domingo, 29 de diciembre de 2013

MIS ZAPATITOS DE LOS 9 MESES

Buscaba la toalla que utilizo en la reposera para tomar sol, en un placard de la casa de mi mamá en Jujuy, cuando descubrí el par de zapatitos marrones.
"Mami, ¿esto de quién es?", le pregunté a mi mamá, pensando que la respuesta iba a ser: "Son del Chiquito", en referencia a mi hermano Ángel. O "Son de Jaño", en alusión a mi otro hermano. O de última: "Son de Inti", en relación a mi sobrino y ahijado.
"¿Los zapatitos?. Son tuyos, son los que tenes en la foto que tengo en mi pieza", me contestó mi adorada madre. Y de inmediato se me ocurrió incluirlos en mi blog, después de pasar por el cuarto de mi mamá y ver mi foto de pequeña, con uno de ellos en la mano.
Para los que no me creen que yo era gordita, las pruebas están a la vista. Sin embargo, creo conservar el "espíritu" de gorda por eso de gustarme tanto los chocolates.
Yo tenía unos 9 meses de vida, cuando pasó por la casa de mis abuelos maternos en Entre Ríos, un fotógrafo ambulante que retrataba bebés y por ser la nena mimada, la única nieta hasta ese momento, tanto ellos como mi mamá decidieron que mi imagen quedara registrada para la posteridad.
El fotógrafo sacaba esas fotos de varias tomas editadas en un solo retrato.
Me pusieron un vestido rosa y unos zapatitos marrones, recién comprados en la tienda "Blanco y Negro", de Basavilbaso.
Acepté que me sentaran sobre una mesa con mantel granate con flores blancas para posar como una modelo, sonriendo por las morisquetas de mis familiares y hasta mordiendo una naranja.
Lo que no quería era dejarme los zapatos puestos.
Cada vez que mi mamá me los ponía, yo me los sacaba. Por eso el fotógrafo, supongo ya harto de mi capricho, aceptó sacarme con uno de los zapatitos en la mano.
Tal vez porque me apretaban o quien sabe porqué motivo, pero lo cierto es que según mi mamá, nunca quise a esos zapatos.
No sólo para las tomas fotográficas demostré mi rebeldía de no aparecer con ellos en mis pies. Sino que nunca quería usarlos. Al parecer los detestaba. Siempre terminaba sacándomelos cuando me los ponían para ir de paseo.
Mis padres tenían que optar por otros. Cualquiera. Menos esos.
La explicación de estar tan intactos, a pesar de tener más de medio siglo de existencia, es su uso casi nulo.
Un hallazgo que me permitió reencontrarme con mi niñez, imposible de acordarme, si no fuera porque mi mamá guardó los zapatitos marrones y lógicamente por su memoria prodigiosa para contarme lo que sucedió en torno a ellos.

1 comentario:

Yayi Villegas dijo...

Llegué a la conclusión que yo no aceptaba mis zapatitos porque el cuero era bastante duro. Así al menos lo noté cuando los tuve en mis manos.