viernes, 25 de febrero de 2011

ANTONIO, EL AMIGO HEREDADO





Hace 28 años que conozco e inicié una amistad con Antonio Tarragó Ros.


Además de ser un músico extraordinario, es un tipo con el que se puede hablar de todo y es ante todo una buena persona. Lo incluyo en el grupo de los rescatables como ser humano, entre las figuras que entrevisté a lo largo de mi vida periodística.

Aunque no nos veamos tanto como antes cuando yo era cronista de medios gráficos, seguimos en contacto de vez en cuando vía teléfonica.

A Antonio lo considero mi amigo y lo que me enorgullece, es que él también me considera de la misma manera.

La primera entrevista, que incluí como imágen en este escrito, se la hice en 1983, cuando yo tenía a cargo una sección de Rock en la revista "Casos", de la Editorial Perfil. La sección se llamaba "Rockasos" y la heredé de un periodista que después renunció al semanario.

Cuando yo llegué a la revista, Rubén Dotro hacía la sección solo. Pero pasado un tiempo, además de las notas que me tocaba cubrir en la calle, el subdirector del semanario, Francisco "Pancho" Loiácono, decidió sumarme a mí también.

No sé si esto a Rubén le habrá gustado demasiado, me imaginó que no, pero en el tiempo que compartimos el trabajo, no tuvimos ningún problema. Cada uno traía su propia información y se publicaba de acuerdo al orden de importancia.

Cuando Rubén se fue, decidí darle a la sección un giro de 180 grados. Si bien seguí con los comentarios de discos, que ya estaba, opté por incluirle un mini-reportaje a figuras de la música. Y darle cabida, además del rock, a otros géneros musicales.
Comenzaron a aparecer artistas de folklore, candombe, jazz, música latinoamericana y en esencia, de todo lo que sonara bien. Lo bueno es que Pancho Loiácono me dió libertad para manejar la sección a mi gusto.

Así llegué a conectarme con Antonio para hacerle un reportaje. Lo cité en la editorial, que en ese entonces estaba en Sarmiento y Cerrito, a pocos metros del Obelisco y hacia el monumento símbolo de Buenos Aires fuimos para hacer las fotos. El reportaje se lo hice en un bar de la zona.

Lo que Antonio no se imaginaba era que en el medio de la nota, yo le iba a contar que mi mamá había conocido a su padre, el gran músico del chamamé, Tarragó Ros. Se interesó de inmediato en saber lo poco que yo podía aportarle del hombre que le había dado la vida. Una vez terminado el reportaje, me quedé charlando con él. Y ese fue el nacimiento de nuestra amistad. Una amistad heredada, podría decirse.

Cuando mi madre, mi tía y mis abuelos vivían en el campo en Entre Rios, en un lugar donde los conjuntos de música del Litoral solían ir a tocar, los músicos se alojaban en su casa. Tarragó y sus músicos, por ser habituales en la zona, varias veces durmieron en lo de mis abuelos. Según me contaba mi madre, eran gente muy respetuosa y seria, y les fue fácil ganarse el cariño de mi familia.

Antonio se había criado lejos de su padre, ya que debido al trabajo de Tarragó como músico, estaba mucho tiempo fuera de su casa. Por eso que alguien le hablara de él, aunque más no fuera de forma indirecta, lo emocionó.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y a punto estuvo de llorar. Descubrí que Antonio, además de ser un músico con un talento increíble, era un persona sensible. Un hombre que no se avergonzaba de demostrar que sentía la ausencia de su padre. Ese día también, pasó a integrar la galería de mis preferidos.

Más adelante, mi madre me dió unas fotos que tenía de Tarragó en el campo para que se las regale, y Antonio quedó muy agradecido con el gesto.

Cuando estuve en la revista "La Revista", le hice algunas entrevistas, una de las cuales también incluí como imágen en este escrito.

Esa fue la época donde más estuve en contacto con él. Vivía con su familia en Arévalo y Cabrera, a una cuadra de donde casualmente hoy está Canal 9.

Fuí varias veces a esa casa, pero más en calidad de amiga que de periodista. Eso también tuvo que ver con la amistad que inicié con Isabel, su ex mujer. Cuando estaba allí, podía optar entre quedarme a charlar con ella en el comedor o subir al altillo a ver cómo Antonio componía sus canciones.

Pude escuchar de primera mano, la música que le hizo a la película "La ciudad oculta", protagonizada por Edgardo Suárez y dirigida por Osvaldo Andéchaga. Recuerdo que mientras la tocaba, me describía la imagen del protagonista caminando bajo una niebla y un frío que calaba los huesos, con la villa en la madrugada como escenario de fondo.

También ví cómo armó con Teresa Parodi un disco compartido. Se llamaban por teléfono y mientras Antonio la acompañaba con su acordeón desde su casa, Teresa le cantaba la letra que ella había escrito desde la suya.

Tuve el privilegio de ser invitada a dos de los Cumpleaños de mi amigo.
Antonio disfrutaba muchísimo de esas celebraciones, porque decía que cuando era chico, nunca nadie se lo festejó.

La figura infaltable era César Isella, nacido como él el 18 de octubre. Y entre otros, Andrés Cascioli, el director de la revista "Humor" y su mujer, Nora. También la esposa de León Gieco, sola, porque León siempre andaba de gira. Y los músicos de Antonio. Poca gente, pero muy interesante.

Lo extraño era que aún con la presencia de músicos, nadie tocaba nada. Era una celebración muy conversada. Y sin embargo, nada aburrida.

Mi foto con Antonio, con un sombrero suyo, fue en un festival de música latinoamericana que se hizo en el campo de juego del Club Obras Sanitarias.

Ese día sentí que toqué el cielo con las manos y todo gracias a mi amigo.
Entre otros artistas, además de Antonio, tocaron Chico Buarque, Víctor Heredia, León Gieco y Mercedes Sosa. Había un clima muy especial en el lugar, porque los músicos lejos de quedarse detrás del escenario, a medida que dejaban de tocar, daban la vuelta y se sentaban en el pasto con la gente a mirar el show. Y nadie los molestaba.

Yo estaba sentada en el pasto, cuando terminó de actuar Antonio y al verme, se vino a sentar a mi lado. Pero lo más maravilloso era que el resto de los músicos también venían a donde estábamos. Nunca me voy a olvidar haber saludado a Víctor Heredia, a quien ya conocía, al enorme Chico Buarque, a León...y todos después compartimos el aplauso a Mercedes Sosa, encargada del cierre del festival. Lamento no haber tenido en ese momento una cámara fotográfica para registrar ese instante único e irrepetible.

Con Antonio hemos tenido también nuestro tiempo de las cargadas. Él por ser de Boca y yo de River. Cierta vez que produje para el noticiero de Canal 9 un contrapunto con Ignacio Copani, fanático de River, en una previa del Superclásico, el muy "guacho" me mandó de regalo con el cronista que hizo la nota, un CD de chamamés que él había compuesto todos dedicados a Boca. Se llamaba "De Boca somos" y en la tapa me escribió una dedicatoria, que unida al título del disco, quedaba así: "De Boca somos con Yayi Villegas".

Lo llamé para agradecérselo y "retarlo" por la dedicatoria, y le dije que "no lo tiraba porque era él y lo quería, de lo contrario iba a ir a parar a la basura". Aún lo conservo, pero si lo escuché una vez, es mucho...

Antonio también conoció a mi tía Teresa. Pero no por mí, sino por un amigo que tienen en común. Él quería conocerla, porque mi tía es la autora de unos temas preciosos de música del Litoral y Antonio admiraba sus letras. Cuando hablamos después por teléfono, nos reimos de eso, porque nada más apropiado para relacionar la frase: "Qué chico es el mundo".

Con este relato quise brindarle mi humilde homenaje a un músico, con perdón del término, "de puta madre". Un grande. Un creador inagotable. Un representante genuino del ser nacional. Pero sobre todo, le rindo un homenaje al tipo simple, gracioso, sincero, buen padre. Un homenaje sentido a mi amigo Antonio Tarragó Ros.
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1 comentario:

Yayi Villegas dijo...

Lástima que nadie escribió nada sobre Antonio o sobre lo que escribí acerca de él. Espero que sólo haya sido un inconveniente con Google.