domingo, 2 de enero de 2011

MARTÍN, EL RESCATADITO





Así está Martín hoy. Duerme sobre la cama, almohadas y almohadones, come cuando quiere y recibe cientos de mimos por día. Martín es un hijo más de mi familia gatuna...

Pero este gatito sin edad definida, de orígen desconocido y seguramente con otro nombre, estuvo a punto de morir de inanición en enero de 2010, antes de vivir como un rey.


Todo comenzó en la terraza de un edificio de oficinas que está en venta y/o alquiler frente al que yo vivo.

Ignoro cómo y cuando fue a parar allí. Supongo que se asustó de los cohetes lanzados en Navidad y buscando refugio, cayó de algún techo vecino. Pero como la terraza tiene unos tres metros de altura, no tuvo manera de regresar. Por abajo era imposible salir, ya que el lugar está herméticamente cerrado.


Yo lo descubrí en la terraza el día siguiente de Año Nuevo, ya que la Navidad la había pasado en Jujuy.


Me sorprendió su aspecto: era una bolsa de huesos, apenas se movía y gracias a que había llovido y quedó un charco en el techo, eso era lo que único que tenía para beber.


Mi angustia crecía con el paso de las horas, porque más allá de llamar una y mil veces a la inmobiliaria para que vengan a abrir la puerta y me permitan sacarlo de esa trampa mortal, no tenía otra posibilidad.


En el edificio lindero, el departamento que estaba a la par de la terraza, estaba en venta y no había nadie. Y a la derecha hay una sucursal del Correo, que sólo tiene dos pisos.


En la inmobiliaria me decían que ellos no tenían la llave del edificio, sino su dueño. Una mentira grande como el edificio mismo. Y que el dueño estaba fuera de Buenos Aires y "ya le habían avisado sobre el caso del gato".


Mientras apareciera la solución, yo no quería ver a Martín morir de hambre y de sed. Al menos quería que le llegaran pedacitos de carne.


Como yo tengo un tejido en el balcón, no podía arrojarle nada desde mi departamento. Entonces comencé a golpearle las puertas a mis vecinos. Pero estando en época de vacaciones, fueron muy pocos los que me cedieron el paso.


Al haber una avenida de por medio, todos en vano fueron los intentos. Los pedazos de carne cayeron al asfalto. Me imagino las caras de los automovilistas al "ver llover carne". Ahora que lo escribo me sonrío. Sin embargo, en ese momento para mí la situación era angustiante.


No me dí por vencida y me fuí a buscar un comercio de caza y pesca para comprar una honda. Por ese medio, tal vez lo iba a lograr.


Para no volver a molestar a los mismos vecinos, me subí a la terraza y comencé a tirar carne con la honda. Pero mis fuerzas no eran las sufientes y otra vez iban a parar a la avenida.


Hasta que un vecino de un piso inferior a la terraza me vió y decidió darme una mano. Me pidió la honda y la carne. Gracias a él, tres pedacitos llegaron a la terraza y me emocioné de ver a Martín ir a buscarlos y comerlos. Al menos ese día, su estómago había probado bocado.


Mi desesperación por salvarlo lo antes posible tenía que ver también con que en los próximos días debía volver a trabajar después de mis vacaciones y no me iba a poder ocupar tanto de la desgracia del minino.


Como veía que no tenía respuesta de la inmobiliaria, opté por escribirle un mail de auxilio a Roxana Lunardón, una proteccionista de animales con quien estaba en contacto de manera habitual.


Desde un principio dije que luego del rescate, quería llevar al gatito conmigo. Es decir que no comprometía a ningún proteccionista a tener que buscarle un hogar.


Nunca imaginé el poder impresionante que tienen los proteccionistas cuando de salvar a un animal se trata. De repente mi correo electrónico se llenó de mails de gente que me pedía datos sobre el animal y el lugar donde estaba, y cómo podían ayudarme. Fue increíble y se los agradezco.


Hasta que apareció Graciela Finoli de Fundaco, quien llamó a la inmobiliaria y los intimó a ir a abrir el edificio para sacarlo.


"Les comuniqué que les mandaría carta documento por ser solidariamente responsables de abandono de animal y estarían violando la ley 14.346", me contó por escrito la proteccionista poco después.


La posibilidad de la intervención de la Justicia, hizo que el dueño del edificio finalmente se decidiera a ir a abrir la puerta. La cita fue a las 13 del día siguiente.


Para no estar sola en el momento de subir a la terraza y retirar al animal, Yafer, un proteccionista que sólo conocía por el nombre, se ofreció a acompañarme.


Media hora más tarde de la convenida, se hizo presente en el lugar el dueño del edificio, quien debo reconocerlo se mostró muy amable y hasta me pidió disculpas por no haber llegado antes "porque estaba afuera de Buenos Aires".


Al subir a la terraza pude descubrir in situ el sufrimiento de Martín. El calor era insoportable y el charco se había secado, por lo que el animal ya ni agua tenía para tomar.


El pobrecito estaba en un rincón donde apenas había sombra y muy asustado de vernos.


Al techo subimos el dueño, Yafer y yo. Mientras que el encargado de la inmobiliaria, para no perder el tiempo, se quedó abajo recibiendo a los interesados en la compra o alquiler del edificio.


Además de la jaula para el rescate, yo llevé un bolso con agua y sobrecitos de comida para gatos. Le dejé a Yafer la jaula, que se quedó lejos con el dueño. Y yo de a poco me fuí acercando a Martín con el sobre de comida en la mano.


Si bien en un principio el temor lo llevó a gruñirme, cambió de manera radical su actitud cuando le acerqué la comida. Comenzó a devorarla, mientras me miraba como si quisiera agradecerme. Qué se iba a imaginar que alguien iba llegar hasta él para alimentarlo.


De a poco me fuí acercando y mientras comía, empecé a acariciarle la cabeza y el lomo. Al ver esto, Yafer tomó la jaula y se vino hasta donde estábamos. Le puso un poquito de comida en el interior y dejó la puerta abierta. Pero no fue necesario. Martín estaba tan entregado, que no tuve ningún inconveniente de levantarlo y colocarlo en la jaula.


Después de las gracias de rigor al dueño del edificio, Yafer me llevó en su auto al veterinario. Allí le tomó al felino dos fotos: una de frente con su carita asustada y la otra, terrible, donde se veía su cuerpito consumido y los huesos a flor de piel.


Al verlo el veterinario tan desmejorado, no sólo no me cobró, sino que ni siquiera le hizo una ficha para una próxima consulta. Me dijo que estaba castrado, por lo que había tenido dueño y que era viejito. Pero para él, "al gatito no le quedaba mucho tiempo de vida".


Yo al escuchar eso, no le dije nada, pero interiormente me propuse sacar a Martín adelante: con comida y mucho cariño.


Para evitar que mis otros gatos se enojen conmigo, le pedí a Yafer que suba él con la jaula. Sin embargo mis animalitos, al ver tan desvalido a Martín, lo miraron compasivos y luego lo ignoraron.


Si esos iban a ser sus últimos días de vida, me propuse que "fueran los mejores de su existencia". Le indiqué las piedritas para hacer sus necesidades y los recipientes con comida.


Sólo que hasta ese instante, no tenía nombre. Se me ocurrió Martín y se lo puse. Así quedó, pese a las cargadas de mis amigos que me decían que era por Martín Palermo, cuando todos saben que soy fanática hincha de River.


Martín no se murió como lo anunció el veterinario. Aunque es flaquito, come y toma agua todo el día, hace sus necesidades de manera normal y lo que es más importante, se deja mimar. Cuando vino no sabía lo que era el afecto y estaba con las uñas afuera. Alerta. Yo le decía "chúcaro" por eso.


Pero no sólo aprendió a aceptar las caricias, sino que él mismo ha venido a reclamarlas, pegándome cabezazos en las piernas.


Esta historia la quería contar hace tiempo, pero me faltaban las imágenes. Sin embargo, esta producción pude hacerla justo para su primer cumpleaños. Martín nació hace un año y eso hay que celebrarlo.


2 comentarios:

Sergio dijo...

Buena historia!,solo falto acotar que se llama Martin en honor al veterinario mencionado(no creo que le incomode esta deferencia!).

Yayi Villegas dijo...

No el veterinario que lo atendió es Alejandro, el de la Franklin. Y si tengo en cuenta que me anticipó que se iba a morir, nunca le hubiera puesto su nombre. Martín me surgió de repente, por nada en especial.