances" de algunos vecinos, que en la vida diaria eran personas respetuosas, sólo que borrachos se volvían irreconocibles y peligrosos.
Así como se me vienen a la mente esos instantes negativos, rescato los lindos vividos en Entre Ríos. Especialmente uno.
A una cuadra de la casa de mis abuelos, había un chico que me encantaba. Yo habré tenido entonces unos 10 u 11 años. Ese chico, con un grupo de amigos, una vez se había empecinado en mojarme.
Como es obvio, yo no iba a salir para que se dé el gusto de tirarme agua. Pero me sentía encantada con la situación. Recuerdo que de lejos me gritaba que saliera a la vereda. Mientras, cerca mío, mis padres se morían de risa.
Mi abuelo tenía la costumbre de tomar todas las tardes su banquito y de sentarse al costado de la casa. Ese día no fue la excepción, pese a las amenazas de bomba...de bombas de agua. Lo gracioso fue, que como yo no acepté la propuesta de ser empapada, en venganza, comenzaron a arrojarle las bombas a mi abuelo.
Una vez vaciada "la artillería", los chicos se volvieron a sus casas, mi abuelo tuvo que ir a cambiarse de ropa y yo, en silencio, disfruté de haber tenido más o menos cerca y un rato importante al chico que me gustaba.
Esa vez, sí que fue un gran día de Carnaval.

1 comentario:

Yayi Villegas dijo...

Me hubiese gustado algún comentario sobre mi relato de Carnaval. Alguna experiencia personal. Algo. Pero es así. Algo está fallando...