La oscuridad, un vidrio en primer plano y una esquina de Buenos Aires.
Esto que parece inexplicable, tiene que ver con lo que me sucedió una madrugada de la semana pasada, cuando iba a trabajar y volví a revivir un incidente de inseguridad del que fuí protagonista en julio de 2010.
El lugar era casi el mismo. Sólo que el año pasado, cuando fuí atacada por un delincuente, ocurrió a 30 metros de la parada de colectivo.
Esta vez fue en la parada misma.
Cuando iba llegando a la esquina, ví allí a un cartonero con un carro de supermercado que estaba sacando papeles y cartones para hacer aparentemente una cama en la vereda.
Por el miedo que me quedó del año pasado, evité pasar a su lado y me bajé a la calle, hasta llegar a donde tomo el colectivo.
No sé si reparó en mí o no, porque pasé muy rápido. Pero lo sentí peligroso. Tiraba las cosas como con rabia y yo no quería ser una víctima involuntaria de su reacción violenta.
Por costumbre y de alguna manera para no estar tan expuesta, no me paro en la parada, sino apoyada en un poste de luz que está más cerca de la esquina. Lo siento como si fuera un escudo que me protege la espalda.
En ese momento que me coloco delante del poste, veo pasar un vaso o algo de vidrio que se estrella y se hace añicos en la calle. Cuando miro hacia los balcones, para descubrir si alguien lo había lanzado de allí o había sido el cartonero, otro vidrio, vaso o no sé lo que era, pegó contra el poste de luz y en el rebote me pegó en el cuello.
Por suerte, como estaba fresco, lo tenia cubierto con la campera, sino tal vez me hubiera lastimado.
Antes de correrme hacia la pared y quedar cubierta bajo un alero, tomé la cámara y filmé el vidrio y luego, de lejos, el lugar en la calle donde se había estrellado el primer vaso. Quería tener un documento para demostrarme a mí misma que no lo había soñado. Que no era mi imaginación.
Mientras tanto, el cartonero, no conforme con el lugar elegido para dormir, levantó todo y se fue.
No puedo decir si fue él o no. Yo no lo ví. Tampoco sé si yo era la destinataria del ataque. Alguien lo hizo y los objetos fueron lanzados con mucha violencia, casi diría con ánimo de herir a alguien.
Es difícil no pensar lo peor cuando una alguna vez fue una víctima de la inseguridad. El miedo me gana. Y no sólo en esa, sino en todas las madrugadas. Cada persona que veo me resulta sospechosa. En cada joven corpulento, veo al tipo drogado que me lastimó con un cuchillo.
La solución a medias que encontré para no padecer tanto en las madrugadas, es llegar a cinco minutos del paso del colectivo. Pese al poco tiempo, siento como interminables esos minutos, hasta que veo avanzar al 168. Y allí me vuelve el alma al cuerpo.
2 comentarios:
Hola hermana! Otra vez te toca de cerca el tema de la inseguridad! Yo te sugiero que hables con tu gremio para que te paguen un taxi ó le exijan a la empresa que lo haga y de esa manera puedas ir tranquila a trabajar, porque si no, no es vida lo que pasas. Besos y mi mayor onda.
Gracias hermanito.Lo del taxi, olvidate. Si la otra vez que fue peor no me dieron bola, menos me la darian ahora. Sólo me queda encomendarme a Dios. Creo que tengo un ángel de la guarda que me protege, de lo contrario hubiera sido peor. Te mando un beso.
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