viernes, 7 de diciembre de 2012

TAXISTA ESTAFADOR DESCUBIERTO


Si hubiera sabido que el taxista que me trasladaba en pleno temporal del jueves 6 de diciembre iba a intentar estafarme, lo hubiera filmado desde atrás o al menos hubiera fotografiado el cartel con sus datos personales para "escracharlo" y así evitar que futuras víctimas caigan en su trampa.
Subí al mediodía, a pocos metros de la puerta de Canal 9, cuando todavía no se había desatado el diluvio. En medio del recorrido, por la zona de Balvanera saqué la cámara para grabar un poco de lluvia, porque la mayor parte del tiempo me dediqué a dialogar por teléfono con mis padres. Por eso es tan breve el aporte gráfico.
Con cada uno de mis padres sólo hablé de temas de salud. Es decir que a este hombre poco le importó mi angustia por un familiar enfermo.
Yo llevaba $ 100 en el bolsillo para pagarle. No era un billete falso porque sé cómo identificarlos y además lo había sacado del cajero automático.
Por la distancia, supuse que el trayecto me iba a salir bastante caro. Y así fue. Con las demoras por el tránsito atascado y tal vez porque el taxista le puso el "piripipí" al reloj, me salió $ 81.
Le entregué el billete y me pidió una moneda de $ 1 para darme el vuelto de $ 20. Mientras sacaba la moneda, observé una maniobra sospechosa. El taxista se inclinó demasiado hacia el asiento del acompañante. Pero hasta ese momento no le dí importancia.
Sin embargo, de inmediato, para que yo lo viera, comenzó a observar el billete, el que quería hacerme creer que era el que yo le había entregado. Y me dijo que estaba seguro que "era el de Boudou", es decir que "era falso".
Yo le retruqué que era imposible porque lo había tenido en mis manos y no le encontré nada extraño. Además le señalé que venía directo del cajero automático.
A la distancia en la que estaba, no podía verlo con claridad. Le dije que si tenía los hilos plateados y la imagen translúcida, no podía ser falso. Yo creí advertir que sí tenía los hilos. Y él seguía estirándolo y tocándolo de uno y otro lado.
Entonces me pidió otro billete porque no lo veía auténtico. Le dí uno más viejo y se puso a compararlos para que yo viera la diferencia. "Este es más viejo, pero sí es bueno", me dijo.
Le pedí que me prestara el billete que yo supuestamente le había entregado, para observarlo. Antes de recibirlo, vi que era falso por donde se lo mirara. Una fotocopia barata imposible de hacer pasar por dinero real.
En lugar de tomarlo cuando me lo acercó, en una maniobra que yo misma me sorprendo, le saqué el billete que le había entregado después y le dije que el otro no era el billete que yo le había dado. Pero él seguía insistiendo que sí lo era.
Generalmente no menciono mi profesión cuando estoy ante extraños. Pero en este caso era necesario que pusiera en evidencia que conocía del tema.
Le dije: "Usted cambió el billete. A mí no me engañe, yo soy periodista y sé diferenciar cuando es falso. Y yo no se lo di. No ando con plata falsa encima".
Cuando escuchó mis palabras, el tipo se quedó mudo.
Hasta ese momento, yo ya había comenzado a bajarme del vehículo.
Con su billete trucho en la mano, ya con poca convicción, me dijo otra vez que yo se lo había dado y que iba a ir al banco a cambiarlo. Hice oídos sordos a sus argumentos.
Lo importante es que yo no había sido engañada. Además, ya estaba en casa. Si seguía acusándome, iba a correr hasta una comisaría cercana para denunciarlo. Pero no fue necesario. El tachero, derrotado, arrancó y se fue.
Me dio mucha bronca, no por mi que finalmente no caí en su trampa, sino por tanta gente, generalmente ancianos o mujeres distraídas, que resultan víctimas de estos sinvergüenzas.
Debo creer sin temor a equivocarme, que tengo un ángel de la guarda que me protege, haciéndome fuerte en las situaciones límites. Más aún porque en la vida soy una persona bastante temerosa.
Hará unos 15 años, cuando venía de un viaje a Jujuy, tomé un taxi en Aeroparque y me encontré con uno de esos estafadores que desprestigian al gremio de los trabajadores del volante.
En medio del camino, el tipo comenzó a preguntarme si tenía para pagarle la plata "con la nueva numeración", porque según decía, "había cambiado en los últimos días".
¿Qué habrá creído, que yo venía de la casa de Gran Hermano, donde no tenía contacto con el mundo?. O que era simplemente una provinciana ignorante, una presa fácil para él.
Pero se equivocó.
No sé dónde saqué coraje y aún a riesgo de que cambie el recorrido y me lleve a otro lugar para maltratarme, le dije que "estuve en la Argentina y que no había habido ningún cambio en la moneda". Y además que "yo era policía y que más le valía olvidarse de sus intenciones de robarme porque viajaba con el arma reglamentaria".
Una loca inconsciente. De sólo acordarme, me parece que fui una suicida.
Sin embargo, el tipo me creyó y sin decir una palabra me llevó hasta mi casa.
En esa época yo vivía a media cuadra del Departamento de Policía, así que debe haber pensado que de verdad era "cana".
Con tantos viajes en taxi que hago por semana, siempre aparecerá algún tachero con su buen, malo u original accionar para incluirlo como anécdota o para repudiarlo en esta sección.

1 comentario:

Yayi Villegas dijo...

Nuevamente lo que escribí no le interesó a nadie. En realidad, a nadie, no. Me interesó a mí, que tras escribirlo, me sacó un peso de encima. Porque después de lo que pasó tomé conciencia que fui audaz al discutir con el taxi. Y sobre todo, al recuperar mi billete verdadero. Todas estas cosas se las dejo a Dios.