lunes, 30 de diciembre de 2013

LA VILLA DE RETIRO SIGUE CRECIENDO HACIA ARRIBA



Hace casi 4 años que el Gobierno de la ciudad de Buenos Aires prohibió el ingreso de materiales a la Villa 31, en Retiro, para evitar no sólo que se construyan nuevas viviendas, sino que se amplíen hacia arriba las casas que ya estaban.
Hasta hubo una amenaza del jefe del Gobierno Porteño, Mauricio Macri, de demoler unas 50 viviendas que se excedían en altura, con uno o más pisos de más.
La excusa que puso el funcionario es que resultaban peligrosas para quienes las habitaban, en caso de producirse un derrumbe, un incendio o cualquier otra catástrofe. Pero entre tiras y aflojes, la demolición quedó en la nada.
Sólo quedó en vigencia la prohibición de seguir construyendo piso sobre piso. La vigilancia se centró sólo en el Barrio Güemes de la Villa 31, donde está el tradicional edificio de cinco pisos al que denominan el "Sheraton Lila".
La construcción tiene una FM y departamentos, con canchas de fútbol en el frente y una feria donde venden todo tipo de productos y está a la vista, en el acceso a la Terminal de Ómnibus.
La policía custodia día y noche para que los "amigos de lo ajeno" no abran los baúles de los micros y escapen con las maletas de los pasajeros, y también para controlar que no ingresen materiales de construcción a la villa.
Pero sólo en ese sector.
Los efectivos se "olvidaron" o no recibieron órdenes para ver qué sucede en la Villa 31 Bis, la que está al lado de la Terminal de Ómnibus, entre las vías del Ferrocarril San Martín y la Autopista Illia.
A la vuelta de mis vacaciones en el norte argentino, pude filmar desde el micro el extraordinario crecimiento edilicio, detrás del paredón que separa a la villa de la Terminal.
Es obvio que las autoridades del Gobierno Porteño no ven esto porque ellos viajan en avión al interior del país. Sólo que alguien tendría que advertirles el descuido en ese lugar.
Me sorprendió la enorme cantidad de edificios, pegados entre sí y uno más alto que el otro. Llegué a contar 6 pisos en uno y con columnas en el techo, como para seguir construyendo hacia arriba. Es decir que podrían llegar a los 7 pisos o más todavía.
Entiendo que no es fácil para la gente que viene a trabajar del interior del país o de países limítrofes, conseguir pronto un lugar donde vivir.
Al margen de los hoteles familiares o pensiones, es imposible alquilar si no tiene una persona conocida con una propiedad en la Capital Federal que se arriesgue a salir de garante. Eso sin contar el dinero que se necesita para pagar los dos meses de depósito, el mes de adelanto y el importe igual al alquiler que hay que pagarle como comisión a la inmobiliaria.
Las villas se vuelven entonces en la única solución para mucha gente de bajos recursos. Y en este caso, no faltan los que se aprovechan de la situación. Son los que construyen, sin ningún tipo de control y consideración. Pero con el único propósito de ganar mucho dinero.
Si bien le otorgan al recién llegado la posibilidad de contar con un techo, le cobran como si viviera en el sector exclusivo del Barrio de Retiro.
Por una habitación de un ambiente con comodidades nulas, en la Villa 31 Bis cobran $ 1.000 si la construcción está alejada de la Terminal de Ómnibus de Retiro y del Subte de la línea "C". Pero si está en la entrada, es decir las que registré con mi cámara, oscilan entre $ 1.500 y $ 2.000, o más.
Ni hablar si el que llega tiene la intención de comprar. Aunque está prohibida la venta porque los terrenos pertenecen al Estado, los estafadores se quedan con $ 50.000 por el cuartito de 2 por 3 metros.
Lo cierto es que las Villas, tanto la 31 como la 31 Bis crecen a un ritmo desmesurado. Se cree que viven, sumadas ambas, unas 70 mil personas. Y contra esa cantidad impresionante de gente, es imposible ejercer un dominio.
Ni el Gobierno Nacional, ni el Gobierno porteño, le encuentran una solución al problema de superpoblación. En realidad, se les fue de las manos a todos los gobiernos que pasaron, incluidos a los militares.
Estas villas son una bomba de tiempo de las que nadie se quiere hacer cargo por miedo a que explote. Y los años pasaron entre piquetes, promesas y el mirar para otro lado de los funcionarios.
Aunque vive gente trabajadora y honesta, que fue la que en su momento tuvo el apoyo del padre Carlos Mugica, que quería convertir el lugar en un Barrio Obrero. También es un refugio de ladrones, asesinos y narcotraficantes.
La original Villa 31 nació en 1932 con el nombre de Villa Desocupación, ya que vivía la gente que llegaba en ferrocarril a Retiro y no podía conseguir trabajo.
Pero varios de ellos, aunque lograron un empleo, prefirieron quedarse en el lugar y con los años, fue bautizada con el número que quedó para siempre.
La zona es una de las más cotizadas de la ciudad. Está muy cerca de Barrio Parque y Puerto Madero, los más caros de Buenos Aires, y a unas 20 cuadras del Obelisco.
Como es lógico, a muchos les vendría al dedillo que toda esa gente se fuera a otro lado. El inconveniente es que ese otro lado no está. No hay un programa en vista de construirles en otro sitio un barrio para ellos.
El sector que corresponde más que nada a la Villa 31 sería ideal para construir hoteles 5 estrellas y edificios de categoría, tanto para oficinas como para viviendas.
Sólo que a los que viven allí, poco les importan esos proyectos multimillonarios. Se sienten muy cómodos, a pesar de las numerosas carencias que tienen, de estar cerca de todo. Y por más que quieran echarlos, no se van a mover ni a palos.

domingo, 29 de diciembre de 2013

MIS ZAPATITOS DE LOS 9 MESES

Buscaba la toalla que utilizo en la reposera para tomar sol, en un placard de la casa de mi mamá en Jujuy, cuando descubrí el par de zapatitos marrones.
"Mami, ¿esto de quién es?", le pregunté a mi mamá, pensando que la respuesta iba a ser: "Son del Chiquito", en referencia a mi hermano Ángel. O "Son de Jaño", en alusión a mi otro hermano. O de última: "Son de Inti", en relación a mi sobrino y ahijado.
"¿Los zapatitos?. Son tuyos, son los que tenes en la foto que tengo en mi pieza", me contestó mi adorada madre. Y de inmediato se me ocurrió incluirlos en mi blog, después de pasar por el cuarto de mi mamá y ver mi foto de pequeña, con uno de ellos en la mano.
Para los que no me creen que yo era gordita, las pruebas están a la vista. Sin embargo, creo conservar el "espíritu" de gorda por eso de gustarme tanto los chocolates.
Yo tenía unos 9 meses de vida, cuando pasó por la casa de mis abuelos maternos en Entre Ríos, un fotógrafo ambulante que retrataba bebés y por ser la nena mimada, la única nieta hasta ese momento, tanto ellos como mi mamá decidieron que mi imagen quedara registrada para la posteridad.
El fotógrafo sacaba esas fotos de varias tomas editadas en un solo retrato.
Me pusieron un vestido rosa y unos zapatitos marrones, recién comprados en la tienda "Blanco y Negro", de Basavilbaso.
Acepté que me sentaran sobre una mesa con mantel granate con flores blancas para posar como una modelo, sonriendo por las morisquetas de mis familiares y hasta mordiendo una naranja.
Lo que no quería era dejarme los zapatos puestos.
Cada vez que mi mamá me los ponía, yo me los sacaba. Por eso el fotógrafo, supongo ya harto de mi capricho, aceptó sacarme con uno de los zapatitos en la mano.
Tal vez porque me apretaban o quien sabe porqué motivo, pero lo cierto es que según mi mamá, nunca quise a esos zapatos.
No sólo para las tomas fotográficas demostré mi rebeldía de no aparecer con ellos en mis pies. Sino que nunca quería usarlos. Al parecer los detestaba. Siempre terminaba sacándomelos cuando me los ponían para ir de paseo.
Mis padres tenían que optar por otros. Cualquiera. Menos esos.
La explicación de estar tan intactos, a pesar de tener más de medio siglo de existencia, es su uso casi nulo.
Un hallazgo que me permitió reencontrarme con mi niñez, imposible de acordarme, si no fuera porque mi mamá guardó los zapatitos marrones y lógicamente por su memoria prodigiosa para contarme lo que sucedió en torno a ellos.