Se fue mi Alish, mi chiquita hermosa, mi dulce compañera de 15 años.
Mi gatita querida se marchó al cielo de los gatos a las 4.30 del domingo 28 de febrero de 2016.
Murió en mis brazos.
Fui testigo de su último suspiro, mientras no dejaba de acariciarla.
Esta es la imagen que voy a llevarme de ella.
Linda, saludable y compañera de mis otros gatos, en este caso de Cocó...
Quise llevarme sus últimas imágenes aunque fueran duras e irremediables.
Durmiendo en un almohadón, donde quedaron sus marcas de su destrucción y acompañada por su hermanita Milly, que aunque no eran muy compañeras, en las últimas horas quiso hacerle sentir que la amaba.
Yo sabía que le quedaba muy poco tiempo de vida, por eso quise evitar llevarla a un veterinario para convertirme en su asesina.
Ya no era necesario, además el veterinario la había deshauciado en abril de 2015 y sin embargo vivió casi 11 meses.
Le dí calmantes para su dolor.
Y la dejé que busque su lugar para el final.
En su último día de vida, fue la única vez que no vino a mi falda cuando me senté frente a la computadora, como lo hacía siempre.
Empecé a extrañar ese momento que nunca más se repetirá.
Los gatos necesitan morir lejos de sus amos.
Tal vez porque se dan cuenta cuánto cuesta aceptar que ya no estarán.
Buscan un lugar apartado.
En mi departamento, tan pequeño, era imposible encontrar un lugar alejado.
Por eso Alishita fue a acurrucarse en el recipiente de las piedritas, que estaban recién cambiadas debajo de la cama.
Eran las que ella usaba.
Pero la saqué de allí porque las piedritas le quedaban pegadas en su hocico destrozado por el cáncer. La puse en el almohadón, de donde sólo se levantaba para intentar tomar agua, que ya no podía tragar.
Entonces escuchaba su lamento por esa imposibilidad.
Los pocos lamentos que se dejó oir en este tiempo.
Con una jeringa le dí un poquito de agua.
Pero al parecer esa basura le había carcomido tanto la boca, la garganta, el hocico, todo, que ya no podía tragarla.
Y no quise insistir para no hacerle daño.
Mientras limpié toda la tarde, Alish durmió en el almohadón o sobre mi cama.
A la noche, cuando me fui a dormir, traté de repetir lo que ella hacía siempre: dormir sobre mi falda.
Si bien aceptó hacerlo, a las 4.20 del domingo me desperté y no estaba.
Intuí lo peor.
Por eso me levanté rápido.
La busqué debajo de la cama y no estaba.
Fui al baño y la hallé acostada en las piedritas.
Ya se estaba muriendo.
Le saqué las piedritas que se le habían pegado en sus heridas en el rostro y aunque se negaba a que la levantara, resistiéndose con las pocas fuerzas que le quedaban, me la llevé a la cama.
La puse como siempre sobre mi falda, acariciándola siempre.
Haciéndole entender que no lo abandonaría hasta el final.
Y a las 4.30, un quejido y una de sus patitas que comenzó a moverse y luego se aquietó, me dieron a entender que ya se había ido.
Pero aún así seguí acaricándola.
No iba a aceptar su muerte, hasta sentir la rigidez de su cuerpito.
Hasta que lo sentí, la levanté y la coloqué en otro almohadón, para velar su partida.
Estoy destrozada.
Nunca imaginé que la iba a sentir tanto.
Pero era mi hija y sólo los que quieren a los animales lo pueden entender.
Se me murió un ser maravilloso.
Mimosa.
Dulce.
Compañera de mis otros gatos.
En su momento fue la amiga de Pilito, la única que él aceptaba.
Yo le decía "la secretaria de Pilito" porque no se movía de su lado y le hacía masajes en el lomo.
La voy a extrañar en mi falda, como ya la extraño mientras escribo su despedida. Adiós mi amor, nunca te olvidaré...
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