viernes, 8 de febrero de 2013

MI PAPÁ: AÚN CON ERRORES LO QUIERO MUCHO



Mi papá Pedro, "papito" para mí, era el único integrante de mi familia a quien todavía no le había dedicado un escrito.
Me costó escribir sobre él porque soy demasiado sincera como para dejar de lado situaciones que me produjeron tristeza a lo largo de mi vida. Y este en definitiva es un espacio donde intento poner lo mejor de cada persona. Sólo de las personas que quiero, ya que no he tenido ningún empacho de detallar tanto las glorias como las miserias de algunos famosos.
Tal vez si esto lo hubiera escrito antes de mis últimas vacaciones en Jujuy, mi tono hubiese sido más amoroso. Amorosísimo.
Tenía para contar del reencuentro con mi papá en los últimos años. De haber aceptado finalmente que eligió a otra mujer en lugar de mi mamá. De reconocer también que tuviera otra familia y que viviera en otra casa, a la cual ahora ingreso y ya no tenemos que quedarnos charlando en la puerta.
Pero esta vez pasó algo que me dolió y me trajo a la memoria los peores recuerdos de las infidelidades y numerosas mentiras en mis épocas de niña y adolescente. Unas estúpidas mentiras para ocultar que no eran horas extras las que hacía en su trabajo, sino que en esas horas estaba en brazos de esa otra mujer.
Son dos las veces al año que puedo ir a visitar a mi madre y a mi padre. Por eso ese tiempo trato de aprovecharlo al máximo con ellos.
Si bien es más el tiempo que estoy con mi mamá porque me quedo con ella, programo los encuentros con mi papá de antemano, ya que no vive cerca y a veces no está en la casa, y no tiene teléfono celular.
Cuando llegué de vacaciones me costó encontrarlo, tanto que pensé que no le funcionaba el teléfono y tuve que recurrir al hermano de su mujer para saber el porqué era tan difícil saber su ubicación.
Así que fue mi papá quien se comunicó conmigo para concertar un encuentro.
Me llamó la atención que no me invitara a su casa, sino que puso como punto de encuentro la esquina de la casa de uno de mis tíos, porque me dijo que había quedado en ir a visitarlo.
En el hogar de mi tío se fueron sumando mis primos, sobrinos y más tarde llegó la mujer de mi papá, que había pasado por la peluquería.
La reunión se tornó muy amena, sobre todo cuando el hermano de mi papá se puso a contar anécdotas de un ex compañero de trabajo al que le decían "Olla de cuero". Esas historias justificaban en mi infancia los asados familiares.
Todo muy lindo, hasta que mi papá comentó como si fuera lo más natural del mundo, que en dos días se iba a pasar las Fiestas de Navidad y Año Nuevo a Córdoba, a la casa de uno de los hijos de su  mujer que vive en esa provincia.
"¿Cómo que te vas?", le pregunté de inmediato. "Es que nos envió los pasajes", fue la respuesta de mí papá.
En ese momento sentí como si un cuchillo me atravesara el corazón. ¿Tan poco le importaba mi presencia?.¿El hijo de su mujer era más importante que yo?. Al parecer, sí. Y esa conclusión a la que llegué me hizo sentir peor.
Yo no venía de la otra cuadra. Había recorrido exactamente 1503 kilómetros para abrazar a mis padres y uno de ellos estaba rechazando ese abrazo y eligiendo estar con otra gente que no eran de su sangre.
Comprendí entonces el porqué mi papá había decidido citarme a un lugar con mucha gente. Sabía que de ese modo yo no le recriminaría el desplante.
Al otro día me invitó a su casa y volvió a hacer lo mismo. Nos sentamos en la galería, muy cerca de donde su mujer cocinaba y realizaba otras tareas del hogar. De esa manera era imposible que yo dijera algo en contra del viaje. Sólo hablamos de temas intrascendentes. Y volví a escuchar las viejas y repetidas historias de la fábrica, donde mi papá era el "gran solucionador" de los problemas en las grúas.
Fue una mañana muy desagradable que terminó mal, porque tampoco me acompañó a la parada del colectivo como lo hacía siempre.
Cuando el viernes fui hasta la terminal de micros a comprar el pasaje para viajar al día siguiente a Salta, al Santuario de la Virgen de los Tres Cerritos, aproveché para llorar mientras caminaba, con los ojos ocultos por anteojos negros.
Me acordé de un episodio que quedó en mi memoria para siempre.
Cuando terminé el Secundario en el Colegio Nuestra Señora del Huerto, en Jujuy, logré lo que para mí era una proeza. Llegué a ser escolta primera, a un punto de las abanderadas que compartían el puesto por tener el mismo promedio.
Yo soñaba que el día de la colación de grados, no sólo estuvieran presentes mi mamá y mis hermanos, sino sobre todo mi papá, que con mucho esfuerzo me había pagado los estudios en un colegio privado y con un excelente nivel de enseñanza. Iba a ser un momento ideal para agradecerle en público y que él además se sintiera orgulloso de su hija.
Pero mi papá inventó no sé cuál excusa para no estar presente y eligió en cambio ir a pasar la tarde-noche con su amante. Porque a la larga siempre nos enterábamos donde había estado realmente.
Fue una estocada que me destrozó el corazón. Y que lamento no poder sacar de mi memoria.
Las lágrimas que derramé entre la ida y la vuelta a la terminal de ómnibus, me hicieron mucho bien porque volví más tranquila a la casa de mi mamá. Pero yo sabía que lo único que me iba a servir para cerrar el episodio era contar en mi blog lo que había sucedido y mis reflexiones al respecto.
Busqué fotos del pasado. Entre ellas, una roída por el tiempo, donde mi papá sostenía en brazos a una nena regordeta que era yo.
Lo mismo otra foto donde se lo veía sonriente, a modo de escolta junto a mi mamá, compartiendo a mis 7 años, mi emoción de recibir la Primera Comunión en Centro Forestal, Palpalá, donde viví en mi infancia y adolescencia.
Ese es el papá que hubiese querido para siempre. Un papá presente.
Cuando había momentos que lo sentía tan lejos, sin ninguna muestra de afecto, pese a los esfuerzos que yo hacía como estudiante y como buena hija para tenerlo conforme, llegué a dudar si realmente me quería. Y se lo pregunté a mi mamá.
Ella me respondió que sí me quería. Que me adoraba cuando era una beba. Que nunca lo había visto tan triste, llorando, cuando siendo una beba me enfermé de neumonía y estuve al borde de la muerte. Pero reconoció que al principio, por una cuestión de machismo según mi opinión, me rechazó un poquito porque deseaba que su primogénito fuera un varón. Y aparecí yo de manera inoportuna.
Por suerte siempre me gustó el fútbol y eso fue a lo largo de los años lo que nos acercó.
Puedo hablar horas de ese tema con mi papá y aunque cada uno tiene puesta su propia camiseta, la de San Lorenzo en el caso de mi padre y la de River por mi parte, coincidimos en el apoyo a la Selección Argentina, en el buen juego de la pelota y que no soportamos a Boca.
"Biuju", así con "b" larga y "u", como lo bautizó de modo interno uno de mis hermanos, nunca fue muy afectuoso con sus hijos cuando éramos chicos. Recién revirtió esa postura muchos años después, al menos hacia mí, luego de haber estado con un serio problema de salud.
En aquellos tiempos, en lo que a mi respecta, tenía que esperar que vinieran visitas a casa para que mi papá reconociera lo buena estudiante que era. Esto sucedía en la Primaria, donde fui mejor alumna en todos los grados, salvo en segundo, y llegué a ser abanderada de la escuela. Y después siguió en la Secundaria.
Siempre me preguntaba por qué no podía expresar su satisfacción a mis hermanos y a mí cuando hacíamos las cosas bien en el colegio, y no estuviera ningún extraño que nos mirara como si fuéramos extraterrestres.
En la diaria estaba presente el rigor, que no lo rechazo porque a la larga me sirvió de manera personal y profesionalmente para crecer. Pero no había espacio para el abrazo y alguna vez un "te quiero, hija".
Cuando lo veía en otras familias o en algún programa, o en una película, me moría de envidia.
Las únicas veces que lo sentía a "Bieju" más predispuesto a abrir su corazón hacia sus hijos, era cuando íbamos a la casa de mis abuelos, en Entre Ríos. Mi mamá también lo vivía de la misma manera.
Pero al retornar de esas vacaciones, volvía a instalarse en mi papá la "cara de perro".
Mi papá siempre fue muy gracioso. Pero eso sólo se hacía evidente cuando había visitas y se lucía con sus cuentos "verdes".
Cuando terminábamos de comer los ricos asados que él preparaba, a los chicos nos mandaban a jugar en un terreno grande con pasto, que no era una plaza, que había frente a casa. Y si era de noche, nos enviaban a "la pieza". La habitación donde mi hermano Ángel, "Chiquito", como le decíamos, y yo, dormíamos, que quedaba del otro lado de la galería.
Pero como nosotros queríamos escuchar también los cuentos, nos íbamos a la ventana del cuarto donde dormían mis padres y mi hermano Jaño, "Cachito" por ese entonces, y agudizábamos el oído apoyados en la ventana.
Como éramos nenes e ignorantes de todo lo concerniente al sexo, no entendíamos de qué se reían tanto. Y como de costumbre, los cuentos más zafados y festejados eran los de mi papá.
En esos asados, regados con mucho vino en botellas y en damajuanas, mi papá, además de amoroso, se volvía muy generoso con nosotros. No sólo nos dejaba los vueltos de las compras a último momento en un kisco vecino, sino que siempre nos regalaba algún dinero para comprar caramelos.
Así como a mi mamá esas fiestas mucho no le gustaban porque tenía después mucho trabajo en lavado de vajillas, ollas, sartenes y cubiertos, baño con manchas de orín alrededor del inodoro y mugre en toda la galería, para nosotros eran bárbaras. Es que habíamos tenido por un rato al papá con el soñábamos tener a diario.
Cuando venían músicos a casa, porque mis padres se hicieron muy amigos de un grupo folklórico de La Mendieta, o venía algún familiar con una guitarra o un bombo, o con ambos instrumentos, la fiesta era absoluta. Mi papá acompañaba la música golpeando las manos abiertas, lo que originaba un sonido diferente, que cuando nos encontramos con mis hermanos e intentamos imitarlo, lo primero que hacemos es aplaudir de esa manera.
Cuando fui llegando a la adolescencia, esas reuniones dejaron de gustarme. Los invitados ya no eran "invitados", sino "una junta de borrachos". Ya no me importaban los vueltos y donaciones de dinero para los caramelos. Además, me molestaba la mirada libidinosa de algunos hombres, después de varios vasos de vino, que aclaro, nunca fueron ni mis tíos ni primos, muy respetuosos todos. Gracias a Dios, esos hombres que no me caían bien, nunca pasaron de eso.
Por eso comencé a odiar esas fiestas y porque terminaban casi siempre en discusiones, con duros insultos, entre mis padres. Esto sucedía cuando los invitados se habían retirado y era el momento de ordenar la casa.
Destaco la falta de capacidad para mentir que tuvo y sigue teniendo mi papá. Siempre fue un pésimo mentiroso. A la larga, siempre le descubríamos la mentira, que tenía que ver todas las veces con lo mismo: sus escapadas a la casa de quien es hoy su mujer.
Inventaba excusas y hacía cosas tan disparatadas que hoy nos causan gracia. Pero en su momento fueron muy dolorosas, porque la infidelidad nos hacía mucho daño.
Una vez, el hombre que me dio la vida casi termina castrado por atravesar un alambrado que daba a otro pabellón. Un edificio que quedaba al lado del que vivíamos. Todo ese sacrificio para salir a la calle y de allí ir hasta la casa de la madre de su amante que estaba a una cuadra.
Un domingo que el equipo Altos Hornos Zapla recibía a Colón de Santa Fe, en Palpalá, por el Campeonato Nacional, mi papá dijo que iba a ir a ver ese partido. Bastante raro porque nunca iba a la cancha.
Aunque yo no era hincha de ninguno, me pareció que el espectáculo podía ser interesante. Entonces le pedí a mi papá que me lleve con él. No recuerdo cuál fue su argumento para dejarme afuera, pero se fue solo en la camioneta roja, una Dodge vieja de los años 50'.
Molesta porque me había dejado, le dije a mi mamá que iría igual, aunque luego de tomar dos colectivos,  iba a llegar para el segundo tiempo del partido. Pero oh sorpresa, cuando pasé con el colectivo frente al ingreso al barrio Florida, estaba la camioneta estacionada, con mi papá y su amante en su interior.
Ese era "el partido" que había ido a ver mi papá. Por eso se negó a llevarme con él.
Aunque me dio bronca por lo que había sido testigo, seguí viaje hasta el Estadio de Zapla, donde llegué para ver el segundo tiempo.
Esa noche, cuando mi papá volvió a casa, le pregunté qué tal había estado el partido. Se limitó a hacer un breve comentario, porque alguien le habrá contado el resultado. Y dijo que había vuelto tarde porque después se fue a visitar a su hermano que vivía a pocas cuadras de la cancha. Una mentira tras otra.
Muchas veces me pregunté por qué mi papá, que había conocido a mi mamá cuando le tocó hacer el Servicio Militar en Entre Ríos, decidió pedir su mano en matrimonio.
Me imagino que ya en esa época conocía a su actual mujer. Se hubiera casado con ella y listo. Mi madre se habría ahorrado muchas lágrimas. Yo no hubiera existido y mucho menos estaría hoy contando esta historia.
Fue muy duro para mí sobreponerme a las peleas constantes de mis padres. Lo que me ayudó fue el alejamiento, venirme a estudiar a Buenos Aires.
Tal vez por el miedo a repetir la historia es que fracasé en el amor. Me quedé sola. Sola por elección. Y al final reconciliada con mi padre, que no es poco.
El reencuentro padre-hija se fue dando de manera paulatina. Acrecentándose con el tiempo. Y me di cuenta que lo quería muchísimo cuando estuvo muy enfermo y a la distancia, temí por su vida.
El amor no tiene explicación. Aun con sus errores, yo lo quiero a mi papá. Y va a ser para siempre...

4 comentarios:

Sergio dijo...

La tercer foto,la de la primera comunion,la tengo muy presente,porque mi viejita siempre la tuvo en su mesita de luz,la habre visto millones de veces,y la siguiente,es notable,parece la imagen viva del Jaño.....aunque nunca hizo la colimba!

Yayi Villegas dijo...

Estaba lindo mi papá cuando hizo el servicio militar. Con razón mi mamá cayó rendida a sus pies. Gracias Sergio por leer mi escrito. Saludos.

Ángel dijo...

Hola hermana! Muy, muy atinada tu descripción de nuestro benemérito padre! Dicen que el zorro pierde el pelo, pero no las mañas y aun hoy te sigue "bicicleteando". Como vos sos su hija y así lo sientes, volvés a perdonar y seguro que cuando vayas en abril no dirás nada del asunto, para no empañar el encuentro. Y así seguirá.................... Rescato de él, la idea de que el estudio era el medio para conseguir un mejor trabajo, porque no pudo llegar, aunque si hubiera querido hubiera podido estudiar en la ENET en el turno noche como hicieron muchos en Palpalá. En fin... Besos

Yayi Villegas dijo...

Vos sos más pragmático, hermanito, por eso sos más duro con él. Pero después de esto que escribí, lo sentí como alivio y es cierto, cuando vaya en abril, no le diré nada. Gracias por leer lo que escribí y por tu comentario. Besos.